Capítulo XVI

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Lugar desconocido.

El dolor que sentía era insoportable, le dolía todo el cuerpo, en especial de la cintura hacia abajo. Camicazi se levantó con pesadez, sintiendo que estaba sobre una especie de cama hecha con varios harapos; de lo que había alrededor de ella apenas era consiente ya que lo veía más oscuro que claro; lo único que percibió fue el sonido de unas gaviotas en el exterior, así como el olor a mar.

Trató de levantarse, pero rápidamente se desvaneció, cayó en cuenta de que tenía un poco de fiebre; sin embargo, eso no la detuvo, trató de nuevo de levantarse, logrando ver que la salida estaba justamente frente a ella, la puerta estaba abierta y una radiante luz se filtraba por esta.

Era ahora o nunca, logró levantar medio cuerpo con el único deseo de escapar hacia esa luz, cuando esta se vio opacada por una sombra que entró.

—¡Oh dioses, niña! —exclamó una mujer.

Camicazi no lograba ver con claridad, pero cuando la sombra se acercó vio a una mujer mayor de cabello negro que le pedía volverse a recostar; cuando la tomó de los hombros, el miedo se apoderó de ella, recordó las sucias manos de Arie sobre ella y todo lo demás.

—Shuu... tranquila, ya pasó. —trató de consolar la extraña. —Ya estás a salvo mi niña.

"¿Mi niña?"

Que la llamara así le recordó a su querida nana que ya no estaba en ese mundo, y todo por su culpa. Empezó a llorar con arrepentimiento, todo el mal que había hecho se le había regresado y lo seguía pagando.

—Anda, llora lo que quieras. —siguió consolando la mujer, quien la abrazó maternalmente y la empezó a arrullar.

Camicazi no sólo lloró, gritó y ganas no le faltaban de golpear a alguien, a todos menos a esa mujer.

— ¡Oye mamá! ¿Qué pasa? —preguntó una niña entrando a la habitación, no pasaba de los 10 años.

—Erat, déjanos a solas unos momentos. —pidió la mujer. —Avísale a tu hermano y padre que ya despertó.

La chiquilla, ansiosa, brincoteó un par de veces antes de salir apresurada de la cabaña para ir a buscar a tales personas. Mientras tanto la mujer siguió consolando a la muchacha cuyo llanto se iba aplacando poco a poco.

—Debes descansar. —dijo la mujer tratando de acostarla.

Camicazi sólo negó con la cabeza, pero si se separó de ella para ver a su salvadora.

—Te pondrás bien. —acarició esta su cabello, peinando un mechón de su rubio cabello detrás de su oreja.

Al hacerlo, un escalofrió recorrió el cuerpo de la princesa, llevó su mano a la mejilla sintiendo apenas el dolor en esta y no sólo de ahí del resto de su cara, todo su rostro le dolía y la sentía llena de costras.

—Tranquila, tranquila. —pidió la mujer al ver que se estaba alterando.

—Un espejo. —susurró. — ¡Un espejo! —suplicó.

La mujer para tratar de calmarla le pasó una pieza metálica que usaba para tal cosa, la princesa al reflejarse en este se asustó, pues su cara estaba en un pésimo estado, sus mejillas tenían una coloración carmín, tenía el labio partido, la nariz cicatrizada, un ojo morado e hinchado (razón que no pudiera ver apropiadamente) en resumen, estaba horrible. Toda vanidad se esfumó de ella, ya no era pura ni hermosa, Arie había dado justo en el blanco.

—No te preocupes, con el tiempo sanarás. —trató de consolar la mujer.

Camicazi sólo bajó el metal decepcionada, ¿tiempo? No sabía si aquello era posible, estaba convencida de que sus heridas nunca sanarían.

LUZ DE LIBERTAD (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora