A las once en punto, justo a tiempo para comenzar los entrenamientos de la tarde, Drake llegó sin aliento a uno de los patios interiores. Resollando, se dirigió a Peter, que en esos momentos estaba charlando con dos esfinges, un macho y una hembra, que lo escuchaban con suma atención:
—Entonces el hombre dijo: ¡Es que yo conduzco! —Peter se echó a reír mientras sus interlocutores lo miraban confusos—. ¡Oh, vamos! ¿No lo entendéis?
Entonces el centauro se giró hacia Drake. Sus ojos se iluminaron de alegría al verlo.
—¡Drake, seguro que tú entiendes el chiste! Es sobre un hombre que entra a un bar con su caballo... —su mirada entonces se posó en algo que estaba detrás de Drake. Su expresión cambió al miedo y después al asombro, y solo atinó a decir—: Hala.
Drake giró sobre sus talones, quedándose cara a cara con un morro lleno de cicatrices que había aprendido a reconocer. Se cruzó de brazos cuando le dijo, mentalmente:
No creo que debas estar aquí. La directora dijo que todos los dragones deben permanecer en las dragoneras durante las clases.
Me gustaría ver cómo lo intentan. Omega sonrió, enseñando los dientes en una mueca aterradora. Quiero decir, dragón enorme, humanos enclenques... Haz las cuentas.
Como para demostrar su punto, giró su cabeza hacia los amigos de Peter, que lo miraban con miedo. Gruñó suavemente. La esfinge macho, cuya mitad inferior era la de un león blanco, emitió un ruido agudo y salió por patas, nunca mejor dicho. La otra, más valiente o más estúpida, le gruñó de vuelta, con los dientes al descubierto. Como respuesta, Omega abrió las alas al máximo y rugió. Fue un sonido aterrador, capaz de hacer dudar al demonio más grande, capaz de hacer huir al ejército más numeroso, capaz de provocar desmayos o incluso ataques al corazón al mercenario más valiente.
La esfinge se quedó quieta, como un ratón frente a una serpiente, con los ojos abiertos como platos y la cara congelada en una expresión horrorizada. Después huyó tras su compañero, con la cola entre las patas. Drake miró a Omega, que se lamía las patas como si nada hubiera pasado.
¡¿Por qué has hecho eso?! Por primera vez en su vida, Drake estaba verdaderamente enfadado. No podía quedarse parado viendo cómo alguien hacía daño a inocentes, dragón o no. ¡No te habían hecho nada!
Me estaban molestando. Omega se giró y comenzó a jugar con su cola, enroscándola entre sus patas y dando zarpazos al aire.
¡No te hicieron nada!
¿Qué más te da? No los conoces. No has hablado nunca con ellos, ni una sola vez.
¡Eso no importa! Inspiró hondo. Más calmado, añadió: No puedes hacerle eso a la gente. Eso está mal. Mis padres siempre me dicen que tengo que ser amable con todo el mundo. Tú también, aunque seas un dragón. Si todo el mundo fuera amable, el mundo sería un lugar mejor, ¿no crees?
El dragón se enderezó y lo miró fijamente, con curiosidad.
Bueno. Puede que no seas una pérdida de tiempo, después de todo.
Entonces abrió las alas y comenzó a batirlas: Flap, flap, flap. Levantando fuertes corrientes de aire, alzó el vuelo y se alejó por el aire. Sin embargo, no llegó muy lejos. Grácilmente, como un halcón atrapando a su presa, se posó en una de las torres de la muralla y se enroscó como una lagartija gigante a la estructura cilíndrica.
Drake miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba solo. Había muchos niños de su edad a su alrededor, mirándolos a él y a Omega con expresiones entre el asombro y el miedo. El patio estaba mayormente en silencio, a excepción de un par de cuchicheos de los alumnos del fondo. Drake dio un paso atrás, tratando inútilmente de esconderse, de que dejaran de mirarlo tan fijamente. Fue entonces cuando Peter se acercó a él, con la mirada fija en la multitud.
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Omega
FantasiHace muchos años, tantos que es imposible recordar cuántos, había muchos Jinetes. Jinetes de dragones. Estos Jinetes poseían el Vínculo, un enlace divino con el que podían comunicarse con sus esbeltas y terribles bestias, un enlace tan fuerte que...