Capítulo XII: Los amigos no mienten

306 46 1
                                    

Drake se despertó en un hospital.

No era como un hospital de pueblo, de camas simples y paredes blancas, ni la enfermería de la Academia, con sus camillas baratas y sus luces de neón que hacían daño a los ojos si las mirabas demasiado tiempo.

La cama era grande y blanda, las sábanas no tenían arrugas y las almohadas estaban frescas, como si acabara de tumbarse. La cama estaba en el centro de una habitación pequeña de paredes verdes, con una ventana desde la cual se veía el cielo azul y un cristal en la pared contraria a través del cual podía verse un pasillo, lleno de personas vestidas con batas blancas que caminaban apresuradamente a quién sabe dónde.

A su lado había una mesita de noche donde un globo amarillo, medio desinflado ya, parecía observarle exhibiendo una amplia sonrisa y unos ojos vacíos que parecían dibujados con un rotulador permanente. Atada al hilo del globo, había una de esas tarjetas con un animal sonriente que transmitía el anodino mensaje de "¡Recupérate pronto!"

Drake alzó el brazo que no estaba vendado, haciendo una mueca por la punzada de dolor que pareció atravesarle el pecho.

En el interior de la tarjeta había dos firmas: una, en la letra desordenada de Peter, estaba escrita con sus bolígrafos de colores; la otra, que consistía en el nombre de Amber en letra pequeña, junto con un pequeño dibujo de un muñeco de palitos que estaba... ¿Sangrando? Junto a las palabras "Este eres tú".

Una pequeña sonrisa asomó por los labios agrietados de Drake. Incluso cuando estaba solo, sus amigos estaban con él, estuviera donde estuviese. Pero ¿dónde estaba Drake ahora? Era un hospital, claramente, pero no era la enfermería de la Academia. Podría ser cualquier sitio.

Iba a levantarse para mirar por la ventana, cuando escuchó un golpe que parecía que venía del techo. Después escuchó una maldición ahogada y las palabras:

—¡Psst, Drake! ¡Aquí arriba!

¿Amber? No, eso era imposible. Su amiga podía hacer muchas cosas, pero no podía atravesar las paredes. Eso era imposible, ¿no? A menos que...

Una rejilla metálica salió disparada de la pared haciendo un ruido sordo. Después de la rejilla vinieron unos pies, unas piernas, un torso y, finalmente, el cuerpo delgado de Amber cayó desde el conducto de ventilación, con tan mala suerte que perdió pie y se desplomó contra el suelo.

—¡Amber! —Drake se levantó de la cama sin pensarlo demasiado, decidido en ayudar a su amiga.

Sin embargo, enseguida su cuerpo entero protestó, enviando punzadas de dolor en músculos que Drake ni siquiera sabía que tenía. Con una exclamación sorprendida, cayó al suelo.

O, mejor dicho, caía. De repente, Drake sintió unos brazos que le agarraban de la camiseta, frenando su caída a tan sólo unos centímetros de separación entre su cara y las baldosas.

—¡Quieto, loco! —La voz de Amber sonaba informal, ligeramente divertida, pero también había un tinte de preocupación en sus palabras.

Con cuidado, Amber lo arrastró a la cama, donde ambos se desplomaron poco después agotados por el esfuerzo.

Entonces, su compañera le miró con expresión de reproche.

—Drake Aitken. ¿En qué estabas pensando, poniéndote en peligro así?

¿Estaba enfadada? Amber casi nunca se enfadaba con nadie, y menos con Drake, pero puede que esta vez hubiera metido la pata. El niño comenzó a disculparse atropelladamente, pero Amber le cortó con un gesto de la mano. Sonreía.

—No estoy enfadada, tonto. Estaba preocupada. ¿Quién me ayudaría con mis bromas si tú murieras, eh?

—¿Peter? —Dijo Drake, dudoso. Amber agitó las alas en señal de desdén.

OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora