XXIV

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Otro dia
Por fin he hablado con un viejo sacerdote que realmente entiende a
los jóvenes. Hemos tenido una interminable conversación sobre el porqué se fugan los jóvenes de sus hogares; y luego llamó por teléfono a mis padres. Mientras esperaba con él a que le dieran la comunicación me miré en el espejo. No puedo creer que haya cambiado tan poco. Esperaba tener un aspecto avejentado, demacrado y gris, pero creo que esta que interiormente se ha marchitado y deteriorado sigo siendo yo. Mamá contestó por el teléfono de la sala y papá corrió al primer piso para
escuchar con el supletorio. Entre los tres casi ahogamos la línea. No concibo que puedan quererme todavía, y que aún me quieran en casa, pero así es. Me quieren. Me quieren en casa. Se alegraron de oírme y de saber que estoy bien. Y no hubo recriminaciones, ni me regañaron, ni me hicieron un sermón ni nada de nada. Es raro que cada vez que me ocurre algo papá lo deje todo y corra a mi encuentro. Creo que si estuviera efectuando una misión de paz que afectase a toda la humanidad y al universo, la dejaría por mí. ¡Me quiere! ¡Me quiere! ¡Me quiere de verdad! Ojalá pudiera yo amarle a él. No sé cómo he podido tratar a mi familia como la he tratado. Pero voy a renunciar a todo por ellos. Se acabó toda esta mierda. Ni siquiera voy a hablar, o a pensar sobre ello. Voy a dedicar el resto de mi vida a tratar de complacerles.

Querido Diario:
No podía dormir y por eso he estado deambulando por las calles. Tengo un aspecto muy grave porque no quiero que mis padres me encuentren rara cuando lleguen. He recogido mi pelo en una cola de caballo, y he cambiado mi ropa con la de una muchacha, la más conservadora que hallé; también me he calzado un par de zapatillas de tenis que encontré en el arroyo. Al principio, los muchachos con quienes hablé en la cafetería se notaban algo cohibidos a causa de mi aspecto, pero cuando les dije que había llamado a mi familia para que me llevaran a casa, todos parecieron contentos.
Parece inconcebible que durante el tiempo que Chris y yo estuvimos en Berkeley no llegásemos a saber nada sobre ninguno de los muchachos y muchachas que tratamos. Fue, sencillamente, un gran lavadero público donde se despellejaba y se demolía todo y a todos. Esta noche me han hablado de Mike y Marie, de Heidi y Lilac y muchos más. Probablemente utilizaré el resto de las páginas para escribir sobre ello y eso será bueno porque cuando llegue a casa quiero un libro nuevo y limpio. Tú, querido Diario, serás mi pasado. El que compraré cuando llegue a casa será mi futuro. De modo que ahora debo darme prisa y escribir sobre la gente que he conocido esta noche. Me extraña enormemente que tantos padres y muchachos tengan tantos disgustos con el asunto de su pelo. Mis padres siempre me estaban pinchando a causa del mío. Querían que me lo recogiera o me lo cortase, que lo apartara de la cara. A veces pienso que éste fue el mayor obstáculo entre ellos y yo.
Conocí a Mike en la cafetería y, tras explicarle cuál era mi situación y mi curiosidad sobre los motivos de tantas fugas de jóvenes, se volvió muy comunicativo y me dijo que el pelo había sido también uno de sus problemas. Su padre llegó a enfadarse tanto que en dos ocasiones le hizo rapar a la fuerza la cabeza y las patillas. Mike dijo que sus padres le arrebataban su libertad y su poder de decisión. Lo estaban deshumanizando, mecanizando, moldeándolo a la fuerza como a su padre. Ni siquiera le permitían elegir las clases que debía tomar en el liceo. Él quería estudiar arte, pero sus padres dijeron que sólo los golfos y los pusilánimes eran artistas. Acabó abandonando la casa para preservar su personalidad y su sano juicio. Entonces le hablé a Mike sobre el sacerdote que encontré en la iglesia y de sus esfuerzos por lograr un nuevo compromiso entre mis padres y yo. Espe ro que él vaya también a verlo. Después hablé con Alicia, a quien encontré, drogada, sentada en el bordillo de la acera. Ella ignoraba si había huido de algo o si escapé para hacer algo, pero reconoció que, en el fondo de su alma, quería volver a su casa.
Con los otros que hablé -aquellos que tenían casa-, parecían deseosos de volver, pero tenían la sensación de que no podrían, ya que ello suponía renunciar a su identidad. Me hicieron pensar en esos centenares de miles de muchachos y muchachas que abandonaron a sus familias y deambulan de un lugar a otro.
¿De dónde salieron? ¿Dónde consiguen un techo cada noche? La mayoría carece de dinero y ya no tiene adónde ir.
Creo que cuando vuelva al colegio me dedicaré a orientar niños. O quizá fuese preferible hacerme psicóloga. Al menos podría comprender en qué situación están los muchachos y ayudar a compensar el mal causado a mi familia, a repararlo. Tal vez ha sido bueno sufrir tanto, pues eso me hará más comprensiva y tolerante con el resto de la humanidad.

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