XXII

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Anoche, Doris estaba verdaderamente decaída hemos agotado, la hierba y el dinero, tenemos hambre y la maldita lluvia ha empezado a fastidiar de nuevo. El cuartito donde estamos tiene sólo un infiernillo y no parece dar ningún calor. Mis oídos y mis cavidades nasales -cómo se nota que me he instruido con la tele- dirfase que están llenos de cemento, y mi pecho parece presionado por una mano de acero. Deberíamos salir a ver si conseguimos algo gratis para comer, pero bajo la lluvia no vale la pena intentarlo. Tendremos que conformarnos otra vez con pastas y cereal seco. Las dos hemos criticado a los turistas, a los mangantes y a los mendigos que hay por aquí, pero creo que mañana trataré de apegarme a ellos a ver si consigo «pasta» para comprar comida y hierba. Tanto Doris como yo lo necesitamos en extremo.
Oh, quién pudiera estar drogada, encontrar alguien que te diera un «chute» o algo... ¿Por qué no tendré lo suficiente para acabar con todo este lío de
mierda?
Estuve durmiendo y no sé cuánto tiempo; un día, una semana, un año, ¿a quién diablos importa?
La maldita lluvia todavía es peor que ayer. Es como si todos los cielos nos
mearan encima. Traté de salir una vez, pero tengo un resfriado tan fuerte que antes de llegar a la maldita esquina me había congelado hasta el culo, de modo que regresé y me metí de nuevo en cama, toda vestida, toda encogida, para reunir el calor que le queda a mi cuerpo y no morirme de frío. Debo de tener mucha fiebre, pues dejo de flotar a la deriva, y ésta es la única bendición queme impide castañetear. ¡OH, necesito tremendamente una chupada! Quiero gritar, golpearme la cabeza contra la pared y trepar por las malditas, polvorientas, descoloridas, raídas cortinas. Tengo que salir de aquí. Debo largarme antes de que estalle en mil pedazos. Estoy aterrada; me encuentro sola y estoy enferma. Nunca estuve tan enferma en mi vida.
Traté de no pensar en mi casa hasta que Doris empezó a contarme su cabrona vida , y ahora ya no puedo evitarlo. 1Ah!, si tuviera dinero suficiente volvería con los míos o les llamaría. Mañana iré a la iglesia y les pediré que telefoneen a mi familia. No sé por qué he sido tan idiota cuando siempre se portaron tan bien conmigo. La pobre Doris no ha conocido más que el estiércol desde temprana edad. Su madre se había casado cuatro veces cuando Doris alcanzó los diez años, y, en el intervalo, había trotado con varios hombres. Cuando Doris tenía apenas once, su padrastro empezó a tener relaciones sexuales con ella y la pequeña estúpida ni siquiera supo qué hacer, pues él le dijo que la mataría si se lo contaba a su madre o a quien fuera. De modo que dejó que el hijo de perra la zumbara hasta que tuvo doce años. Luego, un día que le había hecho mucho daño, le contó a su profesor de gimnasia por qué no podía hacer los ejercicios. El maestro la sacó de allí y la metió en un reformatorio hasta encontrarle un hogar adoptivo. Pero tampoco éste resultó mejor. Dos de los muchachos de la casa se la cargaron y, luego, la muchacha mayor también se la cargó y la inició en la droga, y así emprendió la ruta homosexual. Desde entonces, se quitó definitivamente las bragas y se metió en la cama con el primero que abriera las sábanas o apartase los arbustos.
Oh, padre, tengo que salir de este lodazal; me está chupando y ahogándome. Tengo que largarme antes de que sea demasiado tarde. Mañana. Mañana, seguro. Cuando pare la maldita lluvia.

¿A quién puede importarle? Por lo menos la maldita lluvia ha cesado. El cielo está tan azul como nunca lo estuvo en esta zona, pues imagino que no debe de ser frecuente. Doris y yo vamos a largarnos de este asqueroso lugar. Va a celebrarse una concentración en el sur de California. ¡Hurra! ¡Allá vamos!
Ahora sí que estoy verdadera, literal y completamente asqueada. Quisiera vomitar sobre este mundo de mierda. Casi todo el trayecto lo hicimos en la cabina de un camión conducido por un gordo y baboso cerdo que nos recogió en la carretera y se divirtió maltratando físicamente a Doris y haciéndola llorar. Cuando paró para repostar gasolina, Doris y yo escurrimos el bulto pese a que cl individuo nos había amenazado. ¡Qué follón! Finalmente nos recogió gente de nuestra especie y compartieron su hierba con nosotras, pero debía de ser de cultivo casero porque era tan cabronamente floja que apenas nos elevó de tierra firme.
La concentración fue algo formidable; ácido, alcohol y hier-. ba. libres como el aire. Todavía están goteando sobre mí los divinos colores, y la grieta de la ventana es hermosa. Esta vida es bella Es tan diabólicamente bella que apenas puedo soportarla. Y yo soy una gloriosa parte de ella. Todos los demás ocupan, simplemente, un espacio. Maldita y estúpida gente. Quisiera mostrarle la vida embutiéndosela por el gaznate, entonces tal vez comprenderían lo que es.
Junto a la puerta, una muchacha gorda de larga y enmarañada cabellera se arrodilla sobre una bata verde y púrpura. Estácon un muchacho que lleva una argolla en la nariz y, sobre el cráneo rapado, dibujos multicolor. Se dicen mutuamente palabras de amor. El espectáculo es bello. Color entremezclado con otro color. Gente entremezclada. Color y gente haciéndose el amor.

No sé que, cuando, dónde ni quién es. Sólo sé que ahora soy Sacerdotisa de Satanás tratando de mantenerme de pie tras una prueba que mostrará lo libres que somos y después de hacer nuestros votos.
Querido Diario: Me siento apaleada y meada por todo el mundo. Realmente confusa. Aquí he sido el agujero de todos, pero ahora, cuando veo una muchacha, es como si viera un muchacho. Me excito y me siento toda removida por dentro. Quiero cargarme a la muchacha, pero luego me quedo rígida y aterrada. Por un lado me siento fantásticamente bien, y por otro terriblemente mal. Quiero casarme y tener hijos, pero estoy asustada. referiría gustar a un muchacho que a una muchacha. Preferiría acostarme con un muchacho, pero no puedo. Supongo que me he vuelto algo golfa. A veces quiero ser besada por una de las muchachas, quiero que me toque, dormir sobre ella, y entonces tengo una sensación horrible. Me considero culpable y esto me pone mala. Luego pienso en mi madre. Quiero gritarle, pedirle que me haga un sitio en casa porque voy a volver, y me siento como un hombre. Después me enfermo y no quiero a nadie, y debería salir a trotar por ahí. Realmente enferma. Verdad era mente fuera de quicio.

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