37. El cuento de Hadas.

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La noche anterior había sido la despedida

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La noche anterior había sido la despedida. Una pequeña fiesta donde amigos cercanos de Alfonso habían sido invitados para despedirse, justo antes de que partiera a la universidad. Bailamos toda la noche e hicimos el amor, temprano al día siguiente, me fue a dejar a mi casa y luego regresó a su departamento para poder alistar sus cosas.

Giré hacia el reloj ubicado en mi mesa de noche, eran las nueve de la mañana. No había tenido las fuerzas necesarias como para acompañar a Alfonso al aeropuerto y despedirlo. Simplemente no había podido. Me dirigí al baño para asearme y cambiarme, por alguna extraña razón tenía ganas de salir a caminar durante un rato para poder consolarme a mí misma con la idea de que eso sería lo mejor para él.

Mamá ni siquiera me molestó, ella entendía a la perfección como me sentía tan solo con mirar mi facha y asintió en silencio cuando le dije que saldría a caminar.

Las calles permanecían abrumadas de personas y la única que parecía tener una cara larga en un hermoso día era yo. Habíamos acordado comunicarnos, y todos los fines de semana él vendría a la ciudad para poder pasar un tiempo juntos, incluso había comentado algo de reprobar un semestre o provocar a su padre en ponerlo en mi universidad, aunque ninguna de las dos opciones era buena.

Caminé hacia el parque central y me senté en una de las bancas, alrededor se encontraban varios niños jugando y personas conversando, sin mencionar las románticas parejas que paseaban tomados de la mano o con amplias sonrisas. Definitivamente ni siquiera Dios parecía estar de mi lado ese día. Me parecía tan injusto haber tenido que atravesar tantas cosas para terminar de esta manera, una relación a larga distancia, la cual sin lugar a duda sería realmente difícil. Muchas personas habían dicho que las relaciones a larga distancia no funcionaban, y creo que no se equivocaban.

Otra vez empecé a sentirme miserable ante la idea de como sería mi futuro. Durante los primeros meses la pasaríamos bien con las esperanzas de llevar la relación, pasaríamos un fin de semana haciendo el amor y saliendo, luego él regresaría a su universidad y yo me quedaría en la mía. Pero una de esas veces, por cuestiones del destino, él no vendría un fin de semana y luego sus constantes faltas se irían incrementando. Lo llamaría, pidiendo que viniera, y él lo haría solamente para complacerme ya sin muchas ganas y esperanzas. Aunque yo también estaría de esa manera, me sentiría atada a algo del cual me convencería no iba a funcionar y uno de esos fines de semana, o incluso por una de las pocas llamadas telefónicas que nos haríamos, ambos daríamos un pie para terminar nuestra relación. Excusándonos, obviamente, con el hecho que necesitábamos avanzar. Iba a doler, eso era cierto, pero poco a poco nos olvidaríamos.

Y lo peor no era el dolor, sino el olvido.

Un sonido, demasiado conocido para mí, me sacó de esos tortuosos pensamientos. Miré hacia la pantalla de mi celular, Ginny me llamaba. Contesté con un leve hola parecido al de un muerto andante.

—¿Dulce? —la voz de mi BFF sonó un poco preocupada. —¿Donde estás?

—En el parque. Salí a caminar durante un rato. ¿Alfonso ya se fue?

Un silencio al otro lado de la línea me dejó sin cuidado, ahora no parecía importarme nada.

—Sí. —contestó Ginny. —¿Por qué no vienes a mi casa? Dentro de una hora Charlie va pasar y podemos ir a comer algo y ver lo de la universidad.

Eso fue como un golpe en el estomago. Era cierto, se me había olvidado por tan solo un instante. Ginny no tenía que enfrentar el problema de ver a su novio partir, Charlie no tenía que irse a otra ciudad sino que estudiaría con nosotras, ya que su padre no estaba dispuesto a pagar para que su hijo se convirtiera en escritor, así que lo iba a enviar a la universidad local. Ellos estarían juntos, y me alegraba por ellos, pero no podía evitar sentir cierta envidia.

—Claro. —volví a la realidad respondiéndole. —Voy dentro de unos quince minutos, ¿okey? Bye Ginny.

Cerré mi celular y lo volví a guardar en el bolsillo de mi abrigo. Solté un suspiro mientras enterraba mi rostro entre mis manos, no quería otra cosa que no fuera desaparecer. Hubiera seguido con mi posición de chica abandonada si no fuera porque sentí como alguien se ponía adelante mío, no me molesté en levantar la vista, simplemente traspasé todo mi estado de animo a mi voz.

—Lárgate. —musité.

Al ver que aquel desconocido no se iba, levanté la mirada dispuesta a dirigirle una serie de malas palabras pero casi me caigo de espaldas cuando veo al hombre de mi vida, justo delante mío, sonriente.

—Alfonso. —logré decir con dificultad. —¿Alfonso?

Parpadee intentando comprobar que no se trataba de alguna alucinación, pero al seguir viendo su brillante sonrisa con su típico gesto despreocupado con brazos cruzados, un chillido de emoción acompañado de unas lagrimas provinieron de mi lado. Me lancé sobre él, siendo recibida por los fuertes brazos que había creído perder hace tan solo segundos.

—Bueno, eso de no puedo pedirte que te quedes era mentira. —su comentario fue natural, como si nada. —Y me alegro que haya sido así.

En otras circunstancias le hubiera dado un codazo pero lo único que atiné fue quedármele mirando sorprendida.

—¿No tomaste el avión? —dije emocionada.

—¿Por qué lo tomaría? Te dije que quiero estar contigo.

—Pero... ¿qué va a pasar con la universidad?

—Te amo. —me interrumpió y luego abrió los brazos en un gesto de exclamación para que todos los del parque lo escuchar. —¡Amo a Dulce María! ¡ESTOY LOCO POR ELLA! ¡LOCO! ¡Y nunca en mi vida, NUNCA, me apartaré de ella!

Las personas alrededor esbozaron grandes sonrisas, Alfonso me atrajo otra vez hacia él, dejando nuestros labios tan solo a centímetros.

—Te amo... —susurró.

Mis mejillas se encontraban bañadas en lagrimas. Cuando estaba a punto de responderle, mi atención se concentró en el pequeño detalle que hizo. Metió su mano dentro de su bolsillo y mis ojos parecieron abrirse y mi corazón detenerse cuando de uno de estos, un hermoso anillo salió. Se arrodilló al frente mío, justo como en las películas románticas, y esbozó una grande sonrisa.

—Dulce, mi amor, espero que no sea muy pronto para decirte esto, pero simplemente no puedo aguantar... ¿quieres casarte conmigo?

La cabeza empezó a darme vueltas, las lagrimas rodaron más por mis mejillas mientras me llevaba mis manos sobre mis labios, casi reprimiendo un grito que seguramente se hubiera escuchado hasta Plutón.

—Sí. —empecé a reírme con la respiración entrecortada. —Quiero casarme contigo.

—Ah, eso es bueno. —se paró sonriente y me atrajo hacia él. —Porque no pensaba dejarte decir que no.

Nuestros labios se unieron en un profundo beso. De todos los besos que podían haber en el mundo: apasionados, tiernos, seductores y tímidos; ese era el mejor de todos. No me importó que las personas alrededor dieran gritos de alegría y aplausos, algunos silbidos y risas. Era feliz. Alfonso no se había ido, no había subido al avión en ningún momento y había decidido quedarse aquí conmigo.

Después de todo, el cuento de hadas sí tuvo su final de ensueño.

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Dos días sin actualizar, lo siento tanto! 😔
Pero bueno, de nuevo es un poco tarde pero aquí les dejo el penúltimo capítulo de esta historia.
Hoy Lunes por la tarde sin falta les estaré dejando el último capítulo... tan rápido se me fue esta historia ☹️

Bueno chicas, nos estamos leyendo. Y disculpen la demora. 🤗

DULCE & ALFONSO (TRENDY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora