Día 29

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Admito que estos días han estado llenos de drama muy probablemente innecesario pero... al mismo tiempo, cada noche siento más paz interior.

—Buenos días, señorita. ¿Ánimo de café o té?
—Uy, qué difícil. Mh, té, por favor.
— ¿No se siente bien?
Me detuve un segundo antes de poder servirme agua caliente.
—Estoy bien, ¿y usted? ¿A qué viene la pregunta?
—Perfectamente. Es sólo que aprendí que el té está en un nivel más... "bajo" en su escala de ánimo, o que lo bebe para descansar del café.
— ¡Uau! Estoy siendo espiada por mi compañero de habitación—Preparé la bebida—. Tiene razón pero hoy aprenderá que el té me tranquiliza la mente. Lo obliga a uno a respirar más despacio.
—Tan cierto~
También aprendió a cantar las frases.
Excelente.

La tarde transcurrió más lento de lo normal y la luz se filtró en un dorado más intenso.
Antes del arte cerré la puerta de la habitación del señor Hiddleston y encendí la televisión. Las noticias hablaban de lo mismo en todos los canales, a volumen muy bajo.
Aquí el panorama era como el invierno: gris, de cielo cerrado, sofocante y peligroso. La multa por salir de casa sin necesidad subió a más de mil euros, así que nadie salía.
En cuanto a México...

"Estaremos bien. Más bien tú debes de cuidarte, el terreno allá es peligroso." — Mi madre aún hablaba como si nada malo estuviera a punto de suceder.
—Por favor no escatimen en prevenir pero no hagan compras de pánico o podrían afectar a más personas de las que pueden ayudar; créeme, lo he visto.
Terminé la llamada y seguí viendo la televisión.
Cada segundo empeoraba pero no podía alejarme de las noticias. Algunas eran buenas, sí, pero la mayoría sólo desalentaban.

—Señorita—Tocó a la puerta—. ¿Vendrá?
Abrí la puerta y lo miré con los ojos enrojecidos.
—Claro, vamos.
Llegamos al estudio y comencé a suspirar.
Él tomó asiento en la silla que había usado tiempo antes e imitó el movimiento que hice cuando lo forcé a contar la historia, así que me senté en el suelo.
No hablé.
Necesitaba procesar la información y alejarla para no afectar la historia.

—Estoy llegando a conclusiones muy rápido, señor Tom.
— ¿Conclusiones sobre qué?— Cruzó las piernas, entrelazó los dedos de sus manos y se apoyó en ellas.
—Sobre el inevitable impacto de lo que sabemos y cómo afecta a lo que hacemos—Frunció un poco el entrecejo y tomé fuerzas para hablar sin suspirar—. Las noticias de hoy, el asunto de las multas, tantos fallecimientos y personas en la calle que no tienen manera de sostenerse---
—Tranquila, hey. Podemos descansar.
—Pero no hemos hecho nada.
—Es parte de la lección: aprender a detenerse.
— ¿Perdone?
—Los errores y cambiar de opinión sobre cómo hacemos las cosas está bien, pero forzarse a hacerlo cuando no lo quiere hacer resulta más perjudicial que otra cosa. Más vale detenerse. ¿Entiende?
—Sí...
—Y exactamente es lo que debemos evitar: esa expresión dolida y forzada—Se levantó y bajó al suelo conmigo—. Por hoy debemos detenernos, ¿quiere? Menos noticias y más té.
—... Está bien—Suspiré una última vez—. Este día está lleno de lecciones, ¿eh?
—Así es la vida.

La noche transcurrió sin problemas ni dramas. Después de compartir otra taza de té, medité y logré volver al equilibrio.
La música de cafetería con ukelele aclimataba el espacio con olor a piña asada e iluminado por la luz de la cocina únicamente.
Agradecí en silencio la facilidad que tiene para traerme paz y quietud.
Ojalá pudiera aprender a hacer eso.

—Así que, señor Tom. ¿Qué otras cosas ha aprendido de mí?
Se ruborizó y rodeó los ojos.
—Eh... algunas pocas.
—Usted me dice una y yo respondo con algo que aprendí de usted, ¿qué le parece? Como niños de preparatoria.
—Suena bien—Sonrió cálidamente —. El café lo prefiere muy dulce y cuando tiene el buen humor a flor de piel. Y no tiene puntos medios, es muy fácil notar cuando amanece bien o amanece mal.
—Oh, jajaja. Qué interesante. Veamos, de usted... ¡ah! Me llama por mi nombre cuando deja de controlar sus emociones.
— ¿Cómo?
— ¡Sí! La primera vez que me llamó "Teresa" es porque se enfureció, en otra ocasión ambos estábamos muy alegres y en otra... bueno, fue "esa noche" extraña.
—También me di cuenta de la vez que no le puso un "señor" antes a mi nombre.
—Genial, somos dos. Es su turno.
—He aprendido que es muy sensible, conmoverla es sencillo y hacerla llorar lo es más. Lo digo por las peliculas y el arte.
—Aoh, sí. Me atrapó.
—Está bien. Yo creo que es muy bueno que alguien empatice así con la ficción.
— ¡Porque de allí come!
Ambos soltamos un par de carcajadas ruidosas y nada estéticas.
—Es cierto pero ahora es su turno.— Se limpió las lágrimas de risa.
—Oquei, oquei, aaah—Solté el aire de golpe y pensé —. Es muy fiel a lo que cree, es muy lógico. Y siento que cuando comparte alguna de sus creencias no es precisamente para hacer cambiar de parecer a otros, si no, sólo para que lo sepan. Sin imponerse.
—Me pregunto qué cosas he dicho.
—Ugh, esa es otra cosa. ¡Usted es muy despistado, señor Tom!—Reí tras mi mano y agregué—. Pero guardaré el secreto. Además, es muy bueno cuando se concentra y eso lo disimula.
— ¡Oh! Eso me recuerda a algo de usted: es apasionada si encuentra lo que le llama pero le falta disciplina.
—Lo sé, iiish.
—También he aprendido que a todo le agrega luz y color. No puede vivir en patrones monocromáticos, ¿cierto?
—Uh, ¡cierto! Y usted prefiere lo clásico y formal, sobrio.
—Efectivamente. Tal vez sea la edad; detalles así son siempre mejores que destellos por todos lados.
—Es muy terco. Eso también lo aprendí.
— ¿Usted cree?
—Sí...— Torcí la sonrisa e incliné la cabeza.
—Yo creo que usted es demasiado gentil. Buscando siempre el lado positivo a todo y encontrando soluciones.
— ¿Eso es... malo?
—Eso es lo más maravilloso que he visto en mucho tiempo.
Ahora yo era quien se ruborizaba.
—Gracias. Usted también es una gran persona. Ojalá todos pudieran conocerlo en su faceta de humano, a profundidad.

Mi comentario lo dejó pensativo, al parecer, porque ya no continuó el hilo de la conversación.
Después de terminar su plato, mientras esperaba el mío, preguntó:

—Dígame, ¿usted me ve como persona?
Casi me atraganté al escucharlo.
—Perdón, ¿qué?
— ¿Usted me ve como una persona?
—Por supuesto, señor Tom.
—Quiero que me cuente cómo fue el aceptar hacer este trabajo y descubrirme como humano. Pero termine de cenar, no la interrumpo.

Cuando terminé, recogí la mesa y lavé los platos mientras le conté todo.

—Sinceramente acepté el trabajo sin saber quién sería, ya lo ve: cosas de la agencia; tomas un caso y lo aceptas si quieres pagar el alquiler. Después supe que era para usted y sinceramente debí pellizcar mi brazo para saber si soñaba o no, porque admiro su trabajo, ¿qué puedo decirle?—Su sonrisa se desvaneció unos segundos y regresó acompañada de brillo en los ojos—. Conocerlo y entrevistarlo han sido de las mejores cosas que me han pasado en la carrera y el año. Cuando asimilé que debería quedarme aquí me propuse mantener algo de distancia profesional pero terminé aceptando que ambos somos humanos. Aunque ya sabía que es una persona más en el mundo, romper con la idealización fue crucial para ver toda la vida y diversidad que hay en usted. Fue así que poco a poco fui construyendo una imagen de usted con las partes que realmente lo componen y no con la que nos lo venden.
—Uau...—Tomó un respiro y buscó visualmente las palabras a decir—. Es algo impresionante.
—Es un paso peligroso pero del que no me arrepiento.
— ¿Paso hacia qué?
—A verlo como un amigo.
— ¿Sinceramente me ve así?
Asentí con la cabeza y guardé los platos.
Lo acompañé sentada en el sofá, junto a la cobija con la que duerme.

—Espero no generarle una crisis de identidad.— Dije, temerosa.
—No se preocupe. Eso pasó hace tanto tiempo que ya no es problema.
—Es un alivio. No imagino los días de un artista como usted; es decir, su trabajo es lo que mantiene con vida a la humanidad y la belleza... pero me parece que unas vidas pasan por otras. Admiro mucho eso.
—Se lo agradezco de todo corazón.
—No tiene que.
—Quiero hacerlo.

Ay, ay, ay.
De acuerdo.

—Ya es hora de irnos a dormir. Que pase buenas noches y gracias por la cena.
—Buenas noches, Teresa.
Sonreímos al mismo tiempo con los labios temblorosos por aguantar una risa cómplice.
Le seguí el juego.
—Descanse, Tom.
—Descanse, Teresa.
—Basta, debemos dormir, Tom.
—Pues deje de hablarme, Teresa.
— ¡Ay!
— ¡Oh!
Dejamos salir la risa discretamente y a medio pasillo escuché:

— ¿Teresa?
—Dígame, Tom.
—... Nada. Es un lindo nombre.

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora