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Los rayos del sol pegaban en la camioneta blanca donde dormía René, el frío viento de las montañas era contrarrestado por el cálido aire acondicionando, iba él, su primo y un par de amigos con ellos, ninguno bien conocido, pero nunca esta mal conocer gente nueva, no eran raras las salidas repentinas, era un martes y Rene se había tomado un año sabático, estaba en la semana de su cumpleaños, el viernes, pero no iban hacia las cabañas por eso, era algo más espectacular. Paso cerca de una hora y media, el sol estaba a baja altura, tal vez eran las 10 de la mañana, el sol esplendoroso que hacía que el roció de los árboles destellara como un valle de espejos. Bajaron del carro, el frío de la mañana hizo que se le erizaran los pies, con sus Adidas clásicos, un pantalón de mezclilla rasgado, una camisa de vestir y una chamarra impermeable café, adornaban sus piel morena, ojos cafés y cabello negro, erizados por el aire puro de las coníferas que enfriaban su respiración.
–Primo–grito su primo Eduardo
-¿Qué pasó?
–¿Pues que crees? Ya se que la cabaña está bonita pero aquí afuera no hay fogata, éntrale.
-Ya pues
Una vez tenido la amena platica con su primo, se calento las manos y entro a la cabaña que más que una rústica casa era más avanzada de lo que esperaba, había fogata de gas, televisión, lavaplatos y todo eso era particularmente extraño para un pueblo, pero cumplía más que bien su función. La visita era una propuesta particular, solo alcoholizarse el fin de semana, pero en cuanto todos estaban en la sala, una chica que no conocía les dijo:
•¿A lo qué vinimos no?
Acto y seguido saco de su morral una charola con plástico unos pastelitos, René sabía de que se trataba, pero como él siempre había sido curioso y además no estaba tan intranquilo como para rechazarlo; se pasaron la charola tomando sus pastelitos, al principio no se sentía nada, solo un sabor pastoso y bastante fuerte en la boca pero después René se sintió muy relajado, pero no duro mucho. Mientras la gente estaba en su alucine, el solo observaba a la chica que le dio los pasteles, era bastante extraña, escribía constantemente y parecía que tomaba fotos a juzgar por la posición de sus manos alzadas hasta la cara, era imposible que estuviera hablando con alguien, en aquel lugar no había señal en lo absoluto, pero ella no solo mandaba si no que recibía, el se asustó un poco, nadie había tenido señal desde que llegaron, se preguntó a sí mismo "¿Por qué nos tomaría fotos?" Como el siempre decía "las malas ideas se vuelven peores con el tiempo" de alguna manera, el ambiente de estar aislados o por lo que sea no lo hacía sentir seguro y tras la broma de "Nos quieren sacar los órganos" que le dijo su primo, salió de la casa y fue a una cabaña cercana, saltando la vaya que estaba en el jardín, ahí se topó con un matrimonio con dos hijos, René se acerco a la mujer:
-Necesito llamar a mi madre
La mujer no parecía sorprendida y rápidamente tomó su teléfono, pero las cosas sucedieron o muy rápido que René solo se desorientó más. La mujer insistía que le diera el teléfono de su madre pero paró en seco, apuntando a la entrada de su casa a dos personas, un hombre y una mujer que en su vida había visto; "Ellos son tus tíos y te van a ayudar" hubiera ido, de no ser que él iba con su primo. Nuevamente, saltó la reja y corrió hacia el bosque, cayéndose y levantándose, sin voltear a ver, supo que alguien lo seguía, él solo huía de lo que fuera que viniera detrás. No supo cuánto pasó, si es qué pasó el tiempo, solo quería volver a casa. Salto vaya tras vaya, alambrado tras alambrado, sus Adidas clásicos estaban empapados y rotos, su pantalón aún más, y se cortó la mano tras saltar otro alambrado, en el que un hombre estaba arreando ganado, ovejas para ser específicos, de todas los colores, cafés, amarillentas, blancas, tintas, y el hombre en el centro de barba blanca, de casi dos metros y una vestimenta bastante más humilde de lo que esperaba
-Disculpe señor ¿Donde estoy?
—No lo se chico
-¿Sabe que hora es?
—No lo se chico
-Señor ¿Voy a morir?
—La vida no se puede predecir, no puedes predecir la vida no sabes cuando puede nacer alguien, y si lo haces, no cambiaría nada, la muerte es igual, yo puedo decidir el día en el que curtiré a mis ovejas pero ¿quien dice que si yo no lo hubiera decidido no hubiera muerto?
-Señor ¿Como puedes saber tanto si eres un hombre de campo?
—No puedes juzgar a un hombre por su vestimenta, no puedes juzgar a una oveja por su lana, pero desde luego una choza de humilde construcción no impide que tenga estanterías repletas de libros
-Señor ¿Puedo vivir?
—Eso no lo determina nada, solo el futuro
René levantó la cabeza y salió corriendo de vuelta al monte, no miró hacia atrás pero si lo hubiera hecho, se daría cuenta que no había ni valla, ni ganado y ni hombre de barba blanca. Corrió durante horas, todo, los hongos, el musgo, los pinos y el frío parecían crecer al mismo tiempo que él se movía, todo se movía con él al mismo tiempo, como si el tiempo fuera algo que corriera alrededor de la gente y al mismo tiempo la gente yendo a la vez. Llegó a una verja que saltó casi con experiencia abominable, pero igualmente cortándose torpemente. Llegó a una planicie y finalmente calló rendido al piso, miró las estrellas, y escuchó una canción familiar, como cuando estaba en la secundaria y escuchaba música con su mejor amigo, esa tonada le traía seguridad pero sobretodo, tranquilidad. Estaba escuchando "The Battle of Evermore", veía al sol y la luna en un eterno baile, las estrellas aplaudían su majestuoso movimiento, cantando la canción a coro, los meteoritos tocando la batería, las dunas d en arte haciendo de guitarra, ese show le hizo pensar a René que la muerte tal vez ya no era algo malo, se imaginaba en aquel momento, siendo uno con la el universo, era tan sencillo como cerrar los ojos y vivir, pero no era la ocasión. Trato de cumplir su cometido, pero escucho camionetas, gente gritando por él, linternas apuntando una y otra vez, reanudó su deambular. Huyó de la colina como un velocista, el baile que había visto había desaparecido, pero eso fue lo menos importante, lo importante es que vio una carretera. Solo pensaba en estar a la expectativa de un automóvil con familia, pero todos se parecían a la del secuestrador, vio una especial segura, una donde iba una vecina. Paro como pudo o camioneta que lo dirijo a un pueblo en donde tenía gente que lo recibiría, una humilde casa, en ella vivían una madre y un hijo, donde René tuvo una oportunidad d e hacer una llamada, un poco más larga de lo que se imaginaba. Treinta y siete minutos estuvo pegado al teléfono, diciéndole a su madre, placas de automóvil, descripciones de la cabaña, los nombres de todos los que fueron, la camioneta de los secuestradores y donde se encontraba con pelos y señales, lastima que se acabó la llamada, entonces hablo con la mujer
+Estas lejos de casa
-Eso creo
+Llevar mala vida te provoca eso
-¿Disculpe?
+Dios castiga a los pecadores y tú todavía estás a tiempo de enderezar tu camino
•Madre ya no lo atosigues, ven aquí atrás
El chico lo llevo a una salita con dos sillitas como para niños, tomaron asiento y comenzaron una plática
•Se que mi madre es muy intensa
-Dime honestamente ¿Hay gente violenta en esta zona?
•¡JAJA! Lo que se ve no se pregunta
-Dime
•Lo que se ve... no se pregunta
René solo quiso irse y lo hizo, su primo llegó a recogerlo y como en el inicio, los rayos del sol pegaban en la camioneta blanca donde dormía René, camino a la gasolinera para ver a sus padres, cuando los vio se desbordó de felicidad, los abrazo como nunca en mucho tiempo y lloro a cántaros, todos estaban contentos. Pasaron casi dos días en los que camino casi 50 kilómetros y durmió un hora, pasaron tres semanas en las que él no quería salir de su casa, después de casi dos meses se había recuperado, la noticia que le llegó fue espeluznante, en un periódico: "En la zona de ———————— se descubre una red de secuestradores que...." paró en seco, tal vez había cosas que era no mejor saberlas.

Silent wordsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora