Día 9

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La mañana siguiente llegó haciéndome sentir como si todo volviera al inicio aunque con un giro: la cama perdió su aroma y lo cambió por mi perfume, mis cosas parecían pertenecer a ese cuadro, y yo... tal vez no me sentía tan mal de estar allí.
Cuando bajé no vi al señor Hiddleston y la angustia me invadió nuevamente.

— ¿Señor Tom?— Lo llamé con la voz más débil que pude modular.
—Aquí.— Abrió la puerta del baño y asomó la cara cubierta de crema para afeitar.
— ¡Ah, me asusta! Buenos días, ¿té?
—Lo siento, no es mi mejor imagen.—Apenas podía hablar sin escupir espuma—. ¿Té? Por favor.
—Bien.

Por fin descansé del café y nos obligué a beber té de manzanilla. Probablemente hoy no tendría la misma energía pero al menos desaparecería la poca irritación que comenzaba a sentir.
Me sorprende lo hábil que puedo ser para sostener la farsa de "saber cocinar y tener ideas todo el tiempo".

—Pensaba pedirle algo, señorita.— Dijo mientras cortaba el huevo estrellado.
—Dígame.
— ¿Podríamos variar un poco la práctica de hoy?
— ¿Aaa qué se refiere?
—Hoy planeo seguir la lección de poesía pero, si puede y quiere, ¿podría ayudarme con mi corte de cabello?
—Ajá, ajá. No sé qué le hace pensar que tengo habilidades manuales.
—Para alguien que hace lámparas de papel y escribe bien, creo que no habría problema. Lo haría yo pero soy pésimo y no alcanzo la parte trasera.

Negociar con personas tercas es el pan de cada día cuando soy una psicóloga real; algo había en el señor Hiddleston que se sentía como un toro indomable, un reto sin superar, una misión autoimpuesta y yo: en pausa.

...

— ¿Está seguro de esto?
—Totalmente.
Su tono relajado me tranquilizó y pude poner las manos sobre su cabello.
—Si se arrepiente tendrá un mes para dejar crecerlo, ¿eh?
Las tijeras tenían el filo suficiente como para dejar un corte limpio en donde me temblaran los dedos. Sentía los mechones caer sobre mis pies y el tiempo se fue volando porque él recitaba poesía a la par que me daba lecciones.
Al final no me ha quedado tan mal. Sinceramente me aterraba hacerlo, pero me superé y me mantiene feliz saberlo.
—Bien, puede mirarse al espejo. Espero que le guste.
Me mordí la punta del pulgar, nerviosa.
Caminó por el pasillo y llegó al espejo del baño. Desde allá soltó un grito:
— ¡Increíbleee! Señorita, ¿hay algo que haga mal?
¿Está parafraseándome?
Volvió caminando casi en la punta de sus pies, como un bailarín alto y esbelto. Sonriendo, me tomó por los hombros y se inclinó para quedar a mi altura (ja-ja, cretino).
—Woooh, ¡en verdad se ve increíble! Parece que he vuelto a mis treintas. ¡Gracias!
—Es un placer.

¡Dios, sí!
Un corte de cabello y deshacerse de la barba es la receta perfecta para volver diez años al pasado. Ahora podía ver con distinción cada línea de expresión que se dibuja en sus ojos, frente y en sus delgadísimos labios.

La noche fue extrañamente corta; cenamos ligero y charlamos sobre la película de ayer. Tranquilo.
Esta vez no protesté sobre dormir arriba, así que me fui sin decir una palabra además de las buenas noches. A la mitad de la escalera, la voz del señor Hiddleston me hizo detener:

—Dormir en la cama---yo, eh, ah... casi lograba tener buenos sueños. Y entonces llegó usted.
—Lamento que perdiera el progreso.
—No. Desde que inició la cuarentena sólo he soñado agradablemente. No siga pensando en eso; puedo notar que lo hace.
—Está bien. Me alegra mucho saberlo. Descanse.
—Descanse.

Y dentro de la fría oscuridad, ¿hacía calor?

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora