Capítulo III: Las promesas de meñiques son sagradas

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Drake subió las escaleras rápidamente. Antes de entrar en su habitación, sin embargo, echó un vistazo al salón, donde sus padres hablaban en voz baja con el general y los guardias. Su padre parecía preocupado. Su madre, aliviada.

Drake sabía que, en cierto modo, siempre había sido una carga. No solo por el hecho de que más de la mitad del vecindario le odiara sino, más bien, porque él no era como sus hermanos. No era sociable ni hablador como Ethan, ni tampoco era fuerte como los mellizos; ni siquiera era inteligente como su hermana Lilith. Él era el raro, la oveja negra, con su carácter retraído y su aversión por las multitudes y los ruidos fuertes. Él era el diferente, y eso no era algo bueno.

Por eso, irse lejos era probablemente lo mejor que le podría haber pasado. ¿Irse a la Academia? Todavía mejor.

Cuando abrió la puerta de la habitación, se sorprendió al ver a todos sus hermanos allí, mirándolo expectantes.

—¡No nos dejaron quedarnos abajo! —Exclamó Emma, mientras su hermano asentía en acuerdo.

—¿Quién era el hombre del uniforme? —Preguntó Ethan desde debajo de una de las camas.

Drake miró a su alrededor con una pequeña sonrisa en los labios, deseando darles la noticia pero, al mismo tiempo, temeroso de su reacción.

—¿Quieres decirnos algo, cachorro?

De alguna manera, Lilith siempre se las había arreglado para averiguar lo que pensaba. Su hermano asintió ansioso, pensando en las palabras adecuadas. Su sonrisa se amplió cuando por fin dijo, alzando los brazos:

—¡Me voy a la Academia!

Todos respondieron con vítores y aplausos. Sabían lo mucho que le entusiasmaban la Academia y los dragones, y se alegraban mucho por él. Entonces, se dieron cuenta de algo. Ethan lo puso en palabras, saliendo de debajo de la cama y con los ojos cristalizados.

—Entonces... ¿Eso significa que te vas?

Drake se puso frente a él, agachándose hasta quedar a su misma altura.

—Sí, me voy, pero ¡no estés triste! Os escribiré todos los días, sin falta.

—¡Promesa de meñique! —Exclamó él con la voz algo temblorosa. Drake asintió y ambos entrelazaron sus meñiques, sellando el pacto. Ethan pareció entonces mucho más aliviado, como si se hubiera quitado un gran peso de encima—. Recuerda: Si incumples la promesa, ¡tendrás que cortarte el meñique!

—¿De dónde has sacado eso? —Se rió Drake. Su hermano nunca dejaba de sorprenderle.

Después de eso, todos ayudaron a hacer las maletas, acabando en apenas quince minutos. Drake no sabía si la Academia tenía uniforme o si podían llevar la ropa que quisieran, pero por si acaso metió ropa suficiente como para vestir a toda su familia durante varias semanas. También metió una caja llena de cosas que había ido recogiendo durante años y que le recordaban a casa: sus figuritas de dragones, un trozo de la manta favorita de cuando era pequeño, un fajo de cartas, unos cromos de animales y un montón de chapas, piedras y joyas encontradas en el suelo. Ninguna de esas cosas tenían valor real, pero para él eran tan valiosas como el tesoro de un dragón.

Además, en una mochila metió un estuche con lápices, bolígrafos y otras cosas para escribir, una libreta pequeña por si tenía que apuntar cosas y una cartera con todo el dinero que tenía; que aunque no era demasiado, sería útil en caso de emergencia.

Bajó con la pesada maleta a cuestas, la mochila en la espalda y una emoción que no le cabía en el pecho. Sus hermanos trataron de ayudarlo a llevar las cosas, pero Drake les aseguró que se las apañaba bien solo. Aun así, todos insistieron en seguirlo como un grupo de patitos perdidos tras su madre.

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