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La fiesta terminó. Pasó la mano derecha por su cabello rubio, peinándolo hacia un lado.

No había logrado obtener ningún tipo de información gracias a las malditas luces de aquel local.

Miró su mano mientras caminaba por las frías calles del barrio.

Morado.

Parpadeó.

"Tu misión es acabar con los rojos"

Y él era inocente en todo esto. Le habían seleccionado a la fuerza, sin poder decir o hacer nada. Le había dolido aquello porque él no era ningún asesino.

Parpadeó de nuevo.

"Aniquila a los rojos, no puede quedar nadie más que los verdes"

En cada parpadeo, recordaba las frases que estaban escritas en su carta. Recordaba las palabras de su madre, maldiciendo el gobierno.

O las palabras antes de morir.

Porque a ella le había tocado un punto rojo.

A él uno morado.

No importaba la relación que mantuvieses con aquella persona, la víctima solo era eso, una víctima.

" —Travis. Te quiero

—Yo también. Pero viva "

Las lágrimas que salían por sus ojos, eran incontables. Eran tantas, eran demasiadas, pero insuficientes para llorar la pérdida de una madre.

"Pérdida" y sí, entre comillas, porque eso había sido un asesinato.

Llegó a su casa, desolado. Sin ganas de hacer nada, sin ganas de seguir viviendo esta nueva vida que le había tocado. No le gustaba la vida de un criminal, de un asesino.

Y ni siquiera se había atrevido a leer la carta dos veces. Creía que con una le bastaba.

Encendió la luz del salón, para sentarse en sofá entre lágrimas. Para Travis era difícil haber hecho eso.

Porque si los morados no matan a todos antes de los tres meses, los matarían a ellos.

Así que matar a su madre con mucho tiempo de antelación, había sido buena idea.

El pequeño Scott estaba sobre la cuna que su madre tenía en el salón. Travis le observó fijamente a los ojos, aunque prefería no transmitirle la tristeza.

Tenía tan solo dos años y apenas podía cuidarlo. Tendría que llevarlo al gobierno para que ellos hicieran su trabajo con él, Travis ya no podía hacer más por su familia, ya que era inexistente.

Pero el gobierno se adelantó. Alguien tocó a la puerta.

Era Pennie.

— ¿Eres Travis? —Pennie observó atenta los ojos llorosos y rojos de Travis.

—Sí, soy yo —. Dijo con una voz congestionada, de tanto haber llorado aquel día.

—Me duele hacer esto. Pero es mi trabajo.

— ¿Eres parte del gobierno? ¿Puedes enseñarme tu mano para saber que no tienes un punto verde y asegurarme de que no ha sido un puto tongo el sorteo?

—Sí —. Pennie asintió quitándose su guante y enseñándole la mano al joven. Este se sorprendió al ver el punto rojo sobre su mano.

— ¿Qué hace aquí?

—Vengo a por tu hermano. Sé que has obtenido un punto morado, tenemos todos los resultados.

— ¿Y sabe que mi...?

—Sí. Tenemos todos los resultados, vuelvo a decir. Por eso estoy aquí. Tu misión es una mierda, pero debes cumplirla.

— ¿Debo cumplirla? —Una sonrisa apareció en el rostro de Travis, al pensar lo que podía hacer ahora con aquella mujer.

—Sí. Pero no ahora. Yo debo llevar a tu hermano a un lugar seguro, puedes matarme en otra ocasión.

—Puedo llevar a mi hermano mañana yo mismo.

—Esto... Es mejor que me encargue yo.

— ¿No debo cumplir mi misión, señora del puto gobierno de mierda?

Pennie tragó saliva. La sonrisa seguía presente en el rostro de Travis, el cual, había cambiado completamente de opinión. Parecía que le estaba empezando a gustar la vida del criminal.

Ella cerró los ojos, esperándose lo peor. Travis la ordenó que entrase en el interior de la vivienda.

El rostro de Pennie estaba pálido. Tenía bastante pavor, miedo en sus venas, miedo en el cuerpo. Sabía que no iba a salir de esta.

—Mátame.

—No.

—He dicho que me mates, Travis. No me hagas sufrir más.

—Aún es pronto.

— ¿Aún es pronto? —Preguntó Pennie sin entender nada— Quiero que me mates, no merezco esto.

—Sí. Sí que lo mereces. Tú formas parte de esa mierda de gobierno, el que ha decidido esto.

—Yo no soy como ellos. Nunca apoyé sus ideas. Nunca.

—No te creo.

Travis se levantó en busca de un cuchillo. Se acercó a Pennie lentamente, ella estaba atemorizada.

Él, sin pensárselo más veces, le clavó el cuchillo en el abdomen. Esta, cayó lentamente al suelo, con el dolor mostrado en sus ojos.

Travis sacó el cuchillo de ella, cubierto de sangre. Él no presentaba ninguna tristeza en su rostro, pero tampoco aquella sonrisa que había presentado anteriormente.

Y allí, en aquella casa, se encontraban el pequeño Scott, el gran psicópata Travis y el cuerpo sin vida de la pobre e inocente Pennie.

[ Este es uno de mis capítulos favoritos, espero que os haya gustado a vosotros también.

Siento recordaros que mañana hay clases, jou ].

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