Introducción, parte 2

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Drake y el dragón caminaron durante mucho tiempo. La criatura, con su Jinete dormida (inconsciente, según él) tumbada en su lomo, afirmaba poseer un sentido de la orientación excelente. Sin embargo, admitió a regañadientes la ayuda de Drake, que conocía la dirección gracias a haber subido a su cabeza momentos antes.

El niño caminaba a su lado, esforzándose en mantener el ritmo y tarareando ausente. De pronto, el dragón se detuvo. Olisqueó el aire, y sus escamas se erizaron. Lobos. Dijo, en tensión. Licántropos, a juzgar por la luna llena. Quédate detrás de mí.

Mirando a su alrededor preocupado, hizo lo que su guardián le indicaba. Empezaron a oírse aullidos en la distancia, y un golpeteo producido por varias docenas de patas sonaba cada vez más fuerte. Cada vez más cerca.

De improviso, aparecieron un par de ojos entre la espesura, grandes y amarillos. Después apareció otro, y otro más. Pronto estuvieron rodeados de ellos.

Niño. Súbete a mi lomo, muy despacio. Era el dragón, que había adoptado una postura tensa, con todos los músculos en tensión y los dientes al descubierto. Los lobos gruñeron, anticipándose a la lucha.

Lentamente, Drake se dio la vuelta y se aferró a dos escamas con las manos. Eran tan grandes como sus palmas, pero de alguna manera consiguió escalar hasta la mitad usándolas como asidero.

Los gruñidos aumentaron de volumen.

Cuando ya casi estaba arriba, uno de los lobos, el más grande, saltó. El peludo animal aterrizó en el lomo del dragón, a un palmo de distancia de la cara de Drake.

Bestia y niño se miraron durante unos segundos. Entonces, el licántropo echó la cabeza hacia atrás y aulló.

Fue un sonido penetrante, que rasgó el aire y rompió el silencio del bosque.

Aquella pareció ser la señal que los demás estaban esperando. Con ladridos triunfales, se abalanzaron sobre el dragón, que empezó a retorcerse para evitar los asaltos. Aquello desequilibró a Drake, que se agarró a las escamas tan fuerte que se cortó las manos. El lobo que estaba en el lomo del reptil también sufrió el movimiento. Aprovechando su distracción, Drake se impulsó lo más alto que pudo con las piernas y empujó al animal. Aunque el empujón no fue demasiado fuerte, sirvió para que el lobo estuviera a punto de caerse, pero consiguió hundir las garras en la carne del dragón y quedarse colgando de un costado. Drake aprovechó la distracción y se subió al lomo completamente, con la Jinete inconsciente detrás y el lobo delante de él.

No tenía armas. No tenía la fuerza ni el valor suficiente para volver a empujar al lobo, que seguía intentando subir desesperadamente. A lo mejor podía usar algún pedazo de la armadura de la Jinete para...

¡La Jinete! Interrumpiendo el curso de sus pensamientos, el niño se dio la vuelta hacia ella. Colgando de su cinturón, había una espada larga y de aspecto pesado. Al desenvainarla, sin embargo, descubrió que el arma era mucho más pesada de lo que parecía; apenas podía levantarla con las manos, pero al menos tenía algo con lo que defenderse del lobo.

Un gruñido le hizo darse la vuelta. El animal había conseguido subirse, y parecía furioso. Mortal.

A duras penas, Drake levantó la espada, al mismo tiempo que el lobo saltaba directo a él, con la boca abierta y los ojos amarillos fijos en el niño con la espada en las manos.

El pequeño cerró los ojos, preparándose para el impacto. El animal cayó sobre él, milagrosamente sin tirarlos a ambos al suelo. Drake esperó, con los ojos apretados y un miedo terrible, a que el lobo terminara con él. Sin embargo, eso nunca llegó a ocurrir.

Lentamente, abrió los ojos, encontrándose cara a cara con el morro del lobo, apenas a unos centímetros de distancia. Tenía los ojos muy abiertos, aparentemente sorprendido por la espada que le atravesaba la barriga de parte a parte. Estaba muerto.

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