Capítulo XXVII: Un manicomio de lo más entretenido

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—Tienes visita. —El enfermero, un elfo bajito y entrado en años, se asomó por la puerta entreabierta de su habitación.

Kira levantó la cabeza. ¿Una visita?

Ya habían pasado cinco semanas desde que Kira había salido del castillo. Cinco semanas desde que Amber y Drake la habían rescatado de su padre. Cinco semanas desde que Amber había muerto.

No sabía muy bien cómo sentirse sobre eso. De hecho, ya no sabía muy bien cómo sentirse sobre nada en absoluto. Era una sensación extraña; la mayor parte del tiempo se sentía como si estuviera flotando lejos, como si fuera la pasajera de su propio cuerpo y no la conductora. El viejo enfermero asignado a su cuidado lo había llamado “disociación”.

Además de eso, el elfo había dicho muchas otras cosas que Kira no había entendido del todo, cosas como “abuso”, “TEPT” o “pastillas”, además de llamarla señor Hannover (por error, esperaba) el día de su llegada. Kira lo había corregido sutilmente, esperando que algo así no volviera a suceder nunca. No quería volver a ser llamada señor nunca más.

No estaba tan mal, en realidad. Aunque estuviera viviendo en un hospital psiquiátrico.

Sin embargo, “viviendo” no era la palabra adecuada en este caso. “Existiendo”, eso tenía mucho más sentido.

La rutina del centro era terriblemente simple. Se levantaba temprano todos los días, incluso los sábados y domingos, tomaba unas pastillas que en teoría servían para hacerla sentir mejor pero que en realidad sólo le daban ganas de vomitar, desayunaba, lo típico. Después esperaba, junto con los otros locos y locas (estaban allí por alguna razón, ¿no?) en la sala común para charlar con el psiquiatra de turno, pasaba olímpicamente de los demás pacientes hasta la hora de comer, tomaba más pastillas, esperaba (y no recibía) visitas externas durante dos extensas horas, cenaba, tomaba aún más pastillas y se iba a dormir. Emocionante.

Al menos la comida era buena y las ventanas estaban limpias. Se habría vuelto aún más loca si no hubiera podido ver el cielo.

Kira se sentía estúpida. No sólo se había quedado con su padre aparentemente abusivo durante dos años, si no que además nunca había intentado quejarse. Aunque, ¿cómo podría haberlo hecho? Era su padre. En teoría, los padres se preocupan por sus hijos. Y aunque él nunca había sido el mismo desde la desaparición de Isaac, Kira nunca pensó que podría ser malvado, o estar haciéndole daño de alguna manera.

Volver a estar afuera le había abierto los ojos, más o menos. Gracias al constante trabajo de los psicólogos y enfermeros del hospital, empezaba a darse cuenta de que, después de todo, su padre no era una buena persona.

Pero Kira le había ayudado a matar a todos esos animales. ¿Era ella una mala persona?

Kira levantó la cabeza, apartando los pensamientos intrusivos y fijando la mirada en el enfermero. Ahora que lo pensaba, nunca le había preguntado su nombre; aunque tampoco le interesaba saberlo de todas formas.

—¿Visita? —murmuró, esforzándose en imprimir alguna emoción en el tono. Como siempre, su voz salió de su garganta apagada, vacía.

—Un chico, Drake Aitken. ¿Lo conoces?

(¿Drake?)

—Sí. —Kira parpadeó, el único signo de su desconcierto—. ¿Eso es todo? Tengo cosas que hacer.

En realidad eso no era cierto, pero a Kira le gustaba pensar que era normal.

—Está esperando en el pasillo. —El enfermero sonrió amigablemente—. Toca la puerta cuando estés lista.

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