Todo cobró sentido cuando una punzada de lo más violenta agredió sin piedad mi vientre. No pude moverme más y lo entendí:
Llegó mi periodo.¡Ajá!
Eso explicaba las montañas rusas de emociones: llorar sin razón, irritarme severamente, los pensamientos de orden en el hogar, el dolor de cabeza, los sentidos agudizados, la alegría salvaje y toda esa tensión...
Estúpido SPM.Ahora me enfrentaba a una situación altamente estresante y dolorosa porque sí: sobrevivir a mis periodos es estresante y doloroso.
Rodé por la cama y alcancé mi bolso; con las piernas apretadas llegué al baño y acomodé la única toalla sanitaria que traje conmigo.
Toalla pero no medicamentos.
Estupendo.
Y gasté mi efectivo en la ropa interior, ¡agh!
Volví al cuarto y me tumbé en la cama, con las rodillas flexionadas hacia el abdomen y la cara medita entre las manos. Pensaba qué hacer, si salir o no, cómo hacerlo y con qué fuerzas ir a la jodida calle.— ¿Señorita?— No respondí—. ¿Puedo pasar?
—Ajá...— Susurré a modo de queja, porque la cabeza no paraba de darme vueltas.
Verlo entrar me tranquilizó por el motivo menos esperado: efectivamente no me hacía sentir una necesidad de querer comerlo a besos y algo más. Volvió a ser el sencillo señor Hiddleston.
Jaque mate, hormonas.
— ¿Le duele la cabeza?
—Eh, no. Mmm, tengo cólicos menstruales. Llegó mi periodo.— Despegué la cara de las manos y le miré.
— ¡Oh!—Caminó por toda la habitación, oscilando su juego de pijama con ligereza, y se detuvo en el tocador—. ¿Necesita algo? ¿Compresas, desayuno, pastillas?
—Necesito que me haga un GRAN, gran favor. Aunque la compresa me vendría de maravilla, por favo---
—Ya vengo.
Salió de la recámara y no pude terminar de hablarle.
Regresó con una bolsa de gel caliente envuelta en una servilleta de tela, me la dio y la llevé hacia mi vientre. Un cómodo escalofrío me recorrió por los brazos, suspiré aliviada y por un segundo olvidé que tenía compañía.
— ¿Mejor?
—Totalmente, se lo agradezco—Sonreí—. Sobre el favor, perdone.
—Dígame.— Prestó atención.
—Necesito que compre un paquete de toallas sanitarias, por favor. Sé que no debemos salir pero esto es necesario en extremo, señor Tom.
—Comprendo. Está bien, ya salgo.
Cambió su ropa en el baño, por el conjunto deportivo de siempre y volvió para depositar la pijama en el cesto de ropa sucia.
Con las mejillas un poco ruborizadas preguntó:
— ¿Cuáles debería comprar?
—La marca se llama "Fleur" y el paquete debe ser color violeta con lunas y estrellas de estampado. Deberá también tener un dibujo de varias gotas juntos a una toalla.
—Oquei... ¿sin alas?
—Con alas.
—Hecho.
—En mi bolso está mi tarjet---
—Ya vengo.El silencio me llenó los oídos de incomodidad cuando escuché la puerta cerrarse. La habitación se sintió aún más fría, como si nadie viviera allí y yo no estuviera recostada en ese lugar.
Toda esa quietud fue de gran ayuda para dejarme llevar, meditar y calmar un poco el dolor. Cerré los ojos y esperé a escuchar la puerta de entrada.
Pero no lo hice.
Fueron los dolores los que me despertaron justo a tiempo para ver entrar al señor Hiddleston, a la habitación. Llegó con una gran bolsa blanca de plástico y se acercó con cuidado.
Vamos, ya no muerdo.
Creo.—Aquí tiene.— Puso la bolsa sobre las cobijas.
— ¿Qué es todo esto?
—Aproveché el salir para traer algunas cosas para la alacena y otras que les ayuda a las chicas para lidiar con su periodo.
Dentro de la bolsa estaba el paquete de toallas, acompañadas de algunos caramelos, chocolates, helado y pastillas.
Clásico.
—Ah, no debió molestarse. Esto es mucho más de lo que pedí y ni siquiera se llevó la tar---hm...
Llevé mi nariz hacia las almohadas en un gesto de dolor.
—Le pedí que no se preocupara. ¿Quiere que le traiga el desayuno?
—Ough... intentaré bajarhm... sí, por favor."Tom Hiddleston trayéndome el desayuno a la cama."
A su cama.
En este cuento de hadas, soy quien lejos de aprovechar la situación de vulnerabilidad social, sigue sin dar crédito y se asombra ante lo que le ocurre.
Genuinamente me entraron ganas de llorar por las cosas extra que compró, pero no pude permitirme hacerlo porque me dolería (más) la cabeza.
Volvió y desayunamos cereal con malvaviscos.
Él se sentó al lado de la cama, en el suelo, y recargó el plato en el borde del colchón. Parecía un niño pequeño y más cuando lo atrapé separando los malvaviscos.— ¿No le gustan?
— ¿Ah? Ah, no. Es decir: sí. Los dejo al final.
— ¿Le darían asco mis babas?
—No... lo creo. ¿Por qué?
Aunque tardé un poco, logré separar los malvaviscos y ponerlos en el plato de él. Sus ojos se abrieron y sonrió.
Awww, realmente es muy lindo.
Y Freud se reirá porque: me sentí como su madre.Después de ejercitarse, volvió a la recámara con el cuaderno de la historia, en mano. Desperté con mucho menos dolor pero sumamente cansada, pesada y soñolienta.
Tomó asiento en la esquina de la cama y comenzó a leer una vez que se percató de mi atención:—"Capítulo cinco: El día en que los girasoles no despertaron."
Esto fue ASMR en vivo, qué delicia.
Continuó leyendo y haciendo caras cuando distintos personajes usaban la palabra; su pulgar derecho no se detuvo ni un segundo a acariciar los bordes superiores de las hojas, haciendo un ruido suave y crujiente a la vez.
—Oh, pobre Margaret. ¿Por qué es tan cruel con sus personajes?
— ¿Usted cree que soy cruel con ellos?— Cerró el cuaderno y me miró con una liviana sonrisa. Parecía una pincelada color betabel.
—Absolutamente. Son todos niños que sufren desde que el espantapájaros apareció. Hay algo que quiere comunicar y no puedo descifrarlo.
—Escribimos de lo que carecemos.
— ¿Amigos?—Juro por todo lo sagrado que lo dije sin pensar. Tenía la cabeza tan caliente por encontrar una respuesta, que no medí las palabras; me sentí tan culpable que sólo pude compensar diciendo—. "Escribimos de lo que carecemos", sí. Yo suelo escribir sobre el amor.
Sonreí e hice un ademán para que continuara leyendo.
Se aclaró la garganta y siguió.Por la noche también trajo la cena al dormitorio. Encendió un par de lámparas y charlamos sobre la situación con el virus; él me contó sobre lo vacío que está todo y el terror con el que se miran unos a otros.
Encendimos la televisión para ver el noticiero: las cosas seguían parcialmente igual pero la gente comenzaba a enfadarse por el encierro, y probablemente eso haría que se perdiera el progreso.
Cuando cortaron a comerciales, bajé el volumen y hablé:—Señor Tom. Necesito disculparme... otra vez. No fue mi intención sugerir que le hacen falta amigos.
—... No se preocupe, de verdad. En realidad me sorprende lo deductiva que es. Es muy interesante y asombroso.
—Gracias. Igualmente sigo sintiéndolo porque debería ser más asertiva y prudente... ya sabe. También quería agradecerle por ocuparse de la casa, las comidas y traerlas hasta acá.
—De nada. Fue un día extraño y solitario, pero fue un buen día. Gracias por regalarme los malvaviscos del desayuno.
—Es un placer.Nos miramos por un par de segundos que se sintieron como un par de segundos, en realidad. Estaba muy feliz de no sentirme presionada.
Y para cerrar el día, justo cuando se marchaba del lugar, hablé en tono bajo y lo observé en el marco de la puerta:—Ayer... ayer tuve un ataque de hormonas o algo así. Sólo quiero que sepa que no fue intencional y que si quiere hablar de esto y la responsabilidad afectiva que arrastra, mañana podríamos hacerlo. ¿Está bien? No quiero dejar cabos sueltos.
—Es-está bien. Que tenga buenas noches y mejore el dolor.
—Descanse.
Saludó con la mano extendida y se fue apagando todas las luces a su paso.Me sentí tranquila, avergonzada y lo suficientemente bien como para dormir sin dolor ni preocupaciones.
Y alto.
No dijo que no.
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[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|
FanfictionMarzo, 2020. La pandemia que se ha desatado obliga al mundo entero a cerrar sus puertas. A todos. Incluyéndome en la casa de un extraño a quien he debido entrevistar para una evaluación psicológica previa a un papel teatral. Bien... no tan extraño...