VIII

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(¿)
Me encuentro mareada, pero la enfermera dice que es el resultado de la contusión cerebral que he sufrido. Los gusanos se han ido casi todos. Supongo que los mata el líquido del vaporizador.

Averigüé cómo me dieron el ácido. Dice papá que alguien lo puso en el chocolate recubierto de cacahuete, y debe de ser verdad, porque recuerdo haberlo comido después de lavar al bebé. En ese momento pensé que el señor Larsen me lo había dejado allí para darme una sorpresa, pero ahora que reflexiono me llamó la atención que el señor Larsen hubiese estado en casa y se hubiese marchado sin decir nada.
Esta parte queda en tinieblas. Hasta me parece extraño que pueda recordar algo, pero supongo que pese a todo el daño que ha sufrido mi cuerpo, el cerebro sigue funcionando. Dice el doctor que ello es normal, pues se necesitan muchos golpes para destruir totalmente un cerebro. Debe de ser verdad, porque, aun pensando, me siento como si hubiese recibido muchos.
De todos modos, recuerdo que el chocolate con cacahuete me trajo a la memoria el abuelo, pues siempre comía esa golosina. Y recuerdo, además, que empecé a sentirme mareada y enferma. Al darme cuenta de que alguien me había drogado traté de llamar a mamá para pedirle que viniera a buscarme a mí y al bebé. Es todo muy confuso, pues al tratar de evocar lo pasado tropiezo con luces multicolores y movedizas. Sin embargo, recuerdo haber empezado a marcar el número de teléfono de mi casa y que del uno al otro tardaba una eternidad. Creo que la línea debió de estar ocupada, y no recuerdo exactamente lo que pasó, excepto que yo gritaba y el abuelo estaba allí para ayudará me, pero su cuerpo chorreaba gusanos multicolores y brillantes que caían al suelo a su espalda. Trató de recogerme, pero sólo le quedaba esqueleto de manos y brazos. El resto de su cuerpo había sido arrasado por la gusanera voraz, movediza y afanosa, que pululaba por doquier, devorándole sin tregua. En las órbitas vacías de sus ojos se movían legiones de alimañas blancas y fofas, animales trepadores fosforescentes y entremezclados arrancaban tiras de su carne. Gusanos y parásitos comenzaron a rastrear y a trepar hacia el cuarto del bebé, y traté de matarlos a golpes con mis manos, pero se multiplicaban con una rapidez que yo no tenía al atacarlos. Entonces empezaron a trepar por mis manos, brazos, cara y cuerpo. Los tenía en la nariz, boca, garganta; asfixiándome, ahogándome. Gusanos, larvas, gorgojos, desintegrando mi carne, pegándose a ella, consumiéndome.
El abuelo me llamaba, pero yo no podía abandonar el bebé ni quería irme con él porque me daba miedo y náuseas. Estaba tan roído que apenas le reconocí. Señalaba un féretro junto al suyo y yo traté de escapar, pero miles de objetos y personas muertas me empujaban hacia el ataúd y trataban de encerrarme en él. Yo gritaba, chillaba, tratando con uñas y dientes de salir de la caja, pero no me soltaban. Por el estado en que me hallo supongo que al tratar de echar los gusanos agarrados a mi cuerpo me arranqué trozos de carne y mechones de pelo. Ignoro cómo me abrí la cabeza. Tal vez quise sacar de mi cráneo el tremendo cataclismo desencadenado por la droga. En verdad, no me acuerdo, ¡hace tanto, tanto tiempo!, y, además, escribir esto me ha cansado terriblemente. Nunca me he sentido tan cansada.

(¿)
Mis padres creen que alguien me drogó. Están seguros. Me creen a mí. Tengo idea de quién fue, pero no habrá manera de averiguarlo. Ahora debo limitarme a descansar, a ponerme bien, como mis padres sugieren. No pensaré en lo ocurrido. Afortunadamente no hice daño al bebé. ¡Gracias, Dios mío!

(¿)
Dentro de unos días me trasladan a otro hospital. Tenía la esperanza de poder irme a casa, pues mis manos están curándose y la mayor parte de las magulladuras empiezan a desaparecer. Ha dicho el doctor que habrá que esperar un año a que mis manos estén bien del todo, con las dos uñas crecidas, pero que dentro de unas semanas ya podrán mirarse.
Mi rostro está casi normal y en las zonas de calvicie comienza a crecer el pelo como borra. Mamá trajo unas tijeras y con ayuda de la enfermera me ha dejado la cabellera verdaderamente corta. No es un corte de pelo como lo haría un profesional, pero mamá dice que dentro de una semana o dos, cuando me den de alta, podré ir a la peluquería para que me lo arreglen. De todas maneras, tampoco quiero que me vea nadie con la facha que tengo ahora.
Todavía tengo pesadillas infestadas de gusanos, pero trato de dominarme y ya no los menciono. ¿Para qué? Sé que no son verdaderos y todo el mundo lo sabe, pero alguna vez parecen tan reales que noto el calor y la viscosidad blandengue de sus cuerpos. Y cuando mi nariz o alguna de mis numerosas costras me pican, he de hacer grandes esfuerzos para no pedir auxilio.

(?)
Mamá me ha traído un paquete de cartas de Joel. Ella le escribió diciéndole que yo estaba muy enferma en el hospital y desde entonces ha escrito todos los días. Una noche llamó incluso por teléfono y mamá, para no entrar en detalles, le dijo que había tenido una especie de depresión nerviosa ¡Es una manera de explicarlo!

22 de Julio
Cuando vino a verme mamá noté que había llorado, y traté de ser fuerte y mostrar un semblante feliz. Hice bien, pues me trasladan a un manicomio, casa de locos, pabellón de chalados, donde, podré distraerme con otros idiotas y lunáticos. Tengo tanto miedo que apenas puedo respirar. Papá trató de explicármelo en un tono muy profesional, mas era evidente que este asunto le ha desquiciado. Pero no tanto como a mí. A nadie podría afectarme tanto.
Dijo que cuando mi caso paso ante un juez de menores, Jan y Marcie declararon que durante varias semanas yo había tratado de venderles hierba y ácido y que en el colegio era bien conocida como adicta y camello. Las circunstancias me fueron totalmente adversas. Tengo antecedentes de drogata. Papá me ha dicho que cuando la vecina de la señora Larsen me oyó gritar fue a buscar al jardinero y ambos subieron a ver lo que pasaba, y creyendo que me había vuelto loca me encerraron en un armario empotrado. Luego corrieron a ver cómo estaba el bebé, el cual se había despertado también con mis gritos, y llamaron a la policía. En el intervalo, mientras fueron y volvieron, yo me había lastimado seriamente, tratando de arrancar con las uñas la cal de las paredes para salir del encierro, golpeando mi cabeza contra la puerta hasta fracturarme el cráneo y producir la contusión cerebral.
Ahora me mandan al «cuarto de las ratas», que seguramente es lo que merezco. Papá dice que probablemente no esté mucho tiempo y que iniciará en seguida las gestiones para sacarme de allí y ponerme en manos de un buen psiquiatra.
Mis padres se empeñan en llamar «centro juvenil» al lugar donde me envían pero no engañan a nadie, ni siquiera a sí mismos. Me mandan a un asilo de dementes y no lo comprendo. ¿Cómo es posible? Otras personas han tenido un «mal viaje» en droga y no los envían al manicomio. Dicen que mis gusanos no existen y sin embargo me trasladan a un sitio peor que los féretros y los gusanos juntos. No comprendo lo que hacen conmigo. Creo que me he desgajado de la superficie terrestre y voy cayendo, cayendo para no detenerme nunca. Oh, por favor, por favor, que no me lleven a este sitio; que no me echen con los locos. Les tengo miedo. Dejadme volver a casa, por favor, a mi cuarto, a dormir en mi cama. Te lo suplico, Dios mío.

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