XXIII

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Querido Diario:
Han transcurrido mil años lunares, del tiempo lunar. Todo el mundo ha estado contando historias menos yo. No tengo nada digno que contar. Todo lo que puedo hacer es dibujar monstruos, órganos internos y odiar.

Un día más y otro soplo por todo trabajo. La tuerca va apretando, apretando hasta lo insoportable. Si no le dejo soplar, el Gran Asno me
dejará sin ración. Es infernal; tiemblo más por dentro que por fuera. ¡Qué mundo más cabrón cuando no hay droga! El asqueroso egoísta que quiere acostarse conmigo sabe que no puedo con mi alma, pero me quita el único medio de abastecerme que yo conozco. Casi estoy dispuesta a acostarme con el Gato con Botas o el Moro Muza; con todo el auditorio con tal de que me den un buen «chute». ¡Maldita sea! Gran Asno me obliga a que lo haga antes de darme la mercancía. Todo el mundo está acostado en torno, como muertos, y pequeño Jacón está chillando: «Mamá, papá, ahora no podéis entrar. Se está fumando a Carla». Debo salir de este antro de mierda.
No sé qué día, qué año ni qué hora es; ni siquiera sé en qué ciudad estoy. Seguramente he estado en la oscuridad total o me dieron píldoras defectuosas. La muchacha tumbada a mi lado, sobre la hierba, está pálida y tiene un aire de Mona Lisa, además está preñada. Le pregunté qué piensa hacer con el bebé y se limitó a contestarme: «Pertenecerá a todo el mundo. Nos lo repartiremos».
Quise ir en busca de algún camello, pero el asunto del bebé me intrigaba de verdad. Por eso le pregunté si tenía algún estimulante, ella movió la cabeza como una estúpida, sin expresión alguna, y me di cuenta de que estaba quemada por completo. Tras ese hermoso rostro de piedra no queda más que un montón de cenizas secas, y ya sólo es capaz de permanecer acostada como una boba, como un pedazo de estúpida mierda que no puede hacer nada.
Por lo menos yo no estoy quemada ni preñada. O acaso lo esté. No podría tomarme la maldita píldora aunque tuviera. No hay drogata que pueda tomarla, porque nunca sabe en qué fecha está. De modo que, a lo mejor, estoy preñada. ¿Y qué? En algún lugar anda rondando un practicante que se encarga de estas cosas. Tal vez me metan uno de esos órganos monumentales en el curso de una orgía y me lo eche fuera. O a lo mejor mañana estalla esa bomba hija de perra. ¿Quién sabe?
Cuando doy un vistazo a todos estos pingajos pienso que, en realidad, somos una banda de fenómenos sin arrestos. Nos meamos encima cuando alguien nos dice lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo actuar si no viene un gordo cabrón y nos lo indica. Que piensen los otros por nosotros; que trabajen y actúen por nosotros. Que construyan carreteras, coches y Casas; que hagan marchar la electricidad y el gas, y el agua y las alcantarillas. Nosotros nos limitaremos a sentarnos sobre las ampollas de nuestros traseros, nuestros cerebros estallando yíos brazos cruzados. Estoy hablando como una maldita funcionaria. Ni siquiera tengo una píldora para quitarme el mal gusto de la boca o para quitar de mi cabeza todas estas ideas de mierda.
Cuándo?
Una gota de lluvia acaba de aplastarse en mi frente y ha sido corno una lágrima del cielo. ¿No estarán llorando por mí las nubes y los ciclos? ¿Estoy realmente sola en el gris y vasto mundo? ¿Es posible que incluso Dios llore por mí? Oh no..., no..., no... Me estoy volviendo loca. Dios mío, ¡ayúdame por favor!
Mirando el cielo llego a la conclusión de que amanece. He estado leyendo un periódico que el viento trajo a mi lado. Dice que una muchacha ha parido en el parque, otra tuvo un aborto y dos muchachos no identificados murieron de una sobredosis en el curso de la noche. ¿Por qué no habré sido yo una de ellos?

Pregúntale a AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora