Capítulo II: No hagas limonada

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Jadeando por la carrera y con el corazón latiendo desbocado en su pecho, se acercó a los guardias lentamente. Estos ni se inmutaron, tan concentrados como estaban mirando al frente.

La mente de Drake estaba llena de posibilidades, ninguna de las cuales era positiva: ¿Estaban bien sus padres? ¿Sus hermanos? A lo mejor alguien los había denunciado, y habían venido a detenerles, o quizás...

El flujo de pensamientos se detuvo cuando los guardias le cerraron el paso, colocándose frente a la puerta abierta como defensas frente a una portería de fútbol. Drake trató de mirar figazmente hacia el interior de la casa, pero los dos hombres eran demasiado altos. Armándose de valor, pero sin despegar su mirada del suelo, preguntó:

—¿Qué...? ¿Qué está pasando?

Uno de los guardias, el más joven, lo miró. Fue la mirada más extraña que había recibido en su vida: Los ojos negros del hombre parecieron atravesarle el alma, y algo en su interior se revolvió como un animalillo salvaje. Fue como si... Como si el guardia hubiera visto una parte oculta de su espíritu, una parte que ni siquiera sabía que estaba ahí, la hubiera cogido y la estuviera examinando minuciosamente. Era terriblemente incómodo, y Drake se sintió aliviado cuando el hombre apartó la mirada y se dirigió al otro:

—Es él.

A continuación, ambos se apartaron de la puerta a la vez y le indicaron con un gesto que pasara adentro.

Fue escalofriante.

La cocina estaba vacía, por lo que pasó a la sala de estar. Sentados en el sofá, estaban sus padres, que lo miraban con una expresión indescriptible. En el sillón, sentado como si estuviera en su propia su casa, había un desconocido. Drake arrastró su mirada hacia arriba, alcanzando a vislumbrar su piel oscura y su corto pelo negro, antes de volver a bajarla. El hombre llevaba el mismo uniforme que los guardias de la puerta, diferenciándose únicamente por una pequeña placa negra en la que se leían, en letras blancas, las palabras General Kerr. Drake tragó saliva y miró al suelo.

—¿Qué está pasando? —Se giró hacia sus padres, que evitaron su mirada—. ¿Mamá? ¿Papá?

—Siéntate, cariño —dijo su madre, mirándolo suplicante—. Por favor.

Se sentó junto a su padre, quien intentó ponerle una mano en el hombro. El chico se apartó, y su padre bajó la mano. Drake miró a la pared del fondo mientras escuchaba los ensordecedores latidos de su corazón, que casi tapaban las palabras del hombre.

—Te llamas Drake, ¿verdad? Mírame a los ojos cuando te hable, chico —Drake enterró la cabeza entre los hombros, avergonzado. Sus ojos se posaron  entre la cara del hombre y la pared. El general Kerr asintió, satisfecho, y continuó—. Estamos aquí por un suceso ocurrido en este pueblo, hace aproximadamente ocho años.

La cabeza de Drake daba vueltas. ¿De qué estaba hablando? Notando su confusión, el hombre continuó:

—Tú eras muy joven. Cinco años, creo —Sonriendo, rebuscó en una bolsa de cuero, a los pies del sillón—. Puede que esto te refresque la memoria.

Le tendió un objeto, que Drake observó durante unos segundos antes de darse cuenta de que el hombre quería que lo cogiera. Parecía una piedra plana y lisa, muy fría al tacto, pero extrañamente suave. Era de color gris piedra. No parecía tener nada especial y, sin embargo...

—Es una escama de dragón. —Dijo Kerr. Drake le dio la vuelta entre las manos, maravillado.

El general Kerr lo miró, como si esperara que al niño le salieran garras y colmillos de repente.

—Y... —le animó, esperando a que sacara sus propias conclusiones.

Drake miró fijamente la escama, pensando. Vamos, le dijo. Cuéntame tus secretos.

De pronto, su mente se llenó de imágenes. Recuerdos, pero no eran sus recuerdos. Eran del dueño de la escama. Vislumbró cielos despejados, altas montañas y extensos campos de cultivos; pero también vio altos edificios, construcciones de cristal y modernas ciudades llenas de personas. Sin previo aviso, los recuerdos se ralentizaron, hasta pararse en un momento concreto. Un bosque oscuro, apenas iluminado por la luz de la luna llena. Un niño pequeño, de unos cuatro o cinco años, que lo miraba fijamente. Le resultaba muy familiar. El pelo color fuego, los ojos dispares, la cara morena surcada por gruesas lágrimas... Drake por fin cayó en la cuenta: El niño era él, o al menos había sido él.

Captó unas palabras, dirigidas hacia el Drake joven: Por cierto, mi nombre es Alpha. Cuando vengas a la Academia, acuérdate de visitarme.

Y, como un eco solitario, escuchó en respuesta: Drake.

Volvió a la realidad de repente, como si hubiera estado buceando y alguien lo hubiera sacado del agua sin avisar. Jadeó, en busca de aire, hasta que se dio cuenta de dónde estaba.

—Lo has recordado, ¿verdad? —Drake asintió, nervioso—. Excelente. Recoge tus cosas. Nos vamos en cinco minutos.

El general Kerr se levantó y se alisó la chaqueta. Entonces, el niño asimiló lo que este acababa de decir. Se levantó también y corrió tras el hombre, que ya estaba saliendo por la puerta. Drake se dio cuenta de que, si quería respuestas, tendría que hablar con el hombre.

—Espera, espera... ¿Nos vamos? ¿A... dónde, y por qué? Por favor —miró a Kerr a los ojos durante un segundo. Eran negros, como dos pequeñas obsidianas—. Ayúdame. No entiendo nada...

El hombre suspiró, como armándose de paciencia.

—Recuerdas en el bosque, hace ocho años, cómo decirlo... hablando, o escuchando, al... al dragón, ¿no? —El niño asintió, con los ojos muy abiertos—. Bueno, el caso es que no deberías. Hemos estado investigando sobre eso, sobre lo que hiciste, y con la ayuda de los libros y escritos de la época de los antiguos Jinetes hemos averiguado qué eres.

Antes de que Drake pudiera responder, el general continuó.

—Esa habilidad tuya (hablar y entender a los dragones), lo llamamos el Vínculo. Hace muchos años, todos los Jinetes lo poseían. El lazo formado entre dragones y Jinetes era tan fuerte que, con el debido entrenamiento, podían ver los pensamientos del otro, y si uno resultaba herido, el otro podía sentirlo, sin importar la distancia que los separase. Sin embargo, y sin ninguna causa aparente, comenzó a haber cada vez menos Jinetes con el Vínculo, hasta que no quedó ninguno.

El niño se quedó en silencio, procesando la información. Pronto, encontró algo que no encajaba.

—Pero... no lo entiendo. ¿Cómo es que siguen existiendo los Jinetes, si ya no hay Vínculo?

—Cuando se hizo evidente que no iban a nacer más Jinetes con el Vínculo, hubo una convocatoria, una reunión entre los gobernantes de todos los reinos y países; y los Jinetes y dragones, por supuesto. Allí, se decidió que los Jinetes de Dragón iban a seguir existiendo: la paz del mundo dependía de ello, con Vínculo o sin él. Sin embargo, muchos dragones se rebelaron. Algunos regresaron a su isla, Eldritch, y jamás regresaron. Unos pocos se quedaron en las cuevas de la Academia, hibernando con la esperanza de que aparezcan nuevos Jinetes. La mayoría de ellos, no obstante, aceptaron las condiciones. Comprendieron que no valía la pena tener otra guerra, y que con una alianza serían más fuertes que por separado.

Drake pensó en sus palabras durante unos segundos. Finalmente, dijo:

—Y ¿qué pinto yo en todo esto? —preguntó Drake cuando Kerr terminó el relato—. Yo no soy un guerrero... Es decir, mírame. No soy especial.

—En eso último te equivocas; has demostrado tener el Vínculo, lo que te otorga un valor incalculable como símbolo de unión entre dragones y Jinetes —El hombre sonrió—. Puede que no seas un guerrero, pero eso no tiene importancia. Te convertirás en uno con el debido entrenamiento.

La mente de Drake daba vueltas.

—Eso significa que...

—Significa que te vas a la Academia. Serás un Jinete.

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