Capítulo Tres: La venganza.
Te sientas al frente, ignorando a Gerard que está sentado al fondo, parecen ser las únicas dos personas en detención hoy, y eso es algo que no sabes si es bueno o no, tienes tu labio inferior entre tus dientes, mientras tu mirada pesa sobre la mesa individual frente a ti, si Raymond le da aviso a tus padres, eres hombre muerto.
"Creí que simplemente te dejaría ir, no eres un chico malo."
Su voz suena desde el fondo del salón, juegas con tus dedos y lo ignoras, hasta que escuchas como una silla se arrastra y lo tienes frente a ti, coloca su silla frente a tu mesa, y se sienta, ignorando tu gesto de miedo y de pocos amigos.
"Habla Iero, no eres de los que se mete en problemas porque sí, estás en el cuadro de honor."
Coloca su cuaderno en tu mesa, y estudia tu rostro, sigues ignorándolo, golpea sus manos sobre la mesa, provocando un estruendo, haciendo que parpadearas y saltaras en tu asiento.
"Habla Iero."
"Le dije al profesor Albert, el de matemáticas, que su peluquín parecía una rata muerta de alcantarilla."
Hablaste en un murmuro que él no hubiera escuchado si no tuviera sus ojos puestos en ti, asiente y suelta una risita, notas sus uñas pintadas de negro sobre la mesa frente a ti, no quieres verlo a los ojos.
"¿Y eso es todo? ¿Nada más?"
Asentiste, querías escuchar qué había hecho él para estar aquí, sentiste que quería que le preguntaras.
"¿Y qué hiciste tú?"
"Hum, la pregunta más bien es qué no hice."
Rodaste los ojos cuando alzó sus piernas hasta subirlas en otra mesa, tenía aires de tipo rudo, pero seguía viéndose frágil, como si lo que estuviera haciendo solamente fuera parte de una gran actuación, así como tú.
"Bien, te diré. Me insinué sexualmente al profesor Bryar." Lo dijo tan casual como si estuviera hablando del juego de los águilas negras, y sonreíste, pensando que tal vez era mentira, ¿él no era gay, o sí?
"¿Sólo eso?"
"Oh, vamos, lo dices como si fuera poco, apuesto a que nunca te le insinuaste sexualmente a alguien y que seguramente eres virgen."
Volviste a morder tu labio, ese tema no te gustaba para nada, las cosas referidas al sexo te daban asco y te hacían sentir sucio.
"Iero... ya, dime, ¿por qué hiciste que te metieran a detención?"
"¿Por qué te importa?"
"Porque si no hablamos, probablemente me aburriré de muerte aquí, te informo que estaremos encerrados por dos horas."
"No hice que me encerraran, simplemente estoy aquí, ¿okay?"
"Bien, si no me dirás, entonces te diré porqué hice que me encerraran."
"No me importa, Gerard."
"Pues escucha, lo diré aunque no te importe."
"Bien, sacaré mis auriculares y me los pondré, no me importa toda tu mierda gay."
Sacaste los auriculares de tu mochila y comenzaste a desenvolverlos, él los tomó de improvisto, y sin medir palabras, estiró tan fuerte de los extremos que los rompió, querías llorar.
¿Y ahora con qué ibas a escuchar música a todo volumen cuando ellos comenzaran a gritar?
"¡¿Qué mierda te pasa?!" Estiraste el cable y los tomaste entre tus manos, tu pecho agitado, mientras que tus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
"Te dije que quería que me escucharas."
Habló serio, levantándose de su silla y parándose detrás de esta. Quizás estaba tan quieto porque estaba esperando el momento justo en el que ibas a romper a llorar, pero no le diste el gusto, porque secaste cualquier rastro de lágrimas en tus mejillas, antes de que rodaran sobre tu cara.
"Quizás para ti no tienen importancia, porque puedes salir y comprarte una docena de estas cosas, pero... es diferente conmigo, ¿entiendes? No tienes derecho de... de venir y romperlos, porque no sabes qué valor tienen para mi." Hablaste, aún con la nariz roja y la voz congestionada, él guardó completo silencio, mientras que envolvías los cables rotos y los guardabas en tu mochila, aún con algunas lágrimas naciendo en tus ojos y muriendo en tu mentón. Escuchaste cómo suspiró y volvió a arrastrar su silla hasta el fondo del salón.
