7. Visita.

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La recepcionista movió la cabeza en un gesto negativo

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La recepcionista movió la cabeza en un gesto negativo.

—Lo lamento. Los únicos que pueden ingresar a ver al joven Alfonso Herrera son familiares.

Otra vez le insistí poniendo mi rostro de niña inocente que quería algo pero la mujer siguió diciéndome que era imposible.

—Por favor señorita. —dijo por fin. —Haga el favor de retirarse.

Estaba a punto de protestar otra vez pero me di cuenta que eso era completamente inútil. La única forma de poder ver a Herrera era escabulléndome cuando menos se dieran cuenta. Hice la que caminaba hacia la salida, cuando aquella enfermera dejó de mirarme di un salto hacia uno de los pasillos consecutivos logrando escaparme.

Incluso por cosas del destino, no había gente en esa zona por lo que llegué a la escalera fácilmente sin ser vista. En el segundo piso había unas cuantas personas con ropa de calle que estaban visitando a sus familiares, algunas enfermeras y un doctor intercambiando algunas palabras con una mujer de apariencia cansada. El típico ambiente que tenía una clínica donde la mayoría de personas presentes tenían la mala suerte de estar en riesgo ante una enfermedad o tener a un familiar querido en aquel horrible lugar.

Esa era una de las razones por las cuales procuraba ni siquiera pasar al frente de una clínica u hospital, quizás porque me traían demasiados malos recuerdos cuando mamá tomaba uno de sus tragos de más y los vecinos tenían que llamar a la ambulancia para que se la llevaran a un hospital cercano y le pusieran calmantes.

Mis ojos se toparon con una enfermera que parecía ser la más novata de todos los presentes, no debía tener mas de veintidós años y estaba con un semblante asustadizo. Me acerqué a ella con uno de mis rostros angelicales.

—Disculpe, me he perdido... ¿Sabe donde esta la habitación de Alfonso Herrera?

Pude ver que la chica dudó durante unos segundos si contestarme o no.

—Es que soy su prima. —mentí.

La expresión de la chica se relajó un poco, por lo visto se había creído lo que le había dicho.

—El joven Herrera está en la habitación 205, al final del lado derecho, señorita.

—Oh... —giré para ver hacia la dirección donde me indicaba. —Muchas gracias.

Inmediatamente caminé hacia la habitación que la enfermera había indicado. La puerta se encontraba entreabierta y no había ni una sola persona al final del pasillo, me acerqué lo suficiente para poder ver quienes estaban adentro y sobre todo, escucharlos. Un hombre de aparentes cincuenta años se hallaba de espaldas, tenía cabello oscuro y estaba vestido elegantemente con un terno. Y justo en la cama se hallaba Alfonso con los brazos cruzados y un semblante de pocos amigos.

Mis ojos analizaron la apariencia poco saludable que tenía Alfonso; su cabello oscuro se encontraba opaco, sus ojos verdes parecían haberse desteñido y su piel se encontraba de un pálido poco saludable. Unas medias lunas debajo de sus ojos remataban lo que era posiblemente una de las fachas menos saludables que en mi vida habia visto.

La voz de aquel hombre salía molesta, muy molesta.

—¡Que irresponsable eres! —vociferó. —¡Apenas llego de mi viaje y me entero que uno de mis hijos está internado por drogas!

Tan solo en su voz se podía palpar el enfado que le estaba invadiendo.

—¡Cómo diablos pudiste hacerlo?! ¡¿Tienes la menor idea de lo que las personas dirán de mí cuando se enteren de esto!

Paró durante unos segundos para después poner una de sus manos sosteniendo su cabeza en un gesto de cansancio.

—La reputación de la familia. —dijo con preocupación.

No se necesitaba ser un gran adivino para saber quien era ese hombre: el padre de Alfonso. Y por lo visto muy enojado. Pude darme cuenta que él que podría ser considerado mi condena pertenecía a una familia muy acomodada, ya que tener el dinero para poder pagar una clínica como esta y sobre todo; vestir esos trajes y tener las preocupaciones como: la reputación de la familia. Indicaban demasiadas cosas relacionadas con un estatus alto.

—Como si me importara lo que los demás digan. —Alfonso dijo con frialdad. —Sabes que nunca me ha importado.

Las manos de su padre se volvieron inmediatamente puños.

—¿Quieres provocarme? —soltó su progenitor furioso.

Alfonso guardó silencio durante unos segundos para fijar su vista en uno de los suelos, esa era una respuesta no exactamente positiva pero tampoco negativa.

El señor Herrera se puso erguido en una acción de autosuficiencia, soltó un suspiro que salió más como un bufido. Parecía estar cansado, estresado y poco motivado.

—No sé por qué haces esto. —habló con suavidad. —Siempre fuiste el mejor... mejor que tu hermano, mejor que yo.

Guardó silencio como si quisiera recordar durante unos segundos el tiempo pasado.

—Más inteligente, más talentoso, más poderoso... en todos esos aspectos le superabas a tu hermano. —paró. —Ahora mírate... ¡Eres solamente un maldito fumón!

El desprecio se podía palpar en el aire, inmediatamente quería tirarle un buen puñetazo a la cara del padre de Alfonso. ¿Cómo le podía decir eso? Agudicé mi vista hacia donde el hombre se encontraba.

—Ahora creo. —prosiguió. —Que deberías ser como tu hermano.

La expresión de Alfonso se pareció incendiar de un fuego oculto, lleno de ira.

—¡Yo no soy mi hermano!

Su padre bufó.

—Lamentablemente.

Di un salto rápido cuando vi que el papá de Alfonso se disponía a salir de la habitación, me hice la que miraba uno de los anuncios sobre la vacuna contra la hepatitis, al momento que pasó el señor Herrera, éste ni siquiera pareció reparar en mi presencia. Ahí fue cuando pude verle el rostro, se parecía completamente a Alfonso, los ojos y las mismas facciones demasiados perfectas del rostro. Ambos parecían modelos.

Cuando me aseguré que su padre ya había bajado las escaleras, me acerqué silenciosamente a la puerta que ahora se encontraba completamente abierta. Para mi mala-buena suerte, Alfonso se hallaba con sus ojos verdes puestos en mí.

Sonrió de una forma burlesca cruzado de brazos, dios, ¿acaso no tenía otro gesto? Ese realmente me estaba estresando.

—Dulce. —su voz salió divertida a pesar que hace un momento estuviera furioso. —Que milagro tenerte por acá.

Yo no contesté nada, simplemente avancé hasta estar dentro de la habitación. No tengo la menor idea de cuanto tiempo pasó pero finalmente él abrió su boca otra vez.

—¿Qué haces aquí?

Me quedé callada.

—Esa pregunta también te la debería hacer a ti. ¿No crees? —le dije.

Él levantó los hombros haciéndose el desentendido.

—Tal vez... aunque no sería de una pregunta del todo apropiada ni muy lógica.

Le miré fijamente a los ojos.

—¿Por qué lo dices? —cuestioné.

—Creo que ya te debiste haber enterado lo suficiente escuchando como hablaba con mi padre, ¿no?

Muy bien, ese era un punto a su favor. Mis mejillas se pusieron rojas, había sido atrapada con las manos en la masa.

—¿Me viste?

—No soy ciego ni tonto. —habló con naturalidad. —Era fácil darse cuenta que alguien estaba escuchando...

Realmente si yo hubiera querido ser agente secreto estaría despedida. Ambos nos miramos fijamente a los ojos otra vez, la tensión creció en el aire, un montón de palabras que ninguno de los dos nos atrevíamos a decir.

—Aún no has respondido mi pregunta. —enarcó una ceja.

Ahora sí que me habia atrapado, no tenía nada bueno que darle como excusa sobre mi presencia. ¿Por qué no lo habia pensado antes? Una idea, algo se me debe ocurrir...

—Es algo reciproco. —solté.

—¿Reciproco? No se te ocurre nada mejor. —se burló.

—Hablo en serio. Tú me salvaste de que me ahogara, ahora vengo a visitarte.

Otra vez su frialdad volvió.

—Eres tan transparente...

—¿Un libro abierto? —enarqué una ceja.

El bufó.

—Eso es muy crepúsculo, Bella Swan.

Sus palabras me sorprendieron por un momento, no pude evitar hacerle la pregunta que me estaba carcomiendo.

—¿Viste la película? —inquirí.

Puso su cara de pocas ganas.

—Leí el libro... mucho mejor.

Interesante. Le gustaba leer.

—No sabía que leías... francamente. —comenté.

—¿Me crees hueco?

—No dije eso. —me defendí.

—Lo pensaste. —contra atacó.

No pude evitar sonreír ante lo infantil que ambos estábamos siendo, al ver que él no sonreía decidí que era mejor poner mi gesto de chica indiferente. Aún quedaba una pregunta la cual no me atrevía a hacerle, quizás era la más lógica y la más común de todas pero igual... es como si preguntarle eso tuviera un significado más para mi.

—¿Cómo te sientes?

Vaciló por unos momentos.

—No del todo... tener sobredosis no es tan malo como parece.

Sonrió sarcásticamente pero no le seguí el juego, eso no me daba ni una gracia al respecto. No podía creer que se lo tomara tan a lo liviano cuando casi pudo haber muerto por una estupidez.

—¿Cómo puedes estar así? Cuando casi te matas.

Mi voz salió chillona, alarmada... preocupada.

Enarcó una ceja oscura con una sonrisa a una esquina de la boca.

—¿Preocupada?

—Por favor, no estoy para juegos.

Él entendió a la perfección lo que quería.

—Un porqué. ¿Por eso has venido?

Giré hacia otro lado, la atmosfera ahora estaba demasiado tensa como para poder mirarse a los ojos sin sentirse demasiado rara.

—Hay demasiados porqués que quiero que me contestes.

—Aunque es muy poco probable que lo haga. —contestó.

—En ese caso quiero que me contestes ¿el por qué? que tengo en mente.

Sus ojos verdes se volvieron como dos platos de la sorpresa por la frialdad de mi voz, por lo visto sonaba demasiado decidida contando con el hecho que mis piernas estaban flaqueando.

—Una forma de escape. —soltó por fin. —¿Por qué no intentarlo de vez en cuando?

—Sabes que eso no funciona. —dije molesta. —Drogarte solo te mata las neuronas y te manda a una clínica.

Él movió la cabeza en un gesto de cansancio, no era la primera vez que le decían.

—¿Cómo poder hablar sin ni siquiera haberlo intentado?

—¿Eres drogadicto?

Esa pregunta paró las respuestas que venían, una sonrisa surcó sus labios.

—No.

El alma volvió a mi cuerpo. Iba a preguntarle una ultima pregunta cuando escuché una voz demasiado conocida, mejor dicho, que había conocido el día de la fiesta.

—¿Dulce? —era una voz tranquila pero grave.

Giré rápidamente con los ojos abiertos. De mi labio un nombre salió trabadamente.

—Charlie...


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Lo siento, no quiero volver a las andadas de publicar de madrugada, en verdad que trato, pero la verdad es que se me ha complicado actualizar más temprano. Créanme que trataré pero no les garantizo nada.

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*Bueno, al menos éstos lograron mantener una conversación ya algo civilizada. Veremos cómo se siguen portando, sobretodo Alfonso con Dulce.*

Gracias por leer y comentar, nos estamos leyendo en el próximo.

DULCE & ALFONSO (TRENDY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora