Ella lo ve todo.
Él solo la ve a ella.
Tras la trágica e inesperada muerte de su madre, Emma Blackwood deja atrás su vida en Estados Unidos y sus estudios en la escuela de magia americana Ilvermorny para trasladarse a Hogwarts. Allí, su vida dará un...
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Emma sabía que no iba a poder beberse el té, poco importaba lo muy caliente y apetecible que pareciera sobre la mesilla de noche de la habitación del hotel. Tampoco iba a poder disfrutar ni un poquito del día nublado y lluvioso que se observara a través de la ventana, por mucho que se empeñara en mirarlo con detenimiento, esperando sentir algo más.
No iba a poder hacer nada de eso porque aquel ambiente tan otoñal e inglés le recordaba demasiado a su madre, y lejos de crear una especie de "conexión íntima" con ella, hacía que la echara muchísimo de menos. Bueno, muchísimo más de lo que ya lo hacía cada día.
Siempre había esperado con impaciencia poder visitar la tierra en la que nació su madre y escucharla contar historias sobre lo que había vivido allí. Había deseado que llegara el día de pisar Inglaterra durante demasiado tiempo, tanto, que al final había llegado demasiado tarde y Amelia no iba a estar ahí para disfrutarlo con ella.
Amelia se había marchado de sus vidas hacía ya un año, sin previo aviso, sin despedidas. Había fallecido en un accidente de tráfico al ser atropellada por un vehículo no-maj. El último recuerdo que Emma y su hermana tenían de Amelia era el de verla canturrear aquella misma mañana mientras exprimía unas naranjas para hacer zumo. Alfred, el padre, se había despedido de ella antes de irse a trabajar con un beso en los labios.
La siguiente vez que pudieron verla, se encontraba dentro de su ataúd, con el rostro pálido y la mirada tranquila. Y después sus vidas habían cambiado y todo eran "te acompaño en el sentimiento", "lamento mucho tu pérdida", "llámame si necesitas algo" y "Amelia era una mujer excelente". Y nadie los miraba con la simpatía con la que los habían mirado siempre: ahora eran la desafortunada familia que había vivido una tragedia.
El bueno de Alfred, que no sabía cómo seguir adelante tras la pérdida de su mujer, la pobre de Keira, con solo diez años, que seguía necesitando a su madre; la valiente de Emma, con catorce, que vagaba por los pasillos del colegio tratando de ahuyentar todas las miradas y que se había quedado a cargo de la familia después de que su padre tuviera que abandonar su puesto de trabajo por no poder superar el trauma.
Antes de aquel nefasto accidente en junio de 1992, los Blackwood habían sido el objetivo de la envidia sana de los demás. Alfred era profesor de Alquimia en Ilvermorny, el colegio de magia de Estados Unidos, y todos sus alumnos aseguraban que era el mejor profesor que habían tenido jamás. Provenía de una familia notable de magos, descendientes de un antiguo ministro de magia, y el apellido tenía cierto renombre entre la comunidad de magia americana.
Amelia, por su parte, también venía de una familia de dinero, ya que su padre regentaba el monopolio de los calderos en el mundo anglosajón con su empresa, Calderos Lyne. Sin embargo, Amelia se había alejado del negocio familiar al mudarse a Estados Unidos y había decidido hacerse su propia carrera como escritora de libros de historia de la magia. Alcanzó el éxito gracias a sus descripciones ligeramente sarcásticas de los acontecimientos del pasado acompañadas de anécdotas, chistes y fotos por doquier.