Capítulo XXXIX

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El alba llegó la pequeña comunidad playera; en el puerto pesquero, las mujeres se despedían de sus esposos, padres, hermanos y amigos.

—Sólo serán algunas semanas. Es la última pesca de la temporada y después de eso pasaremos un largo invierno juntos. —aseguró Eret despidiéndose de su esposa.

—Prométeme que te cuidarás, al igual que tu padre. —pidió Camicazi preocupada.

Apenas llevaba dos semanas de casados y ya se tenía que despedir de su esposo, quien saldría de viaje de pesca junto con su padre y otros marineros.

—Claro que sí, y tú ¡hazme caso! Ve con mamá y Erat en lo que regreso, para que no estés sola en la casa.

Sin embargo, la princesa negó dando una risita.

—No quiero ser una molestia para ellas, además ¿quién cuidará a Rompe cráneos?

—Oh, niña... no eres una molestia y Rompe cráneos puede venir, aunque asustará algunos de los vecinos. —Comentó Valeska uniéndose a la conversación del matrimonio.

—Muchas gracias por el ofrecimiento... ¡está bien! Iré, pero una vez que termine de arreglar la casa, hay unas cosas que cambiar, cuando termine iré de inmediato.

— ¡No se diga más! —celebró Eret despidiéndose de su madre y esposa. —Mamá te la encargo, Camicazi... te encargo a mi mamá.

— ¡Oye! Sé cuidarme sola. —reclamó Valeska. — ¡ya vete y despídete de tu hermana!

El burlón pescador le dio un rápido beso en la mejilla a su madre, para después darle un largo beso a su esposa, y finalmente pasar con la pequeña Erat que estaba aferrada a los brazos de su padre, pues no quería que él ni su hermano se fueran de viaje. Para medio día, los barcos zarparon rumbo al extenso océano.

—Camicazi... ¿quieres que te acompañemos a casa? —ofreció Valeska.

—No es necesario... pasaré a comprar algunas cosas primero al pueblo, después iré a casa... además Erat parece cansada.

La mujer observó a su hija, la cual estaba sentada en la arena, clara prueba de lo cansada que estaba, a Valeska no le quedó de otra más que retirarse con su hija a descansar, después de todo su nuera parecía poder arreglárselas por su cuenta.

Camicazi se despidió de su suegra y pequeña cuñada, y una vez sola, caminó por todo alrededor de la playa; no había pasado ni una hora desde que el barco había zarpado y ya extrañaba a su marido.

Aun recordaba su noche de bodas, lo que habían hecho lo habían repetido sólo una vez en la misma semana, pues a la segunda semana el molesto periodo le había llegado y le había durado casi toda la semana.

Entre suspiro y suspiro llegó finalmente a su casa, y después de atender al perezoso dragón se adentró a su solitaria casa. Como toda una mujer afanosa, comenzó con la limpieza; desde tender la cama, acomodar cosas, mover algunos muebles, para después pasar a la limpieza de la mesa, la cual tenía algunos trastos con restos de comida, evidencia de que habían tomado el desayuno por la mañana.

Camicazi recogió los platos, así como unas vasijas de barro donde estaban los alimentos y por último los cubiertos, había acumulado tanto traste en una sola mano, que terminó ladeándose casi a punto de caérselas todos, sin embargo, con un hábil movimiento sostuvo casi todo, sólo unos cubiertos habían caído al piso.

—Uff... que tonta. —se regañó a sí misma, por intentar cargar todo a la vez.

Se agachó para tomar una de las cucharillas; sin embargo, un repentino flashback llegó a su mente.

LUZ DE LIBERTAD (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora