Epílogo

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El mundo se había convertido en un lugar mucho menos contaminado. Habían conseguido reducir el uso del plástico, reemplazar el uso de muchas energías por otras.

Nekane hizo una visita a la casa de Mauhn, que se iba a poner en venta debido a que su abuela se había mudado con su novio, Ramón.

Una vez en la parte de arriba, decidió llevarse todos los cuadros que el chico había pintado y dibujado en su tiempo libre.

Observó el interior de la habitación, donde tanto tiempo habían pasado juntos. Riendo, llorando, besándose, amándose.

Pero algo hizo que su atención fuera captada. Se acercó al escritorio, lleno de pinturas. Vio una carta, una pequeña carta con su nombre escrito.

Ella se extrañó bastante. Abrió la carta, y se quedó sorprendida. Miles de frases de sus conversaciones estaban ahí escritas.

Para Nekane, la chica que más me enseñó en tan poco tiempo:

Cuando te conocí, no sabía que ibas a ser tan importante para mí. Recuerdo nuestras primeras palabras:

— ¿Por casualidad tienes un cigarro?

—No. No fumo —. Fue tu respuesta, seria y cortante pero yo no me di por vencido.

Mi misión era conquistarte, quería saberlo todo sobre ti. Me gustaron tus palabras, a pesar de todo, aquellas en las que decías que no te esperarías la pintura de un chico como yo.

Desde ahí, me di cuenta de que realmente valías la pena. Y así fue. Me lo demostraste cada día, con cada sonrisa, con cada gesto, con cada lágrima.

Me hiciste sufrir, pensando que tras aquellos accidentes, no ibas a volver a ser la misma. Te hice sufrir, al haberte mentido, al hacer miles de cosas mal. Pero supiste perdonarme y eso fue lo que me hizo feliz y continuar con tu conquista.

Me gustaría que siguieses viva, y no por la mierda del punto rojo. No sé dónde estás ni cómo será el mundo sin tu presencia.

Solo espero no olvidarte jamás.

Porque, sé que estarás conmigo, en cada momento. Y si pudiera, te daría mi vida. Porque a mí me has hecho feliz, debes hacérselo a más personas.

Nekane no pudo evitar su llanto. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras sujetaba con fuerza la hoja, con una sonrisa en su rostro.

Mauhn había escrito aquella carta antes de que supiera que el destino iba a cambiar. Que, él le había cambiado su vida.

Su vida.

Y no cualquiera podía hacer eso.

Bajó las escaleras, con todos los lienzos sobre sus brazos. Cogió unos álbumes también. Su padre estaba en la puerta de la casa, esperándola con el coche.

Durante el trayecto, pensaba en dónde podía poner todos los cuadros que él había pintado.

Y sin duda, su favorito era aquel cuadro en el que salían haciendo el tonto.

Al llegar, se sentó en la cama. Quería ver todos las fotos de él.

Ella reía al ver las fotos de su infancia, riendo, disfrazado, en el colegio. Vio una foto del primer día que se hizo el piercing. Otra foto de él, con sus abuelos y más gente que ella supuso que podrían ser sus tíos.

También con sus primeros retratos, sus primeros paisajes, sus primeros lienzos bien dibujados.

Cerró el álbum. Se levantó y fue hacia el escritorio para coger los cuadros y empezar a ponerlos sobre su habitación.

Cogió un taladro, haciendo agujeros para que se pudieran sujetar los lienzos.
Cuando terminó, observó lo bien que había quedado.

Uno de sus lienzos más peculiares era el de un chico con un cigarro entre sus dedos. De hecho, no tenía color, ella supuso que era Mauhn y que así se sentía antes de su llegada.

Pero sonrió, sabía que ese cuadro le iba a recordar su primera conversación cada vez que se levantara cada día por la mañana.

—Te quiero, Mauhn.

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