[Ser y hacer]

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Hace tiempo que no veía a mi madre.
Esperé a la señorita Teresa tres días y al cuarto, salí y visité a mi madre.
Su casa sigue siendo una cajita de recuerdos acogedores: con espejos, pinturas y fotografías de la familia. Ella lucía muy saludable, aunque con su cabello blanco, sus mejillas aún se tintan de rosa y sus ojos brillan cuando ve a uno de sus hijos; vestida con colores a juego, usando pantuflas afelpadas, escuchando la televisión mientras borda y charla.

Fue una tarde agradable hasta que me habló como si estuviera reprendiéndome. Sugirió que cortara mi cabello, tomara aire fresco, pero sobre todo que no olvidara buscarla para asincerarme.
No le he contado detalladamente lo que pasó durante la cuarentena, pero siendo tan intuitiva, dio en el clavo con sus palabras. Ella dijo algo como:

"¿Quién siembra un jardín y lo cuida, para abandonarlo el día que todos los botones se abren?"

Ella tiene el don para hacer consciente a las personas de lo que hacen y me ha sorprendido siendo irresponsable con ella y conmigo mismo.
Ayudé a hornear galletas con mermelada de durazno, charlamos con mi padre y volví a media tarde. Mientras conducía, el olor de las galletas que traje conmigo me hacían pensar en la metáfora del jardín.

Di una vuelta por la barbería y pedí que me hicieran un corte de cabello. Tenía razón, es algo que necesitaba... aunque en el fondo debí despedirme del corte anterior que las manos de la señorita hicieron. ¡Aquel día estaba tan nerviosa que temí porque cortara mi oreja! Hubiera sido el siguiente Van Gogh al precio de un corte de cabello.

La luz aún iluminaba la calle cuando la respuesta vino a mí, concentrándome en medio de toda esa confusión e incomodidad.
Me senté en el parque, alejado de todos los perros y personas, allí fue que encontré un mensaje en mi teléfono que descarté sin leer.
Me costó un par de redirecciones dar con el número que necesitaba pero lo conseguí.

Aparentemente sólo podían contactarme con quien me re asignaron.
No tuve opción.
Llamé y respondió a la brevedad, argumentando que no era posible hacerlo, que sería una falta a la confidencialidad de los trabajadores.

Sentí que el corazón se me moriría de no lograrlo así que, como último recurso, le he contado a la señorita Annia todo lo que ocurrió, con las mismas restricciones con las que se lo he contado a mi madre.
Escuché a la chica debatirse y encontrar un hueco argumental entre el reglamento.

Ahora sé qué es lo que debo hacer y debo hacerlo por su bien, por el mío, porque hemos hecho las cosas mal, porque aprendí sobre responsabilidad y porque la...

Encontré.

Número cinco, de la calle...

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora