XXV

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Oh, querido, maravilloso, fiel y amistoso Diario mío: esto es lo que haré, exactamente. Dedicaré el resto de mi vida a ayudar a la gente como yo. ¡Me siento tan buena y dichosa! Por fin tengo algo que hacer por el resto de mi existencia. Se acabaron las drogas. Sólo probé lo más fuerte unas cuantas veces y no me gusta. No me gusta ninguna. He roto con todo el asunto. Absolutamente, completamente. Por los siglos de los siglos.

Más tarde
Acabo de leer lo que escribí en las ultimas semanas y estoy anegada en mis propias lágrimas; ahogada, sumergida, inundada, aplastada. He mentido. Todo lo que cuento es una vil, amarga, maldita mentira. Nunca pude haber escrito cosas semejantes. Jamás pude hacer cosas como las que describo. Debió de ser otra persona. Tiene que haber sido alguien distinto. Alguien malvado, tonto y degenerado que habrá escrito en mi libro usurpando mi vid a. Si, debió de ser así. Tuvo que ser así. Pero mientras escribo sé que estoy diciendo una mentira todavía más gorda. O tal vez no. ¿Se habrá lesionado mi cerebro? ¿Ha sido una pesadilla con visos de realidad? Creo que he mezclado cosas ciertas con otras que no lo son. No todo puede ser verdad. Debo de estar loca.
Me he estado lamentando hasta quedar deshidratada, pero llamarme idiota perdida..., considerarme un ser despreciable, mendicante, inservible, miserable, mezquino, ruin, lamentable, acabado, atormentado, afligido, flojo, desprestigiado, tampoco me ayudará en nada. Tengo dos opciones: suicidarme o tratar de corregir mi vida ayudando a los demás. Éste es el camino que he de tomar, pues no debo causar a mi familia ningún sufrimiento más. Es todo lo que puedo decir, querido Diario, aparte de que te amo, amo la vida y amo a Dios. Oh, si, amo todo esto, de verdad.

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