Ella lo ve todo.
Él solo la ve a ella.
Tras la trágica e inesperada muerte de su madre, Emma Blackwood deja atrás su vida en Estados Unidos y sus estudios en la escuela de magia americana Ilvermorny para trasladarse a Hogwarts. Allí, su vida dará un...
Narcissa Malfoy estaba agachada sobre Harry en mitad de un claro en el Bosque Prohibido. A sus espaldas había dejado a Voldemort y a sus seguidores, observando la escena con expectación. Harry movía la cabeza muy lentamente en señal de asentimiento, con cuidado de que solo ella se diera cuenta.
—¡Está muerto! ¡Harry Potter ha muerto! —anunció Narcissa, alejándose de Harry y dejando al joven que fingía estar sin vida.
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—Vi que Harry iba a morir —le susurró Emma a su madre mientras se secaba el pelo con la varita—. ¿Cómo va a morir si es él quien tiene que matar a... quien tú sabes?
Amelia cerró la puerta con un toque de varita y se acercó a Emma con un gesto de preocupación y advertencia, levantando ambas manos para pedirle que no se alterara o alzara la voz.
—En primer lugar, ¿cómo sabes que es Harry quien tiene que matarlo?
—Mi profecía... mi profecía decía que el amor de una madre salvaría al Elegido y así este podría cumplir con su destino. Claramente su destino es matarlo, ¿no?
—¿Y cómo va a matarlo? —continuó Amelia.
—¿Lo sabes tú?
—¿Si sé lo de los horrocruxes? Pues claro que lo sé. Dumbledore me lo contaba todo, aunque no hay demasiado que se me pueda ocultar —dijo, dándose unos toques en la sien mientras plegaba la ropa de Emma sobre la cama—. Por eso te pregunto si lo sabes tú.
—No entiendo esa pregunta, mamá. Te estoy diciendo que sí lo sé.
—Tiene que haber siete horrocruxes, Emma. Los horrocruxes se crean matando a una persona, y entonces el pedazo de alma va a parar a un objeto de valor. ¿Se te ocurre una muerte atroz que realizara Él antes de morir en 1981? ¿Se te ocurre algo de valor que tenga una extraña conexión con Él? ¿Que comparta sus rasgos, que sea capaz de entrar en su cabeza?
Emma dejó la varita sobre el escritorio y miró a su madre, retándola a decir que aquello era una simple suposición, pero Amelia tenía los brazos en jarras y la miraba con una ceja levantada. Emma se llevó la mano a los labios, temblando. Todo empezaba a encajar, por fin, y no le estaba gustando nada.
