XXVIII

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Dos semanas después...

Susan contemplaba la tumba de su madre, otro día más. Pero esta vez, sonrió al hacerlo.

Llevaba la bolsa de tenis sobre su hombro, además vestía con una chaqueta y unos leggins que dejaban al descubierto sus gemelos. También vestía con unas deportivas y una coleta alta.

Se había levantado contenta, agradecida con todos los momentos que habían pasado juntas.

—Te quiero, mamá. Todavía te echo de menos, pero sé que allí donde estés, no sufres.

—Te noto más animada —. Contestó el chico del otro día.

—Oh, otra vez tú.

—Exacto.

—Desde que comencé a jugar al tenis, me noto mucho más feliz.

—Me alegro por ti, entonces.

—Gracias, Andrew. ¿Tú cómo estás?

—Bien. Se podría llevar mejor pero la muerte siempre es difícil.

—Sé que lo superarás. Aún es pronto, yo todavía no lo he superado realmente.

—Gracias por tus ánimos, Susan.

Ella sonrió. El joven desapareció de allí, mientras que ella decidió quedarse un rato más.

—En realidad aún me duele. No quiero engañarte, eres mi madre. Nunca lo haría.

Ella dejó la bolsa de tenis a un lado y se sentó enfrente de su madre, con las piernas cruzadas. Cerró los ojos y volvió a imaginarse todos esos momentos que habían pasado juntas.

Una sonrisa, acompañada de una lágrima, apareció en su rostro. Ya no se sentía tan rota como al principio, donde aquellos días eran una pesadilla para ella, el saber que su madre había fallecido y sin poder despedirse la dolía mucho. Ahora, podía hablar de ello sin derrumbarse.

Tras diez minutos después, se levantó, volviendo a poner la bolsa sobre su hombro y andando por el camino del cementerio.

Conocía a mucha gente de allí, como por ejemplo a Magdalena. Era una anciana viuda, que había perdido a su marido en un accidente.

Conocía a más gente, muchos de ellos la habían ayudado con la muerte de si madre.

—Buenos días, Susanna.

—Buenos días, Magdalena —. Susan se paró a conversar con ella, a pesar de todo la había ayudado y le daba pena el tema de su marido.

— ¿Has jugado al tenis ya?

—Sí, he acabado a las once.

— ¿Has ganado? —Sonrió.

—He empatado. Me sorprendió no haber perdido, llevaba tan solo un mes jugando.

—Eso es porque vales.

—Muchas gracias, Magdalena. ¿Qué tal está?

—Bien. Hoy le estaba contando a Gonzalo que he ido a hacer la compra temprano y casi me quedo atrapada en el ascensor.

— ¡Qué dice! Menos mal que al final no se ha quedado allí.

— ¡Menos mal! Pensaba que el pollo se iba a agotar —. Rió, Susan no había entendido muy bien la broma pero rió igual.

—Me marcho, Magdalena. Nos vemos.

—Adiós, cielo. Cuídate.

Salió de aquel lugar para dirigirse a su casa. Dejó la bolsa sobre la cama y se dispuso a darse una ducha.

Ella se quitó la ropa y se metió en la ducha tras cerrar la puerta. Abrió el grifo del agua caliente y echó el jabón sobre la esponja.

Comenzó a frotarse todo el cuerpo. Después, empapó completamente toda su melena morena. Se echó el champú en sus manos para después frotarlo en el pelo.

Por último se echó mascarilla y se aclaró entera. Se enrolló el pelo y el cuerpo en una toalla.

Salió a su habitación, Nekane y ella iban a quedar esa tarde.

— ¿Dónde quieres quedar? —Leyó Susan el mensaje en su mente.

Decidió llamarla.

—Me da igual. ¿Dónde quieres quedar tú?

— ¿Qué tal en el parque de enfrente del instituto? —Preguntó.

—Sí. Me parece bien. A las cinco.

—Vale. Adiós.

Decidieron avisar a Sam, a Aída y a Aiden, así disfrutarían de una tarde juntos, como en los viejos tiempos.

Era lo que necesitaban, dejar a un lado todas las preocupaciones, remplazarlas por risas mientras se miraban a los ojos.

Necesitaban disfrutar de los últimos instantes juntos, que se acabarían a la vuelta de la esquina.

En un mes.

Tan solo un mes.

Todos reían en aquella cafetería.

— ¿Y esa vez en la que nos quedamos encerrados en el ascensor? —Rió Sam— ¿Qué narices fue eso?

—Sí y que a ti se te ocurrió la gran idea de soltar un gas —. Contestó Aída con una sonrisa.

— ¡Fue por los nervios!

— ¿Y cuando hicimos creer que Nekane era invisible? —Preguntó Susan.

—Lo pasé mal.

— ¿Y en la charla de vecinos? Ahí la liamos mucho —. Dijo Aiden.

—Sí y la señora Gutiérrez nos castigó limpiando el parque.

—Hemos pasado por muchas cosas.

—Sí y me da pena que no las volvamos a repetir.

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