Capítulo XVII: Tres años después...

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Peter contempla el papel frente a sus ojos. A pesar de no estar haciéndole ningún daño (al menos directamente), Peter siente como si la hoja se burlase de él, tan quietecita encima de la mesa, tan blanca e inocente como si no hubiera hecho nada malo en su vida. Aprieta los puños, traga saliva y relee el contenido con cuidado. Una voz le distrae de su lectura:

—Quedan quince minutos —anuncia el profesor.

Claro, para él es muy fácil; él no tiene que hacer el examen, sólo corregirlo. Peter no puede evitar sentir la oleada de rabia y resignación que lo invade: El profesor de Teoría de Supervivencia puede ser muy simpático en sus clases, contando chistes y poniéndoles vídeos, pero en los exámenes es tan implacable como una serpiente del desierto. Vuelve a concentrarse en su test, leyendo tan lentamente como puede e imaginándose las palabras en su mente, tal y como Max, el bibliotecario de la Academia, le había enseñado años atrás.

Varios minutos después, Peter se rinde. Ya ha completado por completo el examen, e ignorando la molesta sensación de tener todas las respuestas mal (había contestado una página entera rodeando todas las opciones d), se levanta de su sitio y entrega la hoja. Cuando lo hace, es como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Por fin, la semana de exámenes ha terminado.

Sólo quedaba la Prueba.

Peter intenta no pensar en nada mientras sale del aula, sintiendo en todo momento las miradas de sus compañeros clavadas en el cogote. Es el primero en terminar.

—¡Eh, Grayhill! —O eso pensaba.

Peter se apresura, reconociendo la voz al instante. Se dirige a la biblioteca (había quedado allí con Drake cuando ambos terminaran sus respectivos exámenes), pero no ha dado ni dos pasos cuando alguien le agarra del hombro.

—Es de mala educación ignorar a tus superiores, Peter. ¿O es que quieres problemas?

El centauro se da la vuelta lentamente, tratando de apartar el recuerdo de su madre reteniéndolo de esa misma manera en los eventos públicos a los que solían asistir. Reconoce a su interlocutor, por supuesto. Hans Stevenson, un centauro amargado y sin amigos al que le divertía meterse con los humanos de la Academia, sobre todo con Drake. Bueno, para ser honestos, con un nombre así era difícil no vivir amargado.

—¿Me oyes, Peter? ¿Eres sordo, o qué? —Peter se retuerce, apartándose de él lo más rápido que puede; quiere decir algo, borrarle esa estúpida sonrisa que tiene—. Respóndeme. ¿Quieres problemas?

—Sólo te lo diré una vez, Hans: Déjame en paz —musita Peter con los dientes apretados, listo para salir corriendo a empujones si la situación se pone demasiado peligrosa—. O si no...

—¡Anda, mira! El niño sordo sabe hablar —dice, interrumpiéndole—. Vamos, termina la frase. ¿O si no, qué?

Peter grita al verlo tan cerca de él. No es un grito de miedo, sin embargo. Es un grito de rabia. Levanta el brazo, preparado para asestar un puñetazo que le arranque de cuajo al otro niño esos horribles dientes de rata que tiene. Lo que no espera, por supuesto, es que Hans sonría como si estuviera satisfecho.

Peter ni siquiera tiene tiempo de preguntarse por qué antes de que unas manos agarren sus orejas, tirando de sus audífonos y arrancándolos de golpe. El centauro jadea, sintiendo el familiar zumbido en sus oídos antes de que todo se vuelva horriblemente silencioso.

Peter vuelve a gritar (o cree que grita, ya que no puede escuchar nada), pero esta vez es de dolor. Se revuelve, tratando de zafarse de las manos que aún inmovilizan su cabeza. Por el rabillo del ojo, puede ver la fea cara de Hans, con su cabeza inclinada hacia atrás y su boca en movimiento, tan abierta que Peter se pregunta si le pasa algo. Se da cuenta de que se está riendo, y se enfada aún más.

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