XXVII

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Mauhn se encontraba al lado de la casa de Nekane, necesitaba verla, aunque fuese de lejos.

Estaba encima de un árbol mientras que sonreía al verla frente al ordenador. Sabía que necesitaba estar junto a ella pero no podía. No quería hacerla daño.

Mauhn volvió a su casa, se sorprendió al ver una carta en el buzón. Hacía tanto que no recibía una...

Estimado Mauhn Launess:

Debemos cumplir con nuestra misión lo antes posible por lo que tenemos información para ti. Si logras matar a un cierto número de personas con un punto rojo sobre su mano, te concederemos un punto verde.

Mauhn leía con atención la carta que sostenía entre sus brazos. ¿Para que necesitaba él un punto verde en su mano? ¿Para ver cómo los demás morían menos él?

Suspiró.

Guardó la carta sobre su bolsillo tras doblarla y entró en el interior de la vivienda. Su abuela le había abandonado, básicamente. Se había ido a vivir con el tal Ramón y le había dejado la casa a él.

Su vida era una mierda, había cambiado de opinión al encontrar a Nekane pero ahora que tampoco podía verla, volvía a opinar lo mismo.

Subió a su habitación, donde encendió la cadena y su Spotify se activó inmediatamente.

Se sentó enfrente del escritorio, sin muchas ganas de hacer algo pero decidió realizar algún retrato especial.

Volvió a imaginar el rostro de Nekane, con aquella sonrisa y aquellos ojos achinados debido a este gesto.

Mauhn sonrió al recordarla. Al recordar todos los instantes que habían pasado juntos, todas las risas que se habían echado.

Decidió, antes de todo, echar gotas de pintura por encima. Tonos azulados y morados creando puntos que poco a poco, se iban escurriendo.

Esperó a que esta se secara revisando algunas fotos que tenía con ella en su móvil. Sonrió, había cambiado de idea.

Decidió, sobre aquellas manchas de pintura, dibujar aquella foto. Donde Nekane salía sonriendo y con los ojos bizcos y él, sacando la lengua y haciendo el mismo gesto con los ojos.

Sonrió al recordar aquel momento, los dos en una pequeña cafetería, comiendo tortitas y batidos de chocolate.

Comenzó trazando con lápiz el rostro de Nekane. Mientras lo hacía, recibió una vídeo llamada de ella.

—Hey, ¿qué tal?

—Bien. Te echo de menos.

—Yo también —. Admitió el joven.

En ese instante, sonó el timbre. Él, le pidió que esperase a que subiera de nuevo.

Bajó las escaleras rápidamente. Abrió la puerta y se encontró con Maia.

— ¿Qué haces aquí?

—Yo también me alegro de verte —. Sonrió.

—Disculpa. Me ha sorprendido tu visita.

—Vengo a despedirme.

— ¿Por qué?

—Sospecho que mañana seré controlada, no me dará tiempo a matar a todas las personas que viene en la carta.

Mauhn había olvidado la carta.

—También la has recibido.

—Claro. Todos los morados.

—Siento mucho lo de Corbyn, se merecía seguir viviendo.

—Ay, Corbyn. No pude decirle cuanto le quería realmente.

Ella abrazó a su compañero, los dos se unieron en un gran abrazo.

—Te echaré de menos.

—Yo también —. Dijo ella alejándose de allí.

Cerró la puerta y volvió a subir a la parte de arriba, donde Nekane seguía esperando.

—Disculpa, era Maia. Venía a despedirse.

—No te preocupes. Mira esto —. Ella enseñó su mano de perfil, juntando las puntas de sus dedos. Tenía un ojo dibujado. Como un dibujo animado que iba a hablar en cualquier momento.

— ¿Tanto te has aburrido? —Rió.

—Sí —. Ella también rió.

Los dos se quedaron en silencio.

— ¿Qué estás haciendo?

—Estaba dibujando.

— ¿El qué?

—A nosotros haciendo el tonto.

— ¿Qué dices? ¡Quiero verlo!

—Hasta que no lo haya terminado no.

Ella sonrió. Esperó a que él hubiese terminado. Empezó a darle pinceladas negras, resaltando sus rostros.

—Ya está.

Mauhn enseñó su cuadro, que todavía le faltaba secarse. Ella se quedó boquiabierta al ver aquellas manchas de pintura y después las líneas negras de sus rostros.

—Es increíble, Mauhn.

—Gracias.

— ¿Dónde lo vas a poner?

—Buena pregunta. Aún no lo sé, realmente.

—Ya tendrás tiempo de pensarlo. Por cierto, te quiero.

Él sonrió, sintiendo lo mismo.

Los días pasaban, ellos hacían su vídeo llamada habitual pero Mauhn nunca era controlado.

Por una parte se alegraba por ello. Salía a matar a los puntos rojos aunque, prefería hacerlo controlado porque le dolería menos.

Nekane se había dedicado a aprender a tocar la guitarra. Susan y Aiden salían a jugar al tenis, a la pista de las afueras de la ciudad. Sam se había dedicado a aprender alemán mientras que Aída no tenía ningún hobbie más que escuchar música y bailar delante de su espejo.

Y así fueron transcurriendo los días, cada uno tenía su pequeña rutina, que pronto acabaría.

Pero nadie sabía cómo. Ninguno tenía claro cómo iban a acabar sus vidas, ni con quién.

Y eso les sorprendería a todos.

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