Capítulo XXII: Entre personas, edificios y loros gritones

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Drake empezó su rutina como normalmente. Desayunó con Peter en el comedor comunal de la base de la Academia en Plycia. Se puso la mejor ropa de civil que tenía (hoy tocaba patrulla de incógnito, así que tenía que "vestir normal", fuera lo que fuera eso). Se despidió de Peter, quien tenía que revisar un concierto en la otra punta de la ciudad. Por último, se echó a las calles y comenzó a patrullar.

La ciudad era horrible, especialmente el centro. No era que fuera fea, o sucia en ningún sentido. No, lo que Drake odiaba de la ciudad era la gente. El ruido. El caos. El desorden.

Tampoco disfrutaba las patrullas. Sobre todo, cuando tenía que vestir de civil. Al menos, cuando llevaba el uniforme de la Academia la gente no lo molestaba, y podía pasear por las amplias calles en compañía de Omega. Pero las patrullas de incógnito eran una tortura.

La semana pasada, Peter le había regalado unos auriculares de aislamiento acústico, como regalo de graduación. Drake no recordaba haberle dicho nada sobre lo mucho que le molestaba el ruido, pero debió haberlo mencionado sin darse cuenta. Peter lo había escuchado (con sus audífonos nuevos, regalo de graduación de Amber y Peter), y se los había comprado de alguna manera. Eran geniales; con ellos podía caminar tranquilamente por la ciudad sin tener que preocuparse por las bocinas de los coches, o la estridente música de los anuncios en los escaparates de las tiendas. Hacían su trabajo mucho más fácil.

Drake escaneó su entorno, buscando posibles problemas. En quince minutos tenía pensado patrullar por los suburbios, pero sabía por experiencia que el parque donde estaba solía ser un lugar de reunión para traficantes de drogas, vendedores ilegales y gente malvada en general.

En ese momento sólo había dos personas allí, por lo que se había relajado demasiado. Descansó la cabeza contra el respaldo del banco, disfrutando del calor que el sol le ofrecía. Y entonces captó el destello.

Por el rabillo del ojo, Drake vigiló a la pareja a la que había ignorando momentos antes. El destello venía de su dirección, estaba seguro. Había durado demasiado como para ser algo casual, y la mujer parecía angustiada por algún motivo.

Después de bajarse los auriculares al cuello, el niño se levantó del banco lentamente, tratando de no mirarlos fijamente. Salió de su campo de visión con cuidado de no llamar su atención, y lentamente cogió una tapa de esas metálicas que había en los cubos de basura. Estaba sucia, pero eso no le importó.

El hombre se inclinaba sobre la mujer en una posición claramente amenazante, y la tenía agarrada por los hombros como si temiera que se le fuera a escapar. Drake estaba casi seguro que el hombre era una persona malvada.

—No, no, déjame... —escuchó murmurar a la aterrorizada chica.

El hombre apretó su agarre y se la acercó a su fea cara, susurrando algo que Drake no entendió. Su perro, un gran Pitbull de aspecto cabreado, gruñó levemente. Drake pensó que, con ese collar tan incómodo, él también gruñiría así.

—¡Ha dicho que la dejes!

Se colocó a poca distancia de ellos, en una pose que esperaba que fuera amenazante. Agarró la tapa como si fuera un frisbee, preparado para lanzarlo si el hombre huía.

—Niño, lárgate —gruñó el hombre—. Esto no te concierne.

—Ya la has oído. Ella te ha dicho que no, así que debes dejarla en paz. Ahora—Dijo, con la voz más decidida que pudo conseguir.

Drake no tenía miedo. No tenía miedo. No tenía miedo. Estaba listo, listo para atacar. No tenía miedo. No. Tenía. Miedo.

La mujer pareció notar su indecisión.

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