Día 14

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Desperté poética y charlatana.
Hoy mis pasos bajaron a las ocho de la mañana, cuando el señor Hiddleston aún dormía con la cara escondida en el sofá. El sol aún no reunía fuerzas para despedirlo de su sueño, la casa no reflejaba la luz y aproveché el momento para meditar.
Sentada frente a la puerta del jardín, mirando la delgada franja de cielo que me permitía ver y sintiendo el frío del vidrio, comencé a respirar lento y calmado. El pulso me disminuía cada vez más hasta hacerme cerrar los ojos.
Imaginé el estar afuera, ni siquiera muy lejos: del otro lado de la puerta; estiraría los músculos y respiraría tan hondo que me marearía. El aire helado acariciaría mi rostro, mi cabello bailaría, la sangre me fluiría en las palmas de las manos y olvidaría que todo esto pasó.

Por un segundo... fue grandioso.

Preparé el desayuno haciendo algo de ruido por culpa del aceite, pero afortunadamente no desperté al señor Hiddleston.
Me nació un deseo casi incontrolable de limpiar la casa entera para que se viera ordenada, al igual que deseaba ver al señor Hiddleston en traje y el cabello hacia atrás.
Oh, allí estaba de nuevo: una sensación incómoda que me acelera el corazón.
Seguí cocinando y preparé el té, pensando racionar el café de la alacena.
Cuando el señor Hiddleston despertó, se estiró tanto que soltó un gas y muy discretamente miró por las escaleras.

—Buenos días, señor Tom.
Dio un salto al escucharme.
—¡Buenosdías!— Respondió a la velocidad de la luz.
El inglés no es mi lengua materna pero hablarlo no me suponía un problema. El verdadero problema es entender los acentos. Y fck: acababa de descubrir que el inglés-británico-nervioso es muy difícil de comprender a primer oído.
— ¿Tiene hambre o me acompaña sólo con té?
—Sólo con el té, señorita. ¿Qué hay para desayunar?            
Secretamente me agrada la familiaridad. Es algo en lo que no soy muy diestra.
—Huevos y ensalada verde. Pero, mmm, creo que le falta sabor.
— ¿Salsa?— Agregó inmediatamente con una sonrisa entusiasta e ingenua.
¡Ay, no! ¿Este señor es real? ¡Increíble!
Reí suavemente.

Toda la mañana me mantuve suspirando sin poder detenerme a voluntad. La cara me quemaba y el rojo no se bajaba; mi sentido del olfato y oído se agudizaron nuevamente sin avisar, estaba viviendo todo con intensidad y sin frenos. Era alucinante.
Bailar sólo empeoró las cosas: después de que mi respiración se volviera pesada, comencé a jadear. En mis ojos el señor Hiddleston se veía más como una presa que como un cazador; pensar esto me colocó en nivel de confusión delicioso.

...

—"Pero nuestro padre no permitiría que Michael mintiera. Su altura apagó la luz de la cabaña, transformando la sala en una cueva de tinieblas. A nuestro padre no le gustaban las mentiras pero, cómo defender al pobre Michael..."                
Lo convencí de seguir leyendo su cuaderno y la historia de espantapájaros. Realmente no tenía ganas de esforzarme pero sí de escucharlo y seguir tomando nota de su trabajo.
Mientras más lo escuchaba, más ansias tenía por acercarme a él pero al mismo tiempo lo quería lejos. No toleraba esta situación que... comenzaba a parecerme conocida.
—"Entonces la hermosa Clarisse cruzó el huerto, dejando sin color ni perfume a las flores, dejándome a mí sin aliento. Era tan bella que el sol se avergonzaba de su pobre brillo, insípido y blanco. Sus rizos danzaban sobre sus hombros..."
Mis cejas se arquearon hacia abajo, abriendo mis ojos aún más; fue la señal perfecta para suspirar nuevamente, empañarme la vista y cerrarme la garganta. Apoyé la cabeza en mis manos, crucé las piernas.
Suspiré.
Volví a suspirar.
Y en el último suspiro, una lágrima salió a caminar.
—"...sugirió que las zanahori---". Señorita, ¿qué le ocurre?— Se interrumpió a leer.
—Nada, nada. Por favor, siga leyendo.
— ¿Una psicóloga diciendo que llora "por nada"?
AH, ¿NO PUEDO?
Me molestó su pregunta, pero su intención no fue ofenderme, así que respiré y respondí:
—Bueno... tal vez no necesite una razón para llorar. Tal vez me ha conmovido en extremo esta parte de la historia, señor Tom. Es muy bueno.
—Oh, gracias.

Muy lejos de ti.

La cena la hice con la cabeza en las nubes y las manos al fuego lento. Temí deber repetir un platillo clásico pero mi plan incluía potenciarla.
Elegí una película que no nos hiciera llorar y nos permitiera disfrutar la comida.
Aproveché el horno de microondas e hice un par de pastelillos en taza, para darle un toque dulce a la noche. Extrañamente me invadió un sentimiento de satisfacción que me mantuvo feliz el corazón hasta que llegó él.
Entonces reparé en lo emocionalmente lábil que estaba siendo.

—Sofá para dos, por favor.
—Por aquí, señor Hiddleston.
Ofrecí mi brazo pero no avanzó.
— ¿Hiddleston?
—Eh... ¿en los restaurantes le llaman "Tom"?
— ¡Aoh! Ya entiendo, jaja. En realidad suelen llamarme "Loki".
—OhporDiosdebeestarbromeando.
— ¡No lo estoy!
Entre risas llegamos al sofá donde la PASTA nos esperaba junto a los pastelillos.

La película resultó ser una comedia romántica que me descubrió ante él como la fangirl que soy. En cada escena de romance y tensión no pude evitar deslizar pequeños gritos de emoción. Los besos estaban tan bien actuados que los fideos resbalaron de mi boca al plato, y pude escuchar la burla del señor Hiddleston. De cuando en cuando lo miraba y nuestras miradas de complicidad nos regresaron a tener 17 años; fue gratificante estar acompañada por alguien que compartía la misma emoción.
Oquei, él no estaba TAN visiblemente emocionado pero me basta el que riera y siguiera el juego cuando algo pasaba.

Apagar las luces fue mortal.
La sensación de esta mañana regresó con una poca más de intensidad. Dentro de mi pecho, mi corazón se desbordaba y las piernas me temblaban con sólo imaginarme a su lado.
Por primera vez me sentí atrapada en  una jaula de deseo reprimido, queriendo escapar para mirarlo de cerca, sentir su calor y memorizar cada rasgo de su rostro. Sentirlo en la piel.
¿Y si me atrevía?
¿Y si daba unos pasos más?
Recogí los platos y fui a la cocina para despejar mi mente salpicándome agua a la cara.
Cuando volví, él estaba de pie al otro extremo del sofá, mirándome, sosteniendo una de las cobijas. Me detuve y observé su silueta alta, estática y tensa.
En la noche de películas iluminamos el camino con la luz de la pantalla pero esta noche no había un halo que seguir... y no fui yo quien apagó el televisor esta vez.
Entonces caí en cuenta de que: fue él.

—Tom...— Me atreví a susurrar, ahogando un grito de arrepentimiento y esperando su respuesta en medio de toda esa oscuridad.
Y él susurró:
—Teresa...
No sabía cómo actuar, qué hacer al siguiente instante, así que avancé y recogí la cobija restante, del suelo.
Fue ahí que lo tuve frente a mí.
Y no podíamos hablar.
Una ola de calor abrumador nos entrecerraba los ojos mientras nos acercábamos tan lento, que apenas y podía sentir cómo mi cuerpo se movía sin perder el equilibrio.
Tan cerca que cruzaba los límites.
Muy cerca y cada vez más.
Con ligereza y lentitud.
Repentinamente sentí la cobija de él tocar mis nudillos; sus manos estaban tan calientes que logré percibirlo a través de la tela.
Desperté y bajé de la punta de mis pies.
Retrocedí.
—Per-perdone. 
—Perdone.— Dio la vuelta y tendió la cobija sobre el sofá.
— ¿Puede... encender la luz? Para subir.
—Sus ojos brillan tanto que creí que podía ver en la oscuridad.

Sí, gracias, eso no me quita la ceguera nocturna.

Subí sin desearle buenas noches.
Cerré la puerta de la habitación y aturdida, sin poder creer lo que acababa de pasar, me recosté en posición fetal, abrazando (estrangulando) una almohada.
Repasando una y otra vez la escena, cerré los ojos para dormir; fue complicado por toda la adrenalina, pero el bajón de ésta al asimilar que todo había pasado, me hizo entrar en un sueño muy profundo.

Dios mío...

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora