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Lee Jeno estaba acostumbrado a las grandes pérdidas.

Perdió a su madre a los siete años, tan rápido cuando se le fue arrebatada por una mierda que la deterioró día tras día, sin que él pudiera impedir que se le escapara de las manos. Se fue tan rápido que él pensó que jamás volvería a ser el mismo después de haberla perdido para siempre, y en efecto, nunca lo fue. Cada día vivía falto de su amor, de una despedida y del recuerdo de su voz que se desvanecía en su mente, necesitado del cariño de alguien que lo quisiera incondicionalmente como ella lo hizo.

Perdió a su gato favorito a los doce, a su confidente y amigo, el refugio en el que se ocultaba para desahogar sus preocupaciones. Sucedió cuando se fue de viaje con su padre, y aunque creyó que le había dejado comida suficiente para dos semanas, la mascota había desaparecido para cuando volvió, y Jeno no dejó de arrepentirse por semanas, casi meses, por no haberle servido más alimento para que se quedara.

Perdió a quien creyó su mejor amigo a los dieciocho, cuando en el calor de unas copas le confesó su orientación sexual recién admitida. Jeno estaba aterrado, pero creyó tontamente que podía confiarle su secreto solo para encontrar que el tipo estaba verdaderamente horrorizado de Jeno y sus preferencias, pensando que terminaría contagiándose o que lo intentarían arrastrar a ese mismo vil mundo.

Pero las más grandes pérdidas para él fueron las de su libertad y la de su primer amor, ambos de la mano en un mismo instante.

Jeno aprendió a ser más cauteloso con la gente, en especial con su indiferente padre. Se había guardado sus deseos, secretos y sueños para sí mismo, hasta que aquel chico que conoció durante la universidad logró derribar de poco en poco sus barreras.

Park Sunhan era un chico fascinante, un misterio de rebeldía e indiferencia hacia la represión de la vida real. Era de aquellos chicos temerarios, de esos que escaseaban, que se imponían ante la autoridad con tal de mantener la justicia, que vivían sin temor al qué dirán, sin importarle enfrentar cualquier reto. Pasó casi toda su vida en el extranjero, por lo que su percepción de la vida era completamente distinta a la de las otras personas e irradiaba una confianza que provocó que Jeno se sintiera intrigado y, por supuesto, deseoso de tener un poco de ello. Se hicieron cercanos muy pronto, y como a Sunhan le interesaba poco que usaran honoríficos con él, a Jeno le fue fácil depositar su confianza porque sabía que el chico podría guardar su secreto.

En su mente, Jeno se repetía que podía creer en Sunhan, que él aceptaría sus preferencias y lo apoyaría como nunca, así que en un arranque de valor se decidió a confesarle que era gay. ¿Por qué ocultárselo a un buen amigo? No obstante, Jeno quiso arrepentirse de inmediato cuando Sunhan se mantuvo en un largo y tortuoso silencio, y aunque esperaba cientos de cosas, en un principio le decepcionó escuchar un «de casualidad... ¿te gusto?» que le hizo creer que era el mismo prejuicioso que los demás; sin embargo, todo cambió cuando el chico le sonrió dulcemente, tomó su mano y entrelazó los dedos con los suyos para después agregarle un suave y ligeramente tímido «porque tú a mí sí, Jeno».

Y aunque Jeno apenas era consciente de ello, pronto se encontró compartiendo sesiones de arrumacos y películas en su habitación que hacían que su corazón palpitara con mayor furor, que sus piernas temblaran y las manos le sudaran por la emoción. Luego llegaron los besos con sabor a humo con un toque de vodka, su habitación se llenaba del aroma a sexo y sus ropas se impregnaban del dulce aroma natural que emanaban sus cuerpos al contacto con el otro. No le tomó mucho tiempo descubrir que, en efecto, Sunhan le gustaba mucho, lo quería en su vida y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por él. Sunhan se convirtió en su mundo entero, alguien por lo que arriesgaría todo, el juego más peligroso en el que se involucraría por amor.

Distaste | nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora