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Renjun dejó escapar un suspiro de fastidio, habían intentado hacerlo de nuevo por casi seis veces durante una semana, pero con ninguna parecía estar satisfecho.

―Vamos, sé que puedes. El otro día me lo demostraste, ¿por qué esta vez no? ―cuestionó sacudiendo las caderas, presumiéndole al mayor la bonita lencería que se había puesto.

Yukhei miraba con pena la forma en la que Renjun se frustraba, pero más frustrado estaba él, porque por mucho que lo intentara, simplemente no le salía el perder el control.

―Ese día estaba enojado, Renjun ―explicó por enésima ocasión―, y no, no pretendas hacerme enojar. Sabes que no me gusta, y aunque lo hayas disfrutado, no quiere decir que me agrade haberte lastimado.

Renjun rodó los ojos, dejó de sostener la camisa que le cubría casi hasta las rodillas y se acomodó sobre el regazo del mayor sobre la cama, quien lo recibió entre sus brazos para dejar un suave beso en sus cabellos rubios.

―Incluso me puse estas estúpidas mallas rosas, ¿qué debo hacer para sacar ese lado tuyo?

Yukhei suspiró, no había nada en el mundo que quisiera que poder complacer a Huang Renjun, pero estaba en su naturaleza el ser dulce con el chico, era el aura de inocencia que emanaba y la apariencia frágil de su cuerpo lo que lo llevaba a querer protegerlo, y aunque aquel día en el aeropuerto tuvieron lo que según Renjun fue su mejor experiencia sexual, no dejaba de reprimirse a sí mismo por haberse salido de sus cabales.

―Ya sabes lo que pienso, y créeme que lo intento, pero eres tan lindo que no resisto querer llenarte de besos. Si quieres tú puedes hacer lo mismo de la vez pasada con el sounding.

―Ouh, pero... ―contrario a lo que pensara, Renjun constantemente abultaba los labios en tiernos mohines que hacían sonreír al mayor, aunque el rubio detestara ese tipo de estilo tierno, lo llevaba en su naturaleza―, pero yo quiero que tú me lo hagas a mí. ¿Por qué no hacemos algo? Usemos colores, yo diré verde para indicarte que puedes incrementar la intensidad, anaranjado para advertirte que estás llegando a mi límite, y rojo para pedirte que te detengas.

― ¿Y cómo sugieres que comencemos?

Ante su pregunta, a Renjun se le iluminaron los ojos. Sonriente, tomó una de las enormes manos del mayor y llenó de besos su palma antes de mirarlo a los ojos.

―Puedes usar tus increíblemente grandes manos para darme de nalgadas, ¿qué te parece? ―y aunque el temor permaneciera en él, Yukhei asintió con una suave sonrisa. Si eso hacía feliz a Renjun, entonces lo intentaría.

El bajito hizo que se sentara al borde de la cama, y sobre sus gruesas piernas se acomodó, levantando la enorme camisa que le pertenecía a Yukhei y dejando ver la lencería rosa que a regañadientes se puso para intentar convencer al mayor. Suerte que había funcionado.

Yukhei comenzó despacio, acariciando los bultitos con su enorme mano y bajando la ropa interior a una velocidad tortuosa. En su muslo podía sentir la erección del menor formándose, y aquello logró excitarlo. Por sobre la tela fina del encaje estampó su mano un par de veces, haciendo jadear a Renjun, quien se aferraba a su brazo libre.

―Verde ―indicó el menor, y Yukhei lo tomó como señal para bajar los pantis de una vez por todas. La suavidad de sus pompis se vio enrojecida cuando estampó su mano de nuevo. Luego acarició para consolar la piel que seguramente ardía antes de volver a dar otra nalgada en el redondo culo del rubio―. ¡Oh! ¡Verde!

Más fuerza era lo que pedía, y eso fue lo que Yukhei le dio. Era difícil para él hacer aquello, sobre todo porque le hacía creer que el cosquilleo en su vientre por tener a Renjun a su merced era de alguna forma, una retorcida reacción satisfactoria. Ahora era él quien estaba al mando, mientras el rubio le rogaba por más, necesitado de él tanto como Yukhei lo estaba de Renjun.

Distaste | nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora