Capítulo 66 · La última broma Weasley ·

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Cuando Emma compró una pequeña casa al preparar su huida, no pensó que nunca llegaría a vivir en ella del todo. Había usado todos sus ahorros como jugadora de Quidditch y parte de su herencia de orfandad en comprar aquella casa para proteger a su familia, y ahora, tras siete meses, podría reencontrarse con ellos, sanos y salvos.

—¿Entramos, cielo?

Emma se sentía extraña al pisar el asfalto de la carretera con sus pies desnudos. El aire golpeaba su rostro, y el ligero sol primaveral impactaba contra sus mejillas. No sabía si le agradaba o la hacía sentirse aún más alienada. No dejaba de mirar a su alrededor, sintiendo que estaban observándola y la aturdirían en cualquier momento.

Amelia golpeó suavemente la puerta, utilizando un corto ritmo que debía ser reconocible para ellos. Pronto escuchó los pasos apresurados de Keira, que abrió de par en par, con su varita en ristre, y se quedó observando a su hermana durante medio segundo antes de lanzarse a por ella.

—¡Merlín! ¡Papá, es Emma! ¡Y ha venido con mamá!

La familia se fundió en un largo abrazo. Eran un mar de lágrimas, incapaces de articular una sola palabra por la emoción. Emma notaba los brazos de su familia al completo a su alrededor, el olor del cabello de su hermana, del perfume de su padre, la suavidad de las manos de su madre. Todo parecía irreal y le daba miedo que fuera un sueño y cuando despertara observara la lámpara de araña de la Mansión Malfoy.

Notaba la puerta abierta tras ella y necesitaba cerrarla para sentirse segura por fin.

—Keira, estás muy mayor, ¿podrías dejar de crecer, por favor? —se quejó en broma, sosteniendo el rostro de su hermana al terminar el abrazo y mirándola entre lágrimas.

—Solo mido diez centímetros más que tú, Em, no es tanto. Es que tú te has quedado más pequeñita —respondió ella, limpiándose las lágrimas—. No puedo creer que estés...

Emma la abrazó, sucumbiendo de nuevo al llanto. No quería imaginar lo que había sido para Keira pasar todo ese tiempo sin saber nada de su hermana. Había llegado a pensar que jamás volvería a abrazarla, y ahora que la tenía junto a ella, seguía pensando que todo era producto de su imaginación.

—Vamos, venid al salón —propuso Alfred, tras asegurarse a través de las cortinas de que nadie las hubiera seguido—. Keira, tesoro, ¿haces un poco de té?

Emma se limpió de nuevo las lágrimas. Le temblaban las piernas de la emoción y estaba comenzando a notar el cansancio y las extremidades agarrotadas por el miedo que había pasado. Quería tumbarse y dormir junto a los suyos y no preocuparse por nada más, pero había una cosa que tenía que hacer antes de eso.

—Si no os importa, me gustaría...

—¿Ir a ver a George? —preguntó su padre con una sonrisa cargada de ternura—. Sí, a mí tampoco me importaría ir a ver a los demás, pero no creo que debas ir a la Madriguera, Em. No es tan seguro como esta casa.

—Pues haremos que vengan aquí —anunció Keira, dejando la bandeja con el té y las galletas sobre la mesa—. ¡Puedo ir a la Madriguera y traerlos!

—No, cariño, aún tienes el localizador, no puedes hacer magia —le recordó su madre, acariciando su trenza.

—Iré yo. —Alfred se levantó para coger su abrigo—. Emma, cielo, ¿quieres darte una ducha y ponerte algo cómodo? Tardaré un poco en llegar a todos, con tantas protecciones...

Emma no se había bañado sola en meses. Ahora que caía el agua desde el grifo, se acordaba inevitablemente de Lora, quien la había cuidado durante todo su encierro. Sentía que le faltaba el peso de sus grilletes alrededor de las muñecas, casi como si los echara de menos. Se le habían quedado las marcas alrededor, y no sabía si algún día se quitaría o dejaría de sentirlas.

I Didn't See You  · George Weasley ·.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora