Capítulo 17

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Hola, arriba os dejo la canción con la que imaginé la huida de Amalia, espero que os guste.

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Corro sin un rumbo fijo, no sé a dónde voy y tampoco me importa, solo quiero huir, alejarme, no quiero pensar, solo me dejo llevar, dejo que sean mis pies y no mi cabeza quien decida mi destino, si que es que acaso voy a algún lugar, tal vez solo estoy corriendo por correr, pero no me importa, nada me importa.

Todos los recuerdos de mi vida vienen a mi mente, mis abuelos, mis padres, Max, los chicos de mi clase, del instituto, mis compañeras de la cafetería donde trabajaba después de que mis padres me echaran, Mazikeen, mis compañeros y compañeras de los trabajos que tuve después de que Mazikeen me echara, Amón, Carson, todos.

Las lágrimas caen por mis mejillas, dejo que corran, no me importa, estoy cansada de hacerme la fuerte, de tener una sonrisa y decir que todo está bien, de que la gente no sé de cuenta de lo rota que estoy, y piensen que soy inocente, cuando la verdad es que me doy cuenta y lo ignoro; no soy inocente, estoy cansada, que no es lo mismo.

¿Por qué todo me pasa a mí?, ¿por qué el destino se empeña en hacerme sufrir?, solo quiero ser normal, ser normal y tener una vida normal, lejos, lejos de todo esto, lejos del pasado, lejos de Mazikeen y los demonios, lejos de Amón y el resto de alphas, lejos de esta maldita condición, pero sobre todo, lejos de la tristeza y el dolor.

El tiempo pasa, me doy cuenta, la tarde ha pasado y el atardecer ha llegado. Dejo de correr y me pongo a andar, no sé dónde estoy, solo sé que he estado corriendo por el bosque, ni siquiera sé en qué dirección. A lo lejos veo una casa, no hay luces, parece abandonada, me dirijo hacia allí.

Al estar frente la casa, me parece familiar, creo que yo he estado aquí, es una casa campestre, cerca de unas pequeñas montañas, hay un pueblo cerca de aquí por lo que puedo ver, y a diferencia de la casa, el pueblo parece habitado, puedo ver luces y humo salir de las chimeneas, no puedo ver muy bien el pueblo, la lejanía y los árboles no me lo permiten, lo cual me resulta aún más familiar, lo dejo estar y entro en la casa.

La puerta cruje ante la fuerza que uso para abrirla, al entrar me doy cuenta que lleva sin usarse durante años, todo está lleno de polvo y telarañas, es bastante deprimente, lo cual encaja con mi estado de ánimo.

Recorro la planta baja con cuidado, no quiero llevarme más telarañas de las necesarias, hay un comedor, una salita, una cocina y un baño. Subo las escaleras con mucho cuidado, la madera cruje con cada paso que doy, es como si pudieran romperse con mi peso, algo que no deseo, no quiero quedarme atascada aquí.

Las escaleras terminan en un pasillo, igual que hice con la planta baja, me pongo a mirar lo que hay, lo sé, soy muy curiosa. Aquí hay otro baño, lo que parece una habitación de invitados, la habitación principal, una habitación para trastos;  cada vez más siento que he estado aquí, no sé porqué, no sé cuándo, pero he estado aquí. Solo me queda una puerta por abrir, la última del pasillo, cojo la manija de la puerta y la abro.

Tengo que taparme la boca con la mano para no soltar un grito, mis ojos pican y las lágrimas no se hacen de esperar, mis piernas tiemblan y en cuestión de segundos estoy de rodillas en el suelo, no me creo lo que tengo delante, no me creo que esta sea esa casa, no puede ser.

-Este es mi cuarto - digo en un susurro con la voz rota.

Delante mío está el cuarto el cual, durante años, fue mi refugio, el único lugar donde me sentía segura y tranquila, donde me encerraba para no tener que ver a mis padres, para huir de sus gritos, de sus quejas, y algunas veces, hasta de sus golpes; este es el cuarto que usé mientras tuve que estar con esas personas que tenía que llamar padres.

El tiempo ha pasado y los años han desgastado las cosas, pero las reconozco, mi cama con las sábanas de flores, mis escasas muñecas, mi escritorio con pegatinas de mariposas, el espejo donde me arreglaba cuando era una niña e iba a visitar a mis abuelos; todo está tal y como lo dejé, todo en su lugar, desgastado, con polvo y telarañas, pero son los mismos.

Aún temblorosa, me levanto y me acerco al espejo, mi reflejo se ve amarillento por el polvo que tiene, pero a pesar de eso puedo ver mi rostro, parece mentira que haga casi cuarenta años desde la última vez que me vi en este espejo, no he cambiado mucho desde entonces, al menos en cuanto a aspecto se refiere.

El tiempo parece detenerse, aunque sé que solo es mi impresión, me acerco a la ventana y la abro, fuera ya es de noche, una noche sin nubes, donde las estrellas brillan en el cielo y la luna resplandece en lo alto. Esta imagen me relaja, me calma, me hace rememorar algunas cosas de mi pasado, cuando me despertaba por las noches y me quedaba dormida mirando a la luna.

El viento es fresco, pero no tengo frío, es más, me es agradable, no quiero moverme, no quiero irme, no quiero pensar, solo quiero guardar este momento para siempre, aquí, en mi cuarto, sola, tranquila, y feliz, verdaderamente feliz, como hacía mucho tiempo que no lo era, donde mi única compañía es la noche.

-Por fin te alcanzo - doy un respingo por la sorpresa, ¿pero qué? - doy gracias de ahora tener parte de tu velocidad - me doy la vuelta y lo veo.

-Amón.

-Perdón por lo de antes, yo... - hago un gesto para que se calle - Amalia.

-No, Amón no, estoy cansada de tener que aguantar tus enojos, de tener que oír tus regaños, no puedes hablarme así y después venir a disculparte, así no funcionan las cosas.

-Por favor, solo dame otra oportunidad, puedo cambiar.

-¿Estás seguro de eso?, porque por lo que he visto, yo diría que no - él agacha la cabeza.

-Lo siento, pero lo de Rebeca aún me afecta - dice levantando un poco la cabeza para mirarme.

-Eso no es escusa - digo y él vuelve a agachar la cabeza - te entiendo y lo respeto, sufriste y por eso desconfias, pero no puedes pedirme estar contigo cuando aún no has superado lo de tu exmate.

-Sí lo he superado - dice con una voz insegura, que ni él se cree lo que dice.

-No, no lo has superado, y me niego a seguir sufriendo, ya he sufrido bastante, no más - digo con voz temblorosa, él se acerca a mí a gran velocidad y me abraza.

-Yo no dejaré que sufras - me dice suavemente al oído, yo me río, una risa suave y muy lejos de ser alegre.

-Ya estoy sufriendo - él me abraza más fuerte, pero yo sigo sin corresponder a su abrazo.

-Déjame aliviar tu dolor, déjame amarte y hacerte feliz.

-Lo siento, pero es demasiado tarde - digo frustrada, él se separa un poco y me mira, yo solo agacho la cabeza - no creo poder ser feliz nunca más.

Lo empujo para deshacer el abrazo y alejarlo de mí, empiezo a caminar a la salida del cuarto, sigo con la cabeza gacha, no quiero verlo, no quiero que me vea derrumbarme, por mucho que él diga, soy consciente de que él solo me quiere porque somos agnes, no porque realmente me ame, y eso duele, no puedo ser feliz con él, es un hecho.

-No - lo oigo gruñir.

Acto seguido siento mi cuerpo impactar contra la pared y a Amón aprisionarme, me quejo por el dolor del impacto, antes de poder siquiera intentar alejar a Amón, él me muerde en el cuello, grito del dolor, quema, quema mucho. Poco a poco voy perdiendo todas mis fuerzas, me pesan los párpados, y no creo poder mantenerme consciente por mucho más tiempo.

-Lo siento - le oigo decir, pero su voz la oigo lejana - pero no te dejaré ir - y eso es lo último que escucho antes de caer en la oscuridad.

Amalia *Completada*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora