Capítulo VII: La increíble historia del dragón cascarrabias

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Mientras caminaban por amplios pasillos y largos corredores totalmente desprovistos de vida, el general Kerr se dirigió a Drake, que lo seguía de cerca:

—Supongo que te habrás preguntado por qué te llamamos a ti de último, si tu apellido está al principio de la lista —Sin esperar respuesta, continuó hablando—: ¿Conoces a los otros estudiantes de la Academia? Seguramente te habrán sonado muchos de sus apellidos. Todos hijos de nobles, famosos, millonarios o incluso reyes. Todos, sin excepción, han pagado su entrada, ya fuera con dinero, minerales preciosos o suministros para la Academia. ¿Tú nos has proporcionado algo de eso?

Atravesaron una cueva llena de huevos, sin detenerse ni aminorar la marcha. Drake se quedó mirando la sala, en la que unos cuantos niños deambulaban examinando los huevos, vigilados de cerca por uno de los guardias. Algunos le miraron, otros no le hicieron caso. Siguieron caminando.

—Lo único que aportas a la Academia es tu habilidad, el Vínculo, por lo que debes quedarte aquí. Perteneces aquí. Sin embargo, el Vínculo es algo muy antiguo, y no tenemos profesores que puedan enseñarte a controlarlo. No tenemos profesores humanos, por lo menos. Te haremos un favor, sin embargo. Como no has pagado la matrícula, no vamos a darte un dragón gratis. Tampoco vamos a obligarte a pagarlo —Le tranquilizó—, sabemos que a tu familia no le... sobra el dinero, precisamente. Esto es lo que vamos a hacer: te daremos un dragón, pero no uno de los huevos —Añadió rápidamente, antes de que el niño pudiera emocionarse—. En una de estas cuevas, se encuentra un dragón que existía cuando los Jinetes aún poseían el Vínculo, que sabe más sobre él que todos nuestros registros de la época. Un dragón que posee la experiencia y el conocimiento suficiente como para enseñarte a usar tu poder. Un dragón que ha visto de todo y, por lo tanto, ya no se sorprende por nada.

Mientras Kerr hablaba, el pasillo pareció ensancharse y ganar altura, a medida que seguían avanzando. La cueva tenía suficientes bifurcaciones y pasadizos como para parecer un laberinto y, sin embargo, Drake no se sentía perdido. Había algo que lo atraía en una dirección determinada, como un imán positivo atraía a uno negativo. Caminó con una dirección fija, sin darse cuenta de que había dejado atrás al general hacía tiempo. Se encontraba solo pero, por alguna razón, se sentía más acompañado de lo que había estado en toda su vida.

Siguiendo el hilo del destino, se encontró en una cueva tan grande como un campo de fútbol; no, como dos campos de fútbol. En el centro esta, había un dragón dormido, pero no cualquier dragón: este tenía el tamaño de un edificio de diez plantas, y a su lado, Drake parecía del tamaño de un ratón.

El dragón era de un color blanco sucio, casi beis, con antiguas cicatrices que recorrían su cuerpo musculoso como tatuajes en la piel. Sus alas membranosas, cubiertas de pequeños agujeros provocados por el paso del tiempo, cubrían la mayor parte de su cuerpo, impidiéndole ver el resto de las cicatrices. El gigantesco morro, semioculto tras la larga cola de la criatura, era del tamaño de su habitación de la Academia, sino más. Su nariz expulsaba aire caliente con cada espiración, y parecía absorber todo el oxígeno de la sala en cada inspiración.

Abrió un ojo del tamaño de un centauro adulto, de un color blanco desvaído, sin pupila, y atravesado por una terrible cicatriz que sobresalía por el párpado y marcaba la mayor parte de su cara, dejándolo tan ciego como una serpiente de cueva.

Levantó la cabeza y abrió el otro ojo, de un color dorado intenso, antinatural. Olfateó el aire, revolviendo el pelo naranja de Drake y casi desequilibrándolo por la fuerte corriente de aire provocada por los potentes pulmones de la criatura. Su ojo bueno se posó en Drake, examinándolo como quien observa un delicioso manjar. Se pasó la lengua por los afilados dientes y gruñó. Fue un sonido potente, profundo, que hizo vibrar sus huesos y temblar su alma.

¿Qué es esto? Oyó decir al dragón en su mente. ¿Un niño perdido? ¿Lo echará alguien de menos si me lo como?

Su voz era grave y gastada, como la de un anciano. Bueno, como la de un anciano cachas que hubiera estando haciendo pesas durante toda su vida y hubiera ganado un campeonato de lucha libre en sus años de juventud. Sin embargo, Drake no tenía miedo.

—No soy un niño perdido —Dijo Drake, con voz firme—. Me llamo Drake; Drake Aitken.

Puedes escucharme. Respondió con voz ligeramente impresionada. Interesante.

—Me han dicho que serás mi mentor. Que me enseñarás a usar el Vínculo.

¿De veras? El dragón se lamió las afiladas garras. Es la primera noticia que escucho. ¿Alguien preguntó si era lo que yo quería?

Drake permaneció en silencio. Asintió con la cabeza y se dio la vuelta. Comenzó a caminar hacia la salida.

Algo lo agarró del tobillo y lo levantó, dejándolo bocabajo frente a su interlocutor; era la cola del dragón. La sangre se le subió a la cabeza, impidiéndole pensar con claridad.

Primera lección, Drake Aitken. Nunca des la espalda a un dragón.

Drake se sacudió, intentando liberarse con todas sus fuerzas. El dragón parecía divertido.

Segunda lección: Si quieres que sea tu mentor, tendrás que hablar conmigo. No te bajaré hasta que oiga tu molesta voz en mi mente, así que espabila.

Drake recordó aquel día en el bosque; había sido capaz de enviarle un mensaje a Alpha, el dragón, sólo con la mente: ¿Cómo lo había hecho?

Se concentró, pensando intensamente. Se imaginó las palabras que viajaban a través del aire y que llegaban a la mente del viejo dragón. La criatura escamosa se rió de sus intentos:

¡Vamos! ¿De verdad lo estás intentando?

Vale, eso no había funcionado. Intentó pensar, pero era complicado con toda la presión de la sangre en su cabeza. Un puente. Tenía que crear un puente, como... un equilibrista que se balancea entre dos edificios: Un edificio era su mente, el otro era la del dragón.

Podía hacerlo. Ya lo había hecho antes, ¿no? Puso un pie imaginario delante del otro, tratando de no caer al vacío del fracaso. Unos pocos pasos más...

¿Cómo te llamas? Consiguió decir.

De pronto, se encontró cayendo. El dragón lo había soltado.

Aterrizó en el lomo del animal, afortunadamente sin pincharse con las afiladas espinas que había en su lomo. El dragón giró el cuello para mirarlo a los ojos.

Asombroso, dijo con sarcasmo, has pasado mi prueba.

Se levantó, aún con Drake en su lomo. El niño se agarró fuertemente a sus espinas para no caerse. Puso una pierna a cada lado, como si estuviera montando a caballo.

¿Adónde vamos? Preguntó después de concentrarse un breve instante. Notó que cada vez le resultaba más fácil comunicarse mentalmente, como si el equilibrista que eran sus pensamientos hubiera ganado equilibrio al pasar una sola vez al otro lado.

Afuera. Me he pasado varios cientos de años ahí dentro, respondió él, quiero ver si algo ha cambiado.

Aún no me has dicho tu nombre.

Cierto.

Y... ¿me lo vas a decir?

El dragón suspiró, al parecer aceptando su destino. Su voz sonó orgullosa cuando dijo:

Omega. Me llamo Omega.

OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora