Capítulo XX: ¿Tu carta es el as de corazones?

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La graduación se celebró, sorprendentemente, en uno de los patios. Drake supuso que era porque no había ningún otro lugar donde pudieran caber todos los alumnos, sus padres, los dragones y todos los profesores con los que habían tenido clase. Aunque, pensándolo bien, tenía bastante sentido que se celebrase allí.

A su lado, Peter le dio un codazo con su brazo bueno.

—¿Vas a venir, o prefieres quedarte embobado mirando el patio?

Drake se encogió y posó su mirada en el suelo, nervioso. Aunque sabía que su amigo lo decía en broma, no pudo evitar la sensación de culpabilidad que invadió su mente en oleadas. Agachó la cabeza y asintió rápidamente.

—Sí, vamos.

—¡Eh, Grayhill! —El niño pelirrojo saltó ante la voz chillona, que resultó pertenecer a una niña de primer año que acababa de llegar con sus amigos—. ¿Podemos firmar tu escayola?

Drake tocó el hombro de su amigo para llamarle la atención, ya que el centauro había estado de espaldas cuando la niña hablaba y, por lo tanto, no había podido escucharla. Afortunadamente, Peter entendió la situación sin necesidad de palabras. Nada más ver el rotulador extendido hacia sus escayola y la mirada esperanzada de la niña, Peter sonrió, entusiasmado, y le tendió su brazo escayolado.

—¡Claro!

El yeso que mantenía inmóvil su extremidad herida estaba tan cubierto de pegatinas, firmas y dibujos que ya no parecía una escayola en absoluto, pero a la niña no pareció importarle. Firmó con un rotulador permanente (cuyo olor a químico quemó las fosas nasales de Drake incluso a casi un metro de distancia) en aquel galimatías de colores y formas mientras charlaba con Peter, quien respondía con su parloteo característico. Drake observó el intercambio en silencio, sin atreverse a intervenir. Finalmente, la chica sonrió satisfecha y les pasó el utensilio a sus amigos.

Desafortunadamente, el rotulador pasó primero por la camisa de Drake, manchándola de forma irremediable con su tinta negra como la pez. Ella se disculpó inmediatamente, pero el daño ya estaba hecho. Drake observó la mancha, cada vez más grande, tratando de no mostrar el fastidio que sentía en su interior.

—No pasa nada —le aseguró a la niña, que parecía aterrorizada. Se giró hacia Peter—. Voy a limpiarme. Guárdame un sitio, ¿vale?

—¡Sí, capitán, por supuesto! —Imitó el saludo militar y le guiñó un ojo—. ¡Pásatelo bien!

—Eh... ¿Gracias?

Después de unos minutos de frotar la mancha de tinta sin resultado, Drake se rindió. El olor del jabón de la Academia, limón mezclado con menta, lo estaba mareando demasiado como para poder pensar con claridad, y la frustración estaba haciendo que frotara la tela con cada vez más rabia. Además, no había conseguido nada. La mancha seguía ahí.

—¿Necesitas ayuda?

Drake saltó ante la inesperada voz. No había nadie más en el baño, pero le había parecido escuchar un susurro. Levantó la mirada hacia el techo, prestando especial atención a la rejilla de ventilación, que parecía un poco suelta.

—Sé que estás ahí, Amber —dijo, algo irritado.

Por extraño que sonara, su amiga tenía un apego inexplicable a reptar por los conductos de ventilación. La presencia de Amber, relajada y despreocupada como nadie, normalmente lo animaba, pero ahora no estaba de humor para hablar con nadie.

Esperó a que la chica bajara, y cuando no lo hizo, se empezó a preocupar.

—No hay nadie, puedes bajar.

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