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26 de Julio
La chiquilla de quien te hablé ayer está en un cuarto unto al mío. Tiene trece años y parece estar constantemente al borde de las lágrimas. Cuando le pregunté si hacía mucho tiempo que estaba aquí, me contestó: «Desde siempre, sencillamente, desde siempre».
A la hora de cenar fuimos juntas al refectorio y se sentó a mi lado, en una de las largas mesas, pero no comimos. El resto de la velada se nos dejó deambular en torno al pabellón, sin tener adónde ir y nada qué hacer. Necesito desesperadamente contarles a papá y mamá cómo es todo esto, pero no lo haré. Sólo conseguiría preocuparles más.
Una de las mujeres más viejas que tenemos en el pabellón es una alcohólica lasciva que me da mucho miedo, pero todavía me preocupa más Babbie. Esa asquerosa mujer nos hace proposiciones. Al pasar esta noche por su lado hizo ciertos gestos y le pregunté a Babbíe si no podríamos hacer algo para que nos dejase tranquilas. Babbie se limité a encogerse de hombros y dijo que podíamos denunciarla al guardián, pero que era mejor ignorarla.
Después ocurrió algo realmente extraño y aterrador. Estábamos sentadas en una de las habitaciones de asueto, mirándonos los unos a los otros. Parecíamos monos contemplando a otros monos, y cuando le pregunté a Babbie si no podríamos hablar en mi cuarto ella contestó que en nuestras habitaciones teníamos prohibido practicar el amor, pero que mañana ya nos arreglaríamos para hacerlo en el almacén. No supe qué decir. Ella pensó que yo trataba de seducirla y me quedé tan atónita que no pude decir ni pío. Más tarde traté de explicárselo, pero ella se limité a hablar de sus cosas como si yo no estuviera allí. Dijo que tenía trece años y se drogaba desde los once. Sus padres se habían divorciado cuando tenía diez y se la confiaron a su padre, un contratista que volvió a casarse. Todo debía ir bien al principio, pero después tuvo celos de los hijos de su madrastra y se sintió como una intrusa, como extranjera. Empezó a salir de casa cada vez más y como excusa le decía a su madrastra que tenía dificultades en el colegio y debía trabajar en la biblioteca, etc. Las excusas habituales, cuando en realidad faltaba a clases casi siempre. No obstante, como seguía presentando buenas notas en casa, sus padres no se preocupaban demasiado. Finalmente llamaron del colegio porque faltaba demasiado. Ella le dijo a su padre que el colegio era tan grande y estaba tan abarrotado de alumnos que ni siquiera sabían quién iba y quién no iba. No sé cómo pudo creerla su padre, pero lo hizo. Probablemente era lo más fácil para él.
En realidad lo que pasaba con Babbie es que había sido iniciada a la droga por un viejo de unos treinta y dos años al que conoció en una sesión matinal de cine. No me contó los detalles, pero supongo que la inició a la droga y a la vida en general. A los pocos meses el individuo se esfumó y ella descubrió lo fácil que era conocer a otros hombres. En realidad, la niña de doce años era ya una NP (niña prostituta). Me contó todo esto con tanta calma que yo sentí como si me arrancaran el corazón a pedazos, pero aunque yo hubiese llorado -lo cual no hice- no creo que lo hubiera notado.
Llevaba un año drogándose cuando sus padres, ¡unos linces!, empezaron a sospechar, pero ni siquiera entonces tomaron las cosas en serio. Se limitaron a hacerle multitud de preguntas y a sermonearía, en vista de lo cual robó al primer hombre que encontró en el cine y tomó un autobús para ir a Los Ángeles. Una amiga le había dicho que una NP no encuentra nunca obstáculos y, según Babbíe, su amiga tenía razón. A los dos días de estar en L.A., errando por la calle, conoció a una amiga, una mujer magníficamente vestida que se la llevó a su piso del Bulevar. Al llegar allí se encontró con otras muchachas de su edad, sentadas en el salón y rodeadas de bandejas de dulces llenas de píldoras. A la media hora estaba totalmente drogada.
Más tarde, ya más sobria, le dijo la mujer que podía vivir allí e ir al colegio. Lo único que debía hacer era trabajar dos horas diarias para ella, casi siempre por la tarde. A la mañana siguiente se inscribió en el colegio como sobrina de aquella señora y empezó a vivir como una NP de postín. Mientras Babbie estuvo allí, otras cuatro sobrinas vivían con la mujer. El chofer las llevaba a la escuela y las iba a buscar, y del dinero que ganaban no vieron nunca ni cinco. Según dijo Babbie, la mayor parte del tiempo se quedaban sentadas en el salón sin hablar y sin salir jamás. Parecía tan inverosímil que traté de hacerle preguntas, pero ella siguió hablando tan distante y. tan triste, que pienso que decía la verdad. Además, después de lo que yo he pasado me lo creería todo. ¿No es triste haber llegado a un punto en que todo es tan increíble que te lo creerías todo? Es triste, querido amigo. Realmente, desesperadamente, creo que es triste.
Al cabo de unas semanas Babbie se escapó de allí y llegó a San Francisco haciendo autostop. Pero en San Francisco, cuatro individuos la golpearon y la violaron. Cuando intentó que le prestaran un poco de dinero para telefonear a su casa nadie le dio un céntimo. Afirmó que se habría ido a rastras hasta su hogar aunque allí la hubiesen encerrado en un armario atada de pies y manos, pero al preguntarle yo por qué no acudió a la policía o a un hospital se puso a gritar y a escupir por el suelo.
Posteriormente logró reunirse con sus padres, pe ro cuando éstos llegaron a San Francisco ya se había liado con un tipo que tenía instalado su propio laboratorio para elaborar ácido. Ambos se vieron complicados en un feo asunto de droga y ella aterrizó aquí, como yo.
Ah, Diario mío, qué contenta estoy de tenerte, pues en esta jaula de bestias no hay absolutamente nada que hacer y todos están locos. Sin ti no podría existir.
Al fondo de la sala una mujer gime y lloriquea haciendo unos sonidos infernales. Ni siquiera tapándome los oídos con mis manos rotas y enfermas bajo la almohada consigo atenuar los gemidos. ¿Será posible que pueda volver a dormir sin necesidad de retener la lengua entre mis dientes para no castañetear y sin que el terror invada mi cerebro al pensar en este antro? ¡No debe de ser real! Debo de hallarme todavía bajo los efectos de un «mal viaje». Creo que mañana traen autocares llenos de escolares para arrojarnos cacahuetes a través de las rejas.

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