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Me removí entre las mantas, la claridad que entraba por la ventana me despertó. Bostecé y rasqué mis ojos, mientras con mi mano derecha buscaba la botella de agua que dejaba siempre en la mesita de noche.

-Por fin te despiertas.

Abrí los ojos de golpe y me senté.

-Joder, qué susto. ¿Eres idiota o que? -le dije.

Osborn estaba sentado en la silla que había en la pequeña habitación de mi caravana. Él es el hombre que me acogió cuando mis padres murieron.
Su barba larga y rasposa me recordaba a mi padre.

-Te he esperado a fuera desde hace media hora, he tenido que entrar. -me dijo con su voz grave. -Tienes trabajo, así que vístete y reunete con Diego. Nos vemos en la choza.

Dicho esto se levantó y salió de la caravana.

Me levanté de la cama y me puse lo primero que encontré por ahí tirado, me dirigí al pequeño baño y lavé mi cara, cepillé un poco mi melena castaña con mis dedos y bebí el café que sobró del día anterior.
Me dolía muchisimo la cabeza, miré la marca de mi antebrazo y suspiré. Maldita droga.

Antes de salir me coloqué mi chaqueta de cuero que estaba en el sofá y me dirigí hacia la caravana de Diego.

Estaba esperándome a fuera.

-Buenos días Judith. -me dijo colocándose un gorro negro. -¿Sabes qué día es hoy?

-No tengo ni idea. -respondí comenzando a caminar hacia la choza de Osborn.

-Mi cumpleaños, así que ganemos todo el dinero que podamos y pillemos una fuerte hoy. ¿Te parece? -chocó su hombro con el mio.

-Claro. -sonreí.

Diego y yo vivíamos en un parking de caravanas abandonado, a las afueras de Oakland. Conozco a Diego desde que tengo memoria, y ambos perdimos a nuestros padres por la misma razón; sobredosis.

Yo tenía 15 años cuando murieron, continuamos viviendo en el parking de caravanas el cual llamábamos Pueblucho, y Osborn, el que mandaba en el lugar y el encargado de comprar y vender drogas, nos dejó seguir viviendo allí con dos condiciones: ser sus ojos y oídos en el tráfico de drogas de California y vender para él.

Aceptamos encantados, nos conocíamos muy bien el tema ya que hemos estado toda la vida viviendo en el Pueblucho y cuando nos quedamos solos en este mundo, Osborn nos ofreció cobijo y comida, nos dió una vida. Estaba en deuda con él.

Entramos en su cabaña, era bastante amplia y todo era de madera, era la mejor casa del Pueblucho.

-Hola mis chicos, hoy trabajareis por separado. -dijo Osborn sentándose en su sofá de cuero gastado. -Diego, te dirigirás a San Antonio y entragarás esto -le tendió un paquete marrón. -a esta dirección.

Diego cogió el papelillo.

-Y tu Judith, irás a San Francisco y entregarás el paquete grande. Te prestaré mi camioneta. -me tendió un papel con una dirección escrita y las llaves de su camioneta.

Los dos asentimos y nos dirigimos hacia la salida.

-Eh. -nos llamó. -Tened cuidado con la pasma.

Volvimos a asentir y caminamos hasta el aparcamiento. Diego se subió en su moto.

-Hasta la vuelta Parker. -me dijo arrancando la moto y saliendo del lugar.

Me subí a la camioneta de Osborn y miré los asientos traseros, donde había un paquete más grande que el de Diego tapado con una sábana blanca. A saber cuantos kilos de cocaína habían allí.
Por el camino escuché la radio y canté a pleno pulmón, incluso me emocioné con una canción porque me recordó a mis padres.

A bullet in my chest | Billie EilishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora