Capítulo 7

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Tras salir de la consulta tenía dos opciones; ir directamente a la parada de buses para volver de regreso a casa o ir a la cafetería que quedaba a unas cuantas cuadras de ahí.

Opto por la segunda, el camino se sintió más corto de lo que realmente era. Entro al pequeño local en el que ya era cliente habitual.

Cuando era pequeño Jay siempre lo llevaba allí por té y galletas después de las citas con Macarena.

Al ingresar el sonido de una campanilla se hizo oír, el lugar contaba con seis mesas y cada una de estas tenían dos sillas. Lindos cuadros adornaban las paredes y cada mesita tenía su correspondiente servilletero en el centro.

En la caja se encontraba Rosemary o simplemente Rose como la llamaba Louis, una señora de unos sesenta años que siempre olía a café y galletas recién horneadas, en definitiva, Rose olía como su local, todo eso combinado con una mirada calma y una sonrisa que le hacía recordar a su abuela.

— Rose. — Exclamo con espontanea alegría, para luego acercarse a la señora y besar su mejilla. — ¿Como estas? — Como por inercia la dulce señora abrazo con fuerza al ojiazul, cuando ya lo soltó tironeo una de sus orejas.

Rosemary miro a Louis son una expresión de reproche en su rostro.  Él la miraba confuso mientras tocaba su oreja, agradeciendo mentalmente que el local se encontrara casi vació. — Que ingrato te volviste pequeño. — Reclamo. — Ni siquiera recordaba el color de tus ojos, niño por dios. — Louis rió ante la exageración de la mujer, aparentemente para Rose no era nada gracioso que el chico se alejará por tanto tiempo de su local, después de todo Rose conocía a Louis desde muy pequeño y le quería como a uno de sus nietos.

— La secundaria me está consumiendo Rose. — Suspiro. — ¿Cómo es eso que olvidaste el color de mis ojos? — Rose rio por la nariz. — Mis ojos son inolvidables. — Louis rió junto a Rosemary.

— Ven siéntate. — Tomo a Louis por la muñeca y lo obligo a sentarse en una de las mesas, quedando frente a frente. — ¡Marta! — Pero que pulmones tenía para su edad pensó Louis. — ¡Marta! — Replico, tras el llamado una joven apareció con una pequeña libreta entre sus manos, se trataba de una de las nietas de Rose. — Prepara una tasa grande de té Yorkshire que el ingrato volvió. — Louis movió su mano en señal de saludo, Marta le miro de manera indirecta e  imito él gesto. — Recuerdas como le gusta él te ¿no? — La chica asintió con su cabeza y cuando ya se iba Rose agrego. — Recuerda que el ingrato toma su té con galletitas de vainilla y mantequilla en cantidades iguales. — Louis inevitablemente sonrio, Rosemary sabía de memoria lo que pedía. Marta agrego las palabras ''galletitas L'', a su libreta para luego dirigirse a la cocina.

— Perdón por no venir a visarte. — Su expresión reflejaba calma. — El ingrato las extrañaba, pero no tenía tiempo. — Rose sonrió.

— Cariño no te preocupes. — Dijo la mujer acariciando una de las manos del chico. — ¿Como esta todo por casa? — Preguntó.

— Bien, mi hermana volvió ayer de su viaje. — Una media sonrisa se apodero de su rostro. — Nos trajo recuerdo a todos, incluso a ti, mi madre en la semana te lo traerá.

— ¡Qué alegría!, la pequeña está de regreso. — Exclamo. — ¡oh! Tu madre la ingrata mayor. — Dijo con fingido enojo. — También se ha alejado de la vieja Rose.

— Lo que se hereda no se hurta dicen por ahí. — Soltó una risita.

Marta salió de la cocina con una bandeja, té Yorkshire por un lado y en un lindo plato de porcelana cinco galletas de mantequilla y otras cinco de vainilla. Dejo él té y galletas frente a Louis, ''que tenga buen provecho'', menciono la muchacha para después irse rápidamente a la cocina, ni siquiera dejo agradecer al ojiazul.

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