XXVI

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Nekane despertó, no quería despedirse y ver a Mauhn triste. Le dio un suave beso en los labios, entre lágrimas.

Se vistió en el baño pero alguien se encontraba en el marco de la puerta.

— ¿Te ibas a ir sin despedirte?

—Mauhn... No quería hacerte daño.

—Prefiero despedirme correctamente.

Él sonrió acercándose a ella.

—Mauhn. Debo irme ya.

—Nekane.

— ¿Qué?

—A pesar de todo, no te olvides de mí.

—Nunca.

—Y sobretodo, de mis pinturas.

Ella sonrió. Bajó las escaleras para llegar a la entrada de la casa. Le dedicó una última mirada a Mauhn, el cual se encontraba apoyado en la puerta.

—Hasta siempre —. Los ojos de Nekane brillaban mientras poseía una sonrisa.

—Hasta siempre —. Mauhn sonrió, llevándose el dedo índice y corazón a la frente para después separarlos.

Nekane empezó a caminar, no quería darse la vuelta, sería mucho peor. Decidió mantener la cabeza en alto y andar hasta su casa.

Por el camino, no pudo evitar soltar algunas lágrimas, llenas de recuerdos. No le importaba que la mirada de la gente se clavada en ella, no le importaba en absoluto.

Llegó a su casa, le contó lo sucedido a su familia y después, subió a la parte de arriba.

Encendió su ordenador, y se sorprendió a ver a Sam en línea. Decidió llamarle.

—Hey, ¿qué tal?

—Mauhn y yo no vamos a volver a vernos —. Suspiró ella.

— ¿Qué? ¿Qué es lo que ha pasado?

—Los morados van a ser obligados a matar a los rojos, les van a controlar. Mauhn no quería hacerme daño, bastante se lo hizo a Corbyn.

— ¿Corbyn? ¿Ha muerto?

—Corbyn fue controlado.

—Y Mauhn no tuvo otra elección...

—Exacto. Mauhn y yo seguiremos haciendo vídeo llamadas, mandándonos mensajes, lo que no podemos hacer es vernos.

—Entiendo. Lo siento mucho, créeme.

—Gracias, Sam. Eres un gran amigo.

—Para lo que necesites —. Sonrió.

En ese instante, Aída y Susan se encontraban en línea y se unieron a la llamada. Nekane les volvió a explicar lo sucedido.

—Lo siento muchísimo, Nekane —. Aída miraba fijamente a su amiga, con pena.

—Yo también lo siento. Debe ser duro, ¿verdad? Coincides con alguien, tu persona idea y, pasa algo para que vuestra relación desaparezca por arte de magia.

—Muy duro.

Susan miraba a su amiga. Sabía lo que era tener que despedirse de una persona de un día para otro.

Pero ella no pudo despedirse correctamente.

No pudo hacerlo como realmente quería.

—Mamá, hace tiempo que te fuiste. No merecías este destino.

Susan observaba la tumba de su madre, con cierta tristeza. La echaba de menos y mucho.

El amor que tenía hacía su madre era incondicional. Ella estaba para su hija en cualquier momento, apoyándola.

—Necesito que estés aquí. Te necesito a mi lado.

Susan no pudo evitar su llanto. Se sentó enfrente de la tumba, llena de flores.

—No sabes todo lo que te echo de menos, todas esas conversaciones que manteníamos en el comedor, las risas viendo nuestras pelis favoritas, nuestros pequeños enfados que al final, se solucionaban. Echo de menos tus sonrisas, lo cansada que llegabas del trabajo y tus ronquidos en esas noches. Echo de menos todo lo que hacíamos juntas, todo lo que viajábamos alrededor de España o aquella vez que nos recorrimos Francia. Nunca olvidaré tu pésima cocina —Intentó sonreír— Que a pesar de todo, me la comía con gusto. O disgusto. Echo de menos tus broncas por llegar tarde a casa, las veces que decías de ir al gimnasio, o cuando decías de poner una piscina en el jardín. Las veces que las dos soñábamos nuestras vidas ideales bajo las estrellas. Las veces que me obligabas a hablarte sobre el chico que me gustaba y sobre todos los chicos de mis clases. Echo de menos todas esas veces que me quedé encerrada en el balcón, gritando desde allí. Echo de menos todo, todas nuestras aventuras acompañadas de una sonrisa. Te echo de menos a ti, mamá.

Susan se dio la vuelta de inmediato al notar la presencia de alguien más a sus espaldas. Ella suspiró, no sabía quién era y había escuchado toda la conversación con su madre.

—Siento mucho la pérdida de tu madre —. Contestó un chico que desgraciadamente, había perdido un ojo.

—Gracias.

El joven se sentó enfrente de la tumba de al lado de la de Pennie.

—Mi padre también ha muerto.

—También lo siento.

— ¿Y sabes por qué? Por los morados de mierda.

—Mi madre también.

—Podía haber pasado los tres meses con él pero no.

— ¿Puedo preguntarte por tu ojo?

—No —. Dijo cortante.

—Vaya, disculpa. No pretendía molestarte.

Él, se mantuvo callado, mirando al frente, donde yacía su padre.

—Me llamo Susanna pero puedes llamarme Susan.

—Andrew.

—Si me disculpas, debo irme a casa.

—Oh, ¿tienes hora de llegada?

—Es tarde. Se va a hacer de noche.

— ¿Eres de las chicas buenas y obedientes?

—A lo mejor es lo que quiero aparentar. No me conoces, Andrew.

—Y además, inteligente.

—Y tú muy payaso, por lo que veo —. Contestó levantándose para después sacudir sus pantalones, llenos de arena.

—Espero que volvamos a encontrarnos.

—Seguro que sí, no te preocupes por ello.

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