Día 3

714 67 17
                                    

Aproveché la ducha de la mañana siguiente para lavar mi blusa y pantalón. El señor Hiddleston pensó por un rato el si debería dejar secar mi ropa en el interior o el exterior de la casa, pero al final acordamos en extenderla frente a la puerta de cristal que daba hacia el jardín.

— ¡Bien! ¿Qué sigue?— Pregunté entusiasmada después de limpiar la cocina.
—Ahora debemos ejercitarnos.
El señor Hiddleston se limpió las manos en el delantal y lo colgó en una de las sillas.
—Como... ¿literalmente hacer ejercicio?
Por favor no lo diga...
—Precisamente. Debemos cambiarnos la ropa.
Uuuish.

Subió a su recámara y cerró la puerta. Yo esperé sentada en el piso de alfombra gris, a que saliera y sus ánimos lo arrastraran sólo a él hacia el cuarto de gimnasio.
Cuando salió se veía como un humano cualquiera y eso me tranquilizó en más de un aspecto. Peeero, extendió su mano y dijo:
—Estaré esperándola en aquella puerta, no comenzaré sin usted.— Caminó por el pasillo y abrió una pesada puerta; pude entrever un espejo y pesas pequeñas.
¿PESAS?
ARE YOU FOR REAL?

Cuando pude vestirme, salí y sentí el ambiente mucho más frío que antes. Las piernas me temblaban y las manos me sudaban de nervios.
Fue cuando la entrada de las escaleras quedó a mi altura que todo se detuvo. Escuché mi respiración y el corazón me dio un vuelco gigante, tanto, que pude sentir el pulso en las arterias del cuello.
¿Y si me iba?
Sólo necesitaba tomar mi bolso y mi ropa. Tomaría el primer taxi que viera y pagaría con el dinero que el señor Hiddleston no tomó.
El señor Hiddleston...
Pensé:
"Él está esperándome adentro del gimnasio, confiando en que llegaré con la ropa que me ha prestado, esperando un gran día. ¿Qué tan malo sería que no ocurra? Es decir, sí, está solo y sería algo triste y aburrido pasar todo este tiempo sin nadie con quién hablar pero por favor, yo también estoy sola. Al fin de cuentas que debería volver a la evaluación, le seguiría viendo la cara pero ya no... ya no confiaría más en mí."
Me basté para romperme el corazón y renunciar a la idea.
Una cara en la puerta me asustó cuando preguntó:

— ¿Se siente bien, señorita?— La barba hacia que sus ojos resplandecieran con el contraste pelirrojo.
—Eh... sí.— Por fin entré al gimnasio. Las palabras se me cortaron al ver tanta luz entrando por el techo y las ventanas, esperaba que no se convirtiera en un horno; efectivamente había un espejo de casi el tamaño de la pared, y las herramientas de ejercicio eran más bien pocas: algunas pesas pequeñas, pelotas, sogas, una caminadora y una base para abdominales. Volví en mí y le dije:—. Estaba pensando que sus rutinas de ejercicio pueden ser distintas a las mías.
— ¿Ah, sí? ¿Qué hace usted? Podemos alternar rutinas, empezando por usted.
—Bueno, yo... bailo.— Y sonreí como si esto fuera un juego.
— ¡Me encanta bailar! Muéstreme.
—Le advierto que la rutina es muy... ¿occidental? Tal vez muy "latina".
¡Me encanta la salsa!
Ay, Dios. Lo dijo.
¡No pude evitar reírme con fuerza! Tuve que detenerme porque él no lo entendía.
—Perdone, es que ha sido muy espontáneo y no lo vi venir. Lo siento.
Aún se me escapaban algunas risillas.
—No hay cuidado.
—Bien, ammm... necesito su contraseña de WiFi para poder poner las canciones desde Youtube.
—Oh, sí.
Alargué mi brazo con el teléfono listo y él introdujo la clave.
Nos acomodamos frente al espejo y calentamos los músculos cada quién a su manera.

Y fck.
Qué bien se veían las líneas de sus músculos. ¿Había algo en él que no fuera estético? Los músculos se movían por debajo de la camisa, como masa con mantequilla que es estirada y revuelta con las manos calientes.
El cambio de melodía a una cumbia fue lo que me sacó de aquel trance indiscreto.
El señor Hiddleston me miró en espera de instrucciones y tuve que pensar cómo poner en pasos lo que me sabía sólo por memoria muscular.

¡Qué divertido fue!
No puedo recordar cuántas veces tropezamos. Los pies se nos cruzaban y el aire nos faltaba de tanta risa.
Pero claro, hubo un momento en que el señor Hiddleston se concentró tanto, que la coreografía parecía haber sido hecha por él. Con un mambo, las gotas de sudor caían como lluvia y pesaban en sus pestañas, haciéndolo mirar el reflejo de sus pies y los míos. Nunca bajó los brazos, obviamente está en mejor condición que yo.
Saltar y dar vueltas fue por mucho lo mejor, porque él añadía saltos a la coreografía y pasos que no existían.
No nos detuvimos ni siquiera a beber agua. La rutina jamás me pareció tan divertida, ¡me sentía tan viva!
En uno de los giros que debimos dar, mis ojos se perdieron en la línea de su mandíbula por la que resbalaban pequeñas gotas de sudor que parecían perlitas de cera. Casi podía escuchar cómo tintineaban al caer al suelo.
Ah, qué imagen tan divina.

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora