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Jaemin no podía asegurar que fuera una persona muy brillante en cuanto a sus instintos se trataban, pero lo que sí, tenía la certeza de que no era un completo estúpido al momento de tomar decisiones apresuradas, puesto que por lo regular, la suerte solía estar de su lado.

No obstante, aquello ocurría con nimiedades como decidirse por un sabor nuevo de ramen instantáneo sobre el usual, o priorizar las asignaciones de la universidad entre "las que pueden estar en el examen" y "las que son relleno y ya"; no con decisiones grandes como romper su contrato que agregaba varios ceros a la derecha de su cuenta bancaria, o aceptar ir una vez más al departamento de Jeno en donde decenas de veces estuvo más desnudo que vestido.

Contuvo suspiro tras suspiro de preocupación durante todo el trayecto por las calles de Seúl, y cuando se adentraron al estacionamiento, pudo jurar que su corazón errático luchaba por escapar de su cuerpo para buscar la salida que él fallaba en encontrar.

A paso tembloroso salió del asiento del copiloto que amenazaba con engullirlo para desaparecerlo por siempre de la vida de Jeno, y deseó muy en el fondo de sí el desvanecer los recuerdos que llegaban a él en ese instante, escenarios en los que Jeno le hablaba con dulzura y lo consentía, momentos en los que él ignoraba la realidad de sus verdaderas vidas y sus únicos nervios eran porque Jeno lo empotrara contra una pared lo antes posible.

En silencio se adentraron al elevador que los llevaría a la suite, y lo único que irrumpía el silencio era la respiración pesada de ambos.

A través del reflejo de las puertas, Jaemin miraba de reojo al mayor, cuyo estoicismo comenzaba a exasperarle. Quería abofetearlo, romperle la cara por su descaro, ¿cómo podía estar tan tranquilo en una situación así? Jaemin se lo preguntaba constantemente, pero luego regresaba a su mente el hecho de que Jeno era un hombre de negocios, un empresario que probablemente había enfrentado pérdidas millonarias mucho más significantes, y si rechazó a numerosos chicos que no le complacían, ¿por qué no lo haría con uno más que se había atrevido a cruzar la línea de lo profesional?

Él solo era un empleado más en su círculo de negocios.

Aquellos pensamientos galopaban en su cabeza, atormentándolo desde el mismo instante en el que firmaron la renuncia al contrato. Jaemin no iba a negar que le doliera, porque sí, le enervaba la indiferencia de Jeno, la ambivalencia con la que le trató desde se reencontraron en Ilsan, maldiciéndolo para luego pedirle que se quedara a su lado, y todo para terminar por romper el contrato a mutuo acuerdo.

Cuando el eterno ascenso al piso terminó, los dos hombres caminaron por el pasillo hasta la puerta, y adentrarse al departamento fue como creer que nunca nada cambió. El perfume de Jeno estaba por todas partes, y Jaemin se prometió a sí mismo memorizar la dulce fragancia.

―Revisa la habitación, iré a mi oficina un momento.

Antes de que Jaemin pudiera responder, el mayor estaba desapareciendo por el pasillo. Jeno se aseguró de librarse del saco y aflojarse la corbata, dejando la primera prenda sobre el sofá en el que numerosas veces intercambiaron besos y mucho más que ello. Jaemin quiso contenerse, quiso recordarse la clase de imbécil que era Lee Jeno, pero una fuerza mayor lo atrajo a donde reposaba el saco, incitándolo a tomarlo entre sus manos y hundir la nariz en la tela. Si quería recordar a Jeno propiamente, debía nutrir sus estímulos.

Cuando la sensatez volvió a él, dejó la prenda en donde originalmente había sido puesta para apresurarse a la habitación principal, que pertenecía al mayor. Si quería terminar rápido, debía recoger sus cosas cuanto antes para ya no volver jamás.

En su mochila colocó las calcetas que Jeno compró para él en su primer encuentro, y en el walk-in había guardado un par de prendas y accesorios que le encantaban demasiado como para no llevárselos consigo. El reloj suizo y los zapatos italianos se los llevaría consigo, por si acaso surgía alguna futura cita con otro daddy, y aunque le encantaría llevarse los juguetes que Jeno compró especialmente para él, su pudor le impedía guardarlos en su mochila.

Distaste | nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora