Cero

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Eran las cuatro y media de la tarde cuando caminaba hacia la casa de un nuevo cliente.
La acera bajo el árbol estaba increíblemente fresca y debí esperar junto al marco de la alargada puerta de entrada; el aire viajaba más ligero que de costumbre y el silencio paseaba con solemnidad.
Toqué el timbre tres veces, acomodé mi cabello y mi ropa. Siempre he pensado que para hacer el trabajo profesional, debes sentirte en extremo profesional. Afortunadamente me sentía ultrapoderosa esa tarde y confiaba en que nada podía salir mal. La tranquilidad del momento me inundó de tal manera, que no me percaté de la puerta al abrirse.
Con un movimiento grácil y ensoñado, me giré para tocar el timbre de nuevo pero mi mano tropezó con el pecho de mi cliente.

—¡Disculpe!— Di un pequeño salto de vergüenza que definitivamente me hizo caer a un abismo de inseguridad y nervios.
—No se apure. Me precipité a salir sin dejarle espacio.— Sonrió.

Santos Cielos. Yo sabía a quién iba a entrevistar, trabajé mentalmente en controlarme cuando le viera cara a cara pero, ¡Cielos!, hay una GRAN diferencia entre asimilar a un artista como persona del mundo, y después tenerle frente a ti como una persona REAL del mundo REAL (ugh, ¿me explico?).
Dimensionar todo eso de golpe me tomó casi desprevenida.
¡Y toquetearlo me tomó aún más desprevenida! Pero ay, pero ay, pero ay, que debemos continuar.
Con los labios tensos y las manos débiles, dije:

—Buenas tardes, señor Hiddleston. Mi nombre es Teresa, y seré quien lo acompañe en esta evaluación psicológica. ¿La agencia le confirmo mi asistencia?
Fue entonces que noté su expresión desconcertada. Hizo memoria y con voz alta respondió:
— ¡Claro! Pero la cita decía "4:45"— miró su reloj—, aún quedan diez minutos, igualmente agradezco que llegara antes. Por favor, pase.
—Puedo esperar aquí si lo prefiere.
—Insisto, señorita.
—Gracias.

Por alguna razón, en el segundo antes de entrar a su hogar, sentí el aire sobre el cuello y la espalda, de una manera tan intensa que me obligó a mirar a la calle. Sola. Me pregunté si volvería a ver todo de esa manera y avancé cuando el señor Hiddleston cerró la puerta y se aclaró la garganta en un sutil gesto de llamar mi atención para que continuara caminando por el pasillo.
De principio a fin que el pasillo era un sueño: un precioso camino sin luz, de paredes tintas y cuadros hasta el techo; te hacía sentir estar dentro de una cueva segura y elegante, cargada de memorias que en cualquier momento podrían salir del marco y seguir la conversación con mucho entusiasmo. Alguna planta de maceta pequeña saludaría de manera tan discreta que sólo habrías escuchado un susurro dulce y misterioso.
Cuando el recorrido terminó, de manera casi violenta fui recibida por una cascada de luz blanca superfría y energizante. La sala principal estaba llena de colores blancos y cremas que iban de manera monocromática en un vaivén suave pero muy rápido. Aquí los muebles y las plantas sí que eran el foco de atención, pues resaltaban como diciendo "Eh, que somos mejores que el pasillo, no te creas la gran cosa; adelante y pasa, que nosotros te haremos relajar".
Si bien no era una mansión impresionante de lujos interminables, sin duda que la casa quedaba un poco grande para una sola persona. Se me hundió un poco el corazón pero seguí mi camino.
Finalmente nos sentamos, uno a 3/4 frente al otro, y la entrevista comenzó. Al principio la voz me temblaba involuntariamente pero al avanzar, el señor Hiddleston y yo encontramos un punto de confianza que hizo de esa entrevista, una de las más disfrutables y placenteras de mi carrera.

—Y parece ser todo para comenzar, señor Hiddleston, muchas gracias.— Sonreí y crucé las piernas en busca de descansar discretamente los pies de aquellos tacones divinos y mortales.
—Ha sido un placer. Eh... al principio no ha aceptado la taza de té, ¿pero ahora puedo ofrecerle una taza de café, agua...?
—En realidad se lo agradecería mucho.— Dije con la sonrisa más amplia que pude y dejando ir un poco de aire para evidenciar lo cansada que me encontraba. El señor Hiddleston se levantó enseguida y fue a la cocina a calentar agua para nuestras bebidas.
— ¿Qué prefiere?
—Un poco de té sin azúcar, por favor. Ammm, ¿no prefiere que vaya? No quisiera ensuciar su mesa de centro.
—Oh, no. No se preocupe por eso.

Por fin tomé mi teléfono y recibí todos los mensajes que el modo avión había bloqueado.
...
Las cosas estaban mal.
Es decir, muy mal.
Mi respiración se volvió pesada y la angustia comenzó a subir por mi pierna.

— ¿Señor Hiddleston?— Oh, mi Dios... Mi voz claramente se rompería.
— ¿Todo en orden?— Llegó con dos tazas color azul pastel con borde dorado, y las colocó sobre la mesa de centro.
—Parece ser que el asunto del virus es más grave que ayer. Creo que vamos a entrar en cuarentena.
— ¿Perdón?
Sus cejas se arquearon dramáticamente y se pasó la mano por la barba cuando le dejé leer las noticias desde mi pantalla de celular.
Encendió la televisión y todos los noticieros hablaban del mismo tema: salir estaba prohibido por los siguientes cuarenta días. Los contagiados aumentaron de un segundo a otro y el pánico atacaba los centros comerciales.
La agencia me envió un mensaje dos horas antes sobre no salir, pero mi teléfono no notificó esto antes de dejar mi casa.

— ¿Qué tan lejos vive de aquí?— Clavó sus ojos en los míos, llenos de incertidumbre y temor.
—Como... dos horas y media. Debo tomar tres transportes distintos...

Comenzaba a dibujar ideas y planes en mi cabeza, negando la realidad y evitando decirlo, pero el señor Hiddleston lo dijo después de enviar mensajes a todas partes y que incluso los servicios de transporte privado se negaran a tomar viajes:

—Creo... que deberá quedarse aquí.

Atrapada.

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora