No hablar. Sólo amar.

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Después de aclararlo todo, tuve la sensación de jamás haber vivido la semana de separación.
Se sentía tan propio, tan real, tan fuerte.
La familiaridad con la que nos tratamos estaba allí, paseando por todo el departamento, haciéndonos reír y volviendo los silencios algo acogedor y seguro.

Por mucho tiempo me sentí temerosa de admitir que quería vivir mis emociones respecto a él, más allá de las reglas y sobre los límites de nuestra libertad; y ahora estaba pasando.
Ocurrió una cosa más: la canción de anhelo que me rasgaba el corazón, al fin había dejado de sonar en mi cabeza. Y qué paz me traía esto.

La verdad era que estaba enamorada, dispuesta a ser yo compartiendo mi amor, alegría por la vida y por lo que él es, con él.

Cocinó un par de huevos con jamón, mientras yo acomodaba la mesa y corría discretamente a limpiar el triste desastre que era mi habitación.
¡Disfruté tanto tenerlo en mi espacio! ¡Su risa y gentileza no dejaban de armonizar con las paredes, los cuadros llenos de estrellas y con la cercanía que da un lugar pequeño!

—Tal vez quede un poco pequeña... — Dije, mirando mi cama, junto al señor Hiddleston.
Lo único que pudo hacer fue quitarse la chaqueta, los zapatos y calcetines, pero debió conservar su ropa para dormir.
El problema residía en que mi sofá era en extremo pequeño y mi cama, de tamaño individual. Obviamente no contaba con cuarto para visitas, así que todo se volvió más complicado.

—Tal vez si dormimos en posiciones contrarias podamos resolverlo. ¿Suena bien?— Dijo.
—Sí, podemos intentarlo.
Se acercó y con cuidado se recostó en el extremo que pegaba hacia la pared.
Lo seguí y me sorprendí al notar que mis pies apenas y llegaban a su pecho.

Permanecimos así unos... ¿tres minutos?, antes de dar un salto de incomodidad.
No podíamos acomodarnos hasta que él propuso dormir acurrucados, lo más unidos posible.
Bah, qué más daba. Sólo queríamos dormir y recuperar las fuerzas que las emociones nos gastaron.
Él posó la cabeza sobre una de mis almohadas, dejando que los pies le salieran un poco del colchón, y cayó sobre su costado para dejar espacio. Seguido a eso me metí, mirándolo de frente y riendo como niñitos.

—Parece que será una verdadera buena noche.— Dijo, tomándome por la cintura y juntando más el cuerpo.
— ¡Ay!
Wtf, no sé. Sólo sentí nervios y ganas de esconder el rostro. Realmente me tomó por sorpresa y su voz no fue lo más neutral del universo.

Continuamos charlando en voz baja, riendo, jugando con el poquísimo espacio que nos quedaba.
En algún punto estuvimos en medio de una pelea de cosquillas y gruñidos con suspiros en el cuello.
Mis gruñidos eran lamentables pero lo hacían reír y de cuando en cuando, sí le provocaban algo.
Y hablando de algo.
Repentinamente sentí algo entre los dos, apenas si lo noté y creí que había olvidado limpiar bien la cama y no objeté hasta que lo sentí con mayor solidez.
Bajé la mirada.
Me detuve.

Oh.

Cuando miré al señor Hiddleston, ya estaba rojo de pena, sudando levemente. Apenas y pudo decir:

—N-no-no fue mi in-inten-ción. L-lo siento.
—Por favor, no se disculpe. Esto es natural y normal, no debe sentirse mal. ¿Necesita, mh, privacidad?
Lo pensó y vi con claridad cómo su pupila se dilató a la par que sus orejas enrojecían.
—La v-verdad es que quiero que se quede. No quiero faltarle al respe-peto, pero...
—También quiero quedarme.

Besé su barbilla, aún picaba; subí por su mejilla izquierda, cerró sus ojos y antes de poder besar su frente, me lanzó una clase de mordisco suave, al cuello. Se levantó, derribándome hacia abajo y apoyando sus manos, codos y rodillas como acorralando.
Subí las piernas y ahora era yo quien lo había atrapado, también sujetándolo por el cuello con las manos.
Reímos.
Y me besó de una manera larga y tendida, profunda, lenta, entregada, meditada, enloquecida.
En el juego previo pude dibujar en mi memoria cada línea de su abdomen y espalda, mientras le ayudaba a quitarse la camisa y él metía sus manos bajo mi pijama. ¡Oh, su cara de confusión!

—Agh, sabe que no uso sostén al dormir.
— ¡Eso es trampa!
¡Es cierto! ¡Alerta de trampa!
Encendí mi lámpara de lectura.
—Tom, disculpe que pregunte pero, ¿trajo protección?
La sonrisa y el calor abandonaron su rostro, dejándolo helado.
—Oh, ¡no! Definitivamente no pensé que algo así pasaría esta noche.
Esta noche. Uau.

Como una mala costumbre que ahora me venía a salvar la vida, escuché a Nick tocar a mi puerta.
Solemos hacer eso cuando queremos embriagarnos o pedir algo MUY urgente.
Corrí a abrir la puerta, con el cabello a medio alborotar y la pijama arrugada.

—Buenas noches, doctora. Sólo quería disculparme por lo de la tarde, también agradecerle por el libro. Aunque es muy tarde, le traje una cerveza, ¿puedo pasar?
—Sí, no importa, de nada. ¡Nick! Necesito un gran favor. ¿Tienes un preservativo libre? Puedo pagártelo si quieres.
— ¡Alto, alto! Sólo es una cerveza, doctora. Pero si insis---
— ¡No es para ti, idiota! Estoy... ocupada. ¿Lo tienes o no?
—... Aaah, ya veooo. Vaya, la doc---
— ¿SÍ O NO?
— ¡Está bien! Aquí tiene.— De su cartera sacó un par y me los pasó; revisé que estuvieran en buenas condiciones.
— ¡Gracias, Nick! Te lo pagaré mañana.
—Neeeh. Estamos a mano.
—Excelente.— Cerré la puerta y pasé un segundo al baño, sólo para asegurarme de que mi aliento no oliera a la cena.
Perfecto.

El señor Hiddleston seguía sentado, lamentándose.
Lancé los preservativos a la cama y su expresión cambió; apagó la luz de mi lámpara y me dirigí hacia él.

Continuamos el juego, conteniendo toda la tensión para los minutos siguientes.
Afuera el pantalón de la pijama y el suyo de paso; le llevaba ventaja porque le hice quitar los calcetines, wooh!
Él intentó hacerme una coleta alta, pero la oscuridad no le permitía hacer mucho y debí encargarme.
Su dedos paseaban por el filo de mi blusa de pijama, hasta que le dejé subirla un poco más arriba de mi cintura.
Bajó a besos hasta mi vientre.
Los colores se me subieron a la cara.
Respiré profundo y él terminó por quitar mi ropa.
Ahí estaba: vulnerable y nerviosa.
Él sólo llevaba el bóxer que le apretaba. No estaba segura sobre si sería capaz de quitarlo.

—No avanzaré si no quiere. Podemos parar.
—Está bien. Sólo es mi primera vez con usted.
—Teresa—jadeaba repetidamente—, ah...— Y miraba su entrepierna.
—Entiendo y... quiero.

Desde ahí cerré los ojos. Me ardía el cuerpo en deseo y vergüenza.
Sentí que me besó el cuello y los labios, mordió mi oreja, acarició mi cabello y me abrazó.
Algo que no se suele contar sobre la intimidad son los momentos incómodos; por ejemplo, el que todo el tiempo estuviera a punto de caer de la cama, o que gracias al Cielo, Nick me dio dos preservativos porque el primero se rompió.

Los movimientos pélvicos aparecieron cuando empezó a susurrar con voz grave, algunas líneas de Romeo y Julieta cuando se conocieron.
No resistí y abrí los ojos.
Del cabello le caían gotas de sudor, jadeaba y las mejillas se le coloraron.
— "Devuélveme mi pecado".— Lo besé y me hizo tomar el colchón por la sábana.
Un poco más rápido y no pudimos sostener el beso.
Yo gemía.
El embestía.

Me perdí un momento y cuando volví, él jadeaba tan fuerte como sus roces.
Hundí las uñas en su espalda.
Entonces, elevando la nariz y lanzando un gemido melódico y majestuoso, se terminó.
Su espalda cuerveada y llena de arañazos.
Temblaba, con el vientre adolorido y las piernas débiles.

Pude conocer y sentir otras partes de él: especialmente cosquilludo en el talón y sus manos jamás cambian de temperatura. Tiene algunos lunares en la espalda baja, las venas de sus pies resaltan más que las de sus manos, un par de cicatrices en las piernas y una marca tras la oreja izquierda, donde se le acomoda un rizo pequeño.

Pero lo más lindo fue tenerlo cerca por esta noche.
Demasiado, diría.
Muy cerca. Dentro. Enraizado en mi corazón.

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora