Capítulo treinta y tres: Quedarse.
Tal vez era divertido saltearse las clases con Gerard, era refrescante verlo fumar un cigarro como si su única preocupación fuera esa, o cuando jugaba con tu cabello y te sonreía, o cuando corrían por el pasillo desierto del colegio, agachándose para que los profesores no los vieran desde las ventanas. Una parte de ti tenía miedo de haber conocido esa felicidad, porque sabías que no duraría demasiado, o que cuando se fuera, solamente quedaría esa tibia sensación de haberlo alcanzado.
Los lugares que compartían tendrían ese significado, porque los mejores momentos habían sido con ese arrogante chico de cabello negro y sonrisa de psicópata. Pensabas esas cosas mientras que veías como él quemaba una pequeña hormiga cerca de su ventana, él arrodillado en el suelo, con una lupa en su mano, el cabello cayendo de su cabeza como una cortina negra y grasosa, viste el humo saliendo del insecto, la habitación era sacudida por el fuerte sonido de la música y sólo podías verlo desde allí, acostado en su cama, suspirando luego de ciertos segundos, intentando llamar su ingrata atención.
"Quisiera ser esa hormiga."
Murmuraste, desde lo bajo, él te miró y sonrió, dejando de lado la lupa para acostarse en la alfombra del suelo y llamarte con una de sus manos, hiciste una mueca y negaste, querías que se levantara y se tumbara allí en el colchón, podrían negociar unos besos y caricias, tal vez subidas de tono.
"¿Para morirte?"
Murmuró, estirando su brazo y bajándole al sonido de la música, aún sin levantarse y traer su trasero hasta ti, aunque eso sonara demasiado pretencioso. Tus mejillas se tiñeron y tuviste que rodar los ojos, bajándote de la cama para ir y recostar tu cabeza en su pecho, él seguramente jugaría con tu cabello y acariciaría tu oreja, diciendo que era demasiado pequeña para tu cabeza.
"No siempre quiero morir, Gerard."
Dijiste, decidiendo por sentarte en su cintura, él llevando sus manos a tus rodillas, acariciándolas con la yema de sus dedos, sentiste como tu piel se erizaba en tu nuca, te miró.
"¿Ahora?"
"No."
Sonrió y te acostaste sobre él, besó tu frente, demasiado amistoso como para ser considerado tu amigo. Sonreíste, nunca sabías qué hacer con tus manos cuando estabas cerca de él, ¿tal vez acariciar su cara? te viste metido en esa duda, Gerard seguía llevando sus dedos a tu cuello y rostro, conociendo tu piel y sus imperfecciones, cerraste los ojos y pediste en tu interior que este momento se congelara y se quedaran allí, que murieran así, que sus vidas pasaran de ese modo, sin necesidad de salir de la habitación, no importaba que oliera a hormiga quemada o que el cabello de Gerard estuviera sucio. Sólo querías esto.
"No quiero morir cuando estás."
Dijiste, dejándote llevar por sus caricias suaves y los besos que apenas sentías en tu cara, demasiado perdido, no querías ser encontrado.
"No quiero que quieras morir cuando no estoy."
Dijo, como si hiciera una diferencia.
"Entonces deberías quedarte siempre."
Murmuraste, con miedo, porque pensar en que se quedará, es porque existe una posibilidad de que se fuera. Es la ley de lo opuesto. Silencio, uno, dos, tres...
"Sí."
Dudó.
"Gerard, deberías quedarte siempre."
Volviste a repetir, inquieto, querías que no dudara ahora.
"Sí."
Volvió a dudar, te abrazaste fuerte a su torso, utilizándolo como colchón o almohada, como casa o como nada.
"Deberías quedarte siempre, no es una pregunta."
"Iero..."
"Cállate, Gerard, al menos finge que te quedarás siempre o- o que al menos no piensas en irte por ahora."
"No pienso irme, ¿a dónde iría?"
"No me refiero a- no me refiero a que quieras irte a otro sitio, me refiero a que- a que no deberías irte con otra persona y dejarme de lado, somos- somos amigos ¿no? bueno, a eso me refiero. Aunque si te vas a otro sitio-como -como a otro lugar, entonces tampoco deberías, porque te extrañaría."
Gerard sonrió con sus labios pegados a tu frente, te quitaste para mirarlo, serio, bajándote de su cintura para terminar arrodillado a su lado, esperando a que respondiera con un juramento o al menos una promesa de papel.
"Entonces definitivamente no planeo irme, Frank."