XXI

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Nekane estaba enfrente del espejo. Había pasado un mes y ya le había crecido el pelo así que deseaba cortárselo de nuevo, aquel peinado que la hacía ser ella.

Cogió las tijeras con su mano derecha y cortó las puntas que le habían crecido. Sonrió satisfecha con su trabajo.

En aquel mes, todo se había vuelto un tanto extraño. Mucha más gente sentía miedo, el miedo de saber que la muerte les estaba acechando.

Y ella volvió a recordarla. La muerte no la iba a dejar en paz, Mauhn no podía dar la vida por ella, tan solo era un morado.

" —Si pudiera daría mi vida por ti. Te la mereces más que nadie.

—No digas bobadas, Mauhn. Me ha tocado a mí, no tendrías por qué hacerlo ".

Recordó la conversación que mantuvieron bajo la arboleda, aquella noche donde el frío había cesado, donde las estrellas iluminaban todo. Sus brazos rozándose y sus rostros cada vez más cerca.

Ella sonrió. Mauhn y ella se habían llevado muy bien, le había enseñado a amar, a conocer sensaciones nuevas y ella estaba encantada con ello.

Lo bueno que era aquel chico la hacía feliz. Todo lo que habían hablado, lo que habían hecho juntos, todo le había parecido extraordinario.

Pero no podía evitar pensar en la despedida. ¿Cómo sería? ¿Cuántas personas marcharían junto a ella?

Sacudió la cabeza, dejando a un lado esos pensamientos. Se sentó sobre su escritorio, iluminado por los rayos del sol que entraban por su ventana.

Quería devolverle el favor a Mauhn. No solo por la pintura, sino por todo lo demás.

— ¿A quién quiero engañar? No sé pintar.

Pero recordó que si se lo proponía podía lograr algo. Había comprado un lienzo mediano, y unas pinturas que después, regalaría a Mauhn ya que ella no las iba a utilizar.

Dibujó un cielo nocturno, con muchas estrellas. El color predominante en su cuadro era el azul, acompañado del blanco y algunos tonos amarillentos.

Pintó las copas de algunos árboles en la parte baja del lienzo.

Miró su pintura terminada. Sonrió. Sabía que no era tan bonita como la que le había regalado Mauhn, o como esas que pintaba siempre, pero también sabía que le iba a gustar.

Nekane escuchó un ruido en la parte baja de la casa. Se encontraba sola, pues, su familia había salido a ver el zoológico con Billie.

Se extrañó bastante. Decidió, con cuidado bajar a ver qué es lo que pasaba. Nunca había sido una chica miedosa, de hecho siempre se enfrentaba a sus mayores miedos.

Bajó las escaleras lentamente. Pero, un escalofrío recorrió su espalda. Notó el frío tacto de una pistola sobre su nuca y ella se quedó inmóvil, con el pie derecho en un escalón y el izquierdo uno más abajo.

—Nekane —. Una voz grave dijo su nombre y ella no quería decir nada— ¿Te olvidabas de que en tu mano izquierda hay un punto rojo?

— ¿Quién eres? Los morados se volvieron buenos.

—Excepto yo. Nunca fui bueno.

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