Día 20

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—"Por primera vez en mi vida, conocí la amistad verdadera. Hoy soy feliz porque sé qué es lo que quiero vivir."

No pudo esperar a leerlo en la sesión de arte. Puso crema de Indonesia a nuestro café negro y mientras yo preparaba el desayuno, él leía.
Por fin las hormonas habían salido de mi sistema y él decidió hacerme llorar por la mañana.

— ¿Qué le pareció?
—Uau... es excelente. Muy bello.
—Vamos, vamos. Si sigue llorando va a secarse por completo.
Se acercó y lo único que se me ocurrió hacer fue salir disparada a la alacena. Me limpié las lágrimas, tomé aire y volví; él masticaba su desayuno sin despegar los ojos del plato.
Oops.

Como la historia terminó, tuvimos la tarde libre.
— ¿Deberíamos salir al supermercado?— Pregunté.
—Sería bueno.
—Está bien. ¿Qué le parece si usted mantiene el perfil bajo comprando  con comerciantes locales cosas como verduras y frutas, mientras que yo voy al supermercado y me hago cargo de enlatados y demás?
—Perfecto.
Abandonamos de un salto el sofá, fui por mi tarjeta en mi bolso, bajé las escaleras casi de dos pasos y me fui derecho hacia el pasillo. Tan oscuro y frío como la primera vez que lo crucé.
—Aoh, espere. Necesitará efectivo.
—Nah, no creo. Espere un poco antes de salir, ¿oquei?
Abrí la puerta y salí.

Volví a ser yo: Teresa.
Teresa en mi individualidad, sin compañía ni historial.
¡Aaaaah! ¡Respirar es tan distinto!
El tiempo sin duda había pasado y se notaba en las hojas de los árboles en toda la calle, extendidas como una alfombra y adornadas con flores a medio marchitar.
Con suerte y me topé a cinco personas camino al supermercado. Los nervios me atacaron cuando un par de policías en un coche, me detuvieron y preguntaron por el altavoz:

— ¡Señorita, debe volver a casa si no es estrictamente necesario que salga!
A lo que respondí:
— ¡Necesito comprar comida, ya no me queda nada en la reserva!
Guardaron silencio, mirándome, y continuaron su camino.

El supermercado estaba lleno, no de personas: toda la comida seguía en su lugar.
Me proporcionaron un cubrebocas y un par más, de emergencia. Las nuevas reglas.
Casi todo el papel higiénico desapareció junto al alcohol, pero logré tomar un paquete y cargarlo al carro de compras.
Pan, leche, harina, pasta, crema, té, azúcar, chocolate, atún y carne.
Mis pasos armonizaban con el rechinido de las llantas del carrito, haciéndome sentir una adulta. Antes de pasar por la caja registradora, me detuve unos minutos a sentirme en el momento.
Hace varios días que no podía disfrutar de mi soledad y libertad al mismo tiempo. Pero por mucho que lo intenté... no pude sentirme como antes.

La realidad cambió y no estuvimos allí para observar cómo. Sólo llegó.

Camino a casa puede que diera algunas vueltas innecesarias y andara en medio de un parque cercano.
Sola.
El silbido del viento era más ruidoso que antes, hacía mucho más calor del que esperaba y el sol atravesaba con mayor fuerza a las hojas.
Aunque la quietud me envolvía, por dentro moría de ansiedad. Salir parecía tan sencillo que podría...
Y la fantasía se rompió cuando él pasó delante de mí sin darse cuenta; lucía como una presa de paparazzis, usando gorra y lentes oscuros. Entró a la casa, miró hacia ambos lados de la calle y cuando lo hizo hacia el frente, saludó a mi dirección. Saludé igualmente y me quedé allí unos minutos más.
La aventura no duró tanto como quisiera pero es lo que teníamos.

Entré, dejé las compras en la cocina y me lavé las manos por un minuto entero. El señor Hiddleston salió del baño con las manos empapadas, flexionó los brazos y dejó escurrir el agua hasta el codo, sin gotear.
Sobre la estufa se posaban varias bolsas con frutas y verduras, carne y pan.
Suficiente como para resistir los siguientes veinte días, espero.

—Todo afuera es muy distinto, ¿cierto?— Saqué las compras de las bolsas y comencé a ordenarlas.
—Un poco, sí, creo. ¿Qué tal el supermercado?
—Vacío. Y las pocas personas que compraban, se mantenían lejanas—Solté el aire en un ruidoso suspiro—. Tendremos mucho trabajo después de esto. ¡La buena noticia es que tenemos buena comida! Qué afortunados, ¿eh?
—Definitivamente. Buenas compras, señorita.
—Uh, debería ver cuántas ofertas aproveché.
Reímos y me dejó sola para cocinar.

No sé cómo lo logré pero hice auténticos chilaquiles rojos con sabor mexicano, para la cena.
¡No puedo superar su cara! Los ojos se le abrieron a la par que su sonrisa en cuanto dio el primer bocado.

— ¡Esto es delicioso!
—Se lo agradezco. Es más un desayuno, de cualquier forma.
— ¿Podemos desayunar esto, mañana?
Allí estaba de nuevo el pequeño señor Hiddleston, tan alegre e ingenuo.
—Bien, sí, si quiere. Podría agregarle huevos y boom.
—Suena fantástico.— Sonrió y continuó cenando.

—... lo extrañé, señor Tom.— Dije desde el pie de las escaleras.
— ¿Ah, sí? Pero no me fui a ningún lado.
—En realidad extrañé pasear por la casa y charlar con usted, ¿sabe? Qué bien que se terminó—Subí—. Bien, que descanse, buenas noches.

[Yo también.]

[Puertas Cerradas] |Tom Hiddleston|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora