Momento

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En otras circunstancias esto sería un sueño loco vuelto realidad pero, ¿podría entender el peso de esto?
Estaba AISLADA de la sociedad con mi CLIENTE, y mi cliente resultaba ser Tom Voyadesmayarme Hiddleston.
Toda mi preparación había estado llena de teoría sobre el pánico, el aislamiento, la soledad, los delirios, las comunidades y las crisis... ¡y no tenían ni idea de qué hacer! Lo único que traje conmigo fue mi bolso con —afortunadamente— el cargador del teléfono, toallas sanitarias, perfume, maquillaje y efectivo. ¿Qué seguía en el manual?

Ambos estábamos visiblemente alterados y no podíamos dirigirnos la palabra porque los mensajes no dejaban de llegar. Una espina de estrés me molestaba tras la oreja al saber que pronto me quedaría sin datos móviles y debería pedirle la contraseña de WiFi sí o sí.
¿En serio esto está pasando?
Ocasionalmente soltábamos un comentario sin dejar de mirar los teléfonos, y al oscurecer, nuestras cabezas ya pensaban objetiva y racionalmente.
Yo no me moví del sofá en todo aquel tiempo, mientras que el señor Hiddleston vagaba por la casa entera, subiendo y bajando escaleras.
La televisión seguía encendida en el canal de noticias interminable, a volumen muy bajo.
Finalmente el señor Hiddleston tomó asiento y yo cerré los ojos un momento.

— ¡Ah, lo siento! Con todo esto he olvidado... eh, ¿tiene hambre, necesita algo?— Me incorporé y respondí con la voz más tranquilizante que pude encontrar.
—Estoy bien, muchas gracias. También se me ha ido el apetito por completo y no me di cuenta a qué hora oscureció. ¿Usted necesita algo?
—Gracias, también estoy bien...
El silencio era necesario e incómodo. Ambos debíamos pensar y reflexionar sobre qué hacer, pero lo cierto es que sobreanalizar todo era abrumador.
—Vaya situación.— Dije.
—Sí. Las cosas se pusieron de cabeza y ni siquiera pudimos reaccionar.
—Cierto.
Volvimos al pesado silencio y nuestros ojos no pretendían mirarse, pero tomé un poco de valor y nos forcé a mirarnos a la cara, cuando agregué:

—Lamento mucho quedarme aquí. Obviamente no era mi intención, y de haberlo sabido, no hubiera realizado la entrevista.— El señor Hiddleston me miraba tan sorprendido como frustrado, Dios, esto era surrealista.— Seguiré intentando volver a casa, pero si no lo consigo, por favor tome el dinero de mi bolso y considere que aporte con los gastos o tómelo como renta de algún cuarto, incluso del sillón. No puedo pedir mucho, esta no es mi casa... ni siquiera mi país. No quiero molestarlo en lo absoluto. Sólo quiero irme a casa.

El corazón me latía tan fuerte y rápido que la cara me quemaba por las mejillas. Tenía ganas de romperme a llorar pero el impulso por hablar no me lo permitía, así que era un globo de emociones a punto de explotar pero que se limitaba a ser vergonzosamente rosado. Los tacones me lastimaban tanto que no podía pensar con claridad.
El señor Hiddleston giró su cuerpo hacia mi dirección y, sentado con un increíble porte, dijo con el tono más convincente de la historia:

—Esto no es su culpa. Sería muy irresponsable de mi parte dejarla ir en medio de todo este caos. Si puedo ayudar estoy dispuesto a hacerlo. Y por el dinero no debe preocuparse, se lo aseguro y le pido que no piense en eso. Mi casa es hogar y refugio para quien lo necesite, señorita.
—Gracias—, la presión sanguínea aumentaba a cada segundo, y muy lamentablemente pregunté:—, ¿podría usar el baño de arriba o algún cuarto? Necesito un poco de espacio.
—Por supuesto. Arriba de su lado izquierdo, es la única puerta cerrada.
—Se lo agradezco.

Me levanté con mucho esfuerzo y tratando de no lastimar más mis pies con los tacones. De haber sabido que esto ocurriría habría traído tennis y pijama, o mejor: ¡no habría salido de casa!

— ¿Me acompañará a cenar?— Lanzó la pregunta por el caracol de las escaleras.
—Sí, claro... muchas gracias.— Y seguí hasta llegar al baño: un acogedor cuarto con olor a yerbas y perfume, con pequeños espejos y elegantes toallas de mano.
Esa casa seguía siendo fantástica a pesar de los sesgos del mal humor.
Humedecí un poco de papel higiénico y lo pasé en suaves caricias por mis sienes, buscando aminorar el dolor de cabeza que soportar el llanto da. Me miré al espejo... y comencé a suspirar, suspiros que se alargaron en sollozos y sollozos que crecieron a lágrimas y lamentos pequeños.
Era una pesadilla.
Recargué la espalda sobre la puerta cerrada y con cuidado estiré las piernas y me saqué los zapatos. Fue entonces que me percaté del daño que me hizo usarlos por tanto tiempo; los talones me sangraban un poco y los dedos meñiques estaban asfixiados por la forma de la punta
Pasé al menos media hora, llorando, hasta que pude tranquilizame.
Cuando bajé, el cielo se notaba sólidamente oscuro y la ventana que dejaba ver el cielo, daba entrada al mismo silencio de la tarde.
Realmente nadie estaba fuera de sus casas.

—Es una pena que el té se enfriara por culpa de noticias escandalosas que borran el apetito. La buena noticia es que la cena está lista.

El señor Hiddleston tendió su mano y me acompañó hasta la isla de su cocina, donde nos esperaban varios platos con hot cakes y leche caliente.
Olía de maravilla y me daba una sensación de calidez muy parecida a mi hogar. Ya no me sentía sola y no me dolía el corazón.

—Es muy amable, señor Hiddleston. Y esto huele increíble.
—Gracias. Y si me permite decirlo, antes tenía la creencia que después de sentirse abatido y llorar, una comida dulce puede ayudar a sanar. Además que es delicioso en cualquier momento, pienso que sabe mucho mejor.
—Oh... ¿me escuchó llorar? Lamento si fui muy ruidosa.
—No fue mi intención, esta casa tiene mucho eco y nunca recibe visitas. Pero me parece saludable llorar, ¿no?
—Totalmente. Es sólo que debí resistir por la etiqueta... muchas gracias, otra vez. Me encargaré de los platos, ¿puedo, señor?

Cuando la cena y los deberes terminaron, el señor Hiddleston me pidió que durmiera en su cama pues el cuarto de invitados no tenía ningún mueble debido a que no recibía visitas y rara vez se quedaba a vivir por temporadas largas. Yo insistí en dormir en el sofá pero no gané la discusión: él reclamaba su derecho de elección por ser el propietario y respaldaba su argumento con la excusa de "viajar tanto que es más cómodo un sofá que una cama".
Tampoco quise ser grosera y acepté al final de cuentas.

—Siéntase libre de andar sin zapatos por la casa, y si necesita calzado, en aquella repisa encontrará sandalias desechables.
—Gracias.— No podía evitar balancearme de dolor, pero me resistía a quitarme los zapatos frente al dueño de la casa. Para mi mala suerte lo notó.
—Por favor tome asiento en la cama y, ¿puede descalzarse?

Cuando bajé de los tacones, me pareció todavía más alto y estético. Él miró cómo me dolía apoyar los pies en el suelo y fue por el kit de primeros auxilios; sacó varios tarros pequeños de pomada y algunas vendas.

—Estos podrían ayudarle. Se los aplica y cuando los sienta calentarse, se venda los pies no muy apretado. Por la mañana deberá haber hecho efecto.
—Sí, gracias.— Miraba los tarros para no hacer contacto visual con él, estaba muy apenada.
—Podría tomar estas pijamas si su ropa le molesta---
Temí interrumpirlo.
—Señor Hiddleston, en verdad se lo agradezco, ¿seguro que puedo hacer todo esto? No quiero abusar de usted y su hogar. Si necesita dormir aquí, adelante, tal vez necesite una cama para olvidar lo pesado de viajar. Y sus pijamas para dormir---       
Y fue su turno de interrumpirme.
—Estoy completamente seguro, no se preocupe. Casi no he dormido en esa cama y aún la encuentro incómoda.
—Está bien... buenas noches, señor Hiddleston, y gracias.
—Buenas noches, es un placer ayudar.

Y desapareció de aquel cuarto, dejando un eco de pasos bajando la escalera. (¿Fue mi imaginación o se detuvo por un momento?)
Rápidamente cambié mi ropa por el conjunto de pijamas y me traté los pies como él dijo que lo hiciera. La sensación de calor me apretaba y las vendas lo contenían.
Cuando apagué la luz, di un salto minúsculo hacia la cama y el perfume se disparó como una emboscada hacia mi cuerpo y mi nariz.
¿Realmente no dormía allí?
El olor me embriagó hasta perder la consciencia y dormir profundamente. En mis sueños logré descifrar la familiaridad del perfume de la cama: lo usó ese mismo día.
Él sí duerme aquí.
Pero no esta noche.
¿Cuánto tiempo pasaría hasta que mi perfume se escondiera en esa casa y sus cosas?
Más de una noche, tal vez.

Las pijamas del señor Hiddleston son irrealmente suaves y cómodas. Es como si él mismo te... abrazara.

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora