DOS

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Esta mañana a pesar del frío me levanté muy temprano y salí a trotar alrededor del edificio, no soy muy amante de realizar ejercicios pero correr me ayuda a despejar la mente cuando me encuentro estresada y sobre todo evita que quiera asesinar a las personas que me ponen de muy mal humor.

Benjamin hace que quiera romperle las pelotas cada cinco minutos y eso que apenas llevo tres días conviviendo con él.

Ya no lo soporto, se queja por todo; sobre todo por el pelo del gato que lo hace estornudar y por mis desastres que he dejado en la cocina, de esto último me declaro culpable, por mucho que me esfuerce en dejar todo limpio las cosas del hogar nunca se me han dado bien.

Vuelvo al departamento una hora después de salir, casi son las nueve de la mañana y al parecer Benjamin sigue durmiendo así que para asegurarme de que lo hace, me dirijo hasta la puerta de su habitación y sin hacer ruido pego mi oreja a la madera, no se escucha nada.

Reprimo una sonrisita y a pasos muy lentos voy hasta la cocina. Llevo tres días robando la comida del imbécil de Benjamin, hablaba en serio cuando dije que pagar el taxi que me trajo desde el aeropuerto me dejaba con un presupuesto muy limitado para comer mientras consiguiera trabajo.

Desde hace unos años que sobrevivo con una pequeña herencia que recibí y había decidido guardar lo último que me quedaba en póliza que me dará ganancias a un plazo fijo, pero antes de hacerlo me quedé con una cantidad considerable para mis gastos por unos días.

Mi tía Constanza era la hermana mayor de mi madre que nunca se casó ni tuvo hijos, cuando murió me heredó su departamento en la ciudad de Los Angeles y su cuenta del banco, no era una cantidad millonaria pero tampoco cualquier cosa, me había servido para pagar mi carrera de Publicidad y Marketing.

Margarita y Fernando Sandoval, mis padres tienen mucho dinero por ser los dueños de la empresa exportadora de vinos más prestigiosa de Norteamérica, pero aun así me negaron su apoyo económico cuando decidí no estudiar Enología o Negocios internacionales como ellos querían, dijeron que mi futuro era tomar las riendas de la empresa pero definitivamente eso no es lo mío.

Me encanta recorrer los viñedos descalza, el olor de la uva se me hace exquisito y en tiempo de cosecha me fascina aplastarla pero sólo eso, no me imagino elaborando vinos para luego ser exportados hacia otros países, más bien me veo trabajando en la creación de la etiqueta de las botellas y armando la campaña de publicidad para atraer más ventas pero mis padres nunca lo vieron así.

Por eso cuando cumplí los dieciocho años reclame mi herencia, abandone la hacienda y me mudé a Los Angeles para estudiar lo que siempre quise, mis padres pusieron el grito en el cielo y aunque lo intentaron no me hicieron cambiar de opinión. Después de todo ya era mayor de edad y no tenían derecho a decidir sobre mí, me dolió mucho no contar con su apoyo, pero no volví atrás con mi decisión y a pesar de eso nunca me aleje de ellos, cada vez que tenía tiempo iba visitarlos y eso significaba tener que aguantar sus sermones.

Respiro profundo y tomo algo de fruta de la nevera y la corto en pequeños trozos para luego ponerla en un tazón, robo un poco de yogurt y algo de granola para desayunar. Benjamin lleva una vida fitness, todo lo de la alacena y del refrigerador son vegetales orgánicos, frutos secos, también hay proteínas y muy pocos carbohidratos, no me estoy quejando en lo absoluto, aunque si estaba acostumbrada a llevar una alimentación diferente.

Es muy poco lo que se cocinar y cuando vivía sola siempre pedía comida sin importarme cuantas calorías podía tener. Soy muy delgada, así que ganar unas libras de más no me preocupa, al contrario, me encanta subir de peso porque todo se va allí atrás y mi trasero inexistente se nota un poco más.

Lavo los trastes luego de terminar mi pequeño desayuno, tengo cuidado de no tomar porciones grandes para que el imbécil de Benjamin no lo note.

Cuando termino empiezo a llamar a Lucifer, pero este no aparece por ninguna parte ni siquiera cuando pongo una buena cantidad de comida para gatos en su dispensador, el muy cretino no tiene idea de que había pensado en su alimentación por delante de la mía y aun así le daba por esconderse.

POR CULPA DE JUANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora