CINCO

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Benjamin.

Soy gay.

Decirlo fue lo correcto y de alguna manera liberador, no podía permitir que Juana se ilusionara conmigo, no quería romperle el corazón.

A pesar de nuestras diferencias y de las continuas peleas he notado la manera en que me mira, sé que no le soy indiferente y muchas veces hasta ha resultado divertido ponerla nerviosa con mi cercanía, pero ya no puedo seguir haciendo eso, tenía que poner una barrera entre los dos para que nadie saliera herido.

— ¡Dios! Yo no lo sabía —ella exclamó apenada—Te prometo que esto no volverá a pasar.

Eso fue lo último que dijo antes de darse la vuelta y salir con dirección al baño y me dejó en su habitación con muchas emociones encontradas.

Besé a una mujer y aunque suene contradictorio no resultó tan mal.

Desde hace una semana que no la veo, al día siguiente del beso tuve que salir de viaje todo el fin de semana para realizar las últimas grabaciones fuera de la ciudad del comercial en el que estoy trabajando. El lunes llegue casi en la madrugada, el martes pase durmiendo todo el día y desde el miércoles creo que ambos estamos evitando nuestro encuentro.

Pero hoy es inevitable que nos veamos, porque así lo he decidido ¡Por Dios! ¡Solo fue un puto beso! No es como si hubiésemos follado para evadirnos por el resto de nuestras vidas.

Fue mi primer beso con una mujer y aunque Juana tal vez no lo recuerde, no fue la primera vez que nos encontrábamos en esa situación.

Hace muchos años atrás cuando yo tenía diecisiete, unos meses antes de que papá descubriera que había besado a un chico, viajamos hasta Napa con mi familia para pasar las fiestas navideñas en la Hacienda de mi tío Bill, el papá de Adria.

Después de la cena, a los más jóvenes se nos permitió marcharnos al área de la piscina y a los dos demonios que tengo como hermanas mayores se les ocurrió la brillante idea de jugar un estúpido juego que se llama siete minutos en el paraíso.

Mis maquiavélicas hermanas gemelas siempre hacían eso cuando en una fiesta se encontraba un chico que querían besar y en esa hubo muchos a los que besaron. Los chicos y chicas iban desde los quinces años en adelante.

Todos nos dirigimos hasta la pequeña casa de la piscina, hombres y mujeres se sentaron alrededor de la mesa de estar y escribieron sus nombres en un trozo de papel para luego dárselos a Marge—una de las gemelas—para que los colocara en unos recipientes separados por género.

Yo solo me limite a mirarlos desde un rincón, jamás me había llamado la atención mezclarme en las estupideces de mis hermanas.

Todo estaba listo para empezar el juego cuando alguien los interrumpió.

—Queremos jugar —aseguro Adria entrando junto con su amiga la flacuchenta, la que tenía los ojos negros muy grandes y curiosos.

—Adria, ya les dije que ustedes no pueden jugar —le respondió Grace, mi otra hermana pelirroja, ellas heredaron el tono de cabello de mamá.

—Si no nos dejan jugar le diré a mis padres lo que están haciendo aquí —Adria cruzó los brazos sobre el pecho, su amiga afirmaba con la cabeza a todo lo que mi prima decía.

—Chiquis, por favor —la llame por el apodo de cariño que le había dado—Deja que ellos jueguen en paz, ve con tu amiga a pasear en el jardín.

Mi prima es muy terca y en ese momento que estaba entrando a la pubertad lo era mucho más. Nunca ha sido fácil hacerla cambiar de opinión, pero yo no podía permitir que se encerrara con un tipo en una habitación a oscuras y tampoco que acusara a mis hermanas, no por lo que a ellas pudiera pasarles sino por el propio bien de Adria, las gemelas harían hasta lo imposible para vengarse.

POR CULPA DE JUANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora